Diana Galindo, fotógrafa del barrio

A veces un hecho mínimo puede determinar el destino de una persona. Eso ocurrió cuando Diana era chica y le regalaron “La enciclopedia del mundo de los niños”, dieciséis tomos de diferentes temas ilustrados con fotos de National Geografic. “Nunca estudié fotografía formalmente, pero crecí viendo esas fotos por lo que tuve los mejores maestros. Mi  padre trabajaba en artes gráficas y me enseñó no solo a sacar fotos, sino también el revelado de manera análoga”, cuenta esta mujer de 30 años, quien ya a los 14 ganó un concurso de fotografía.

Polifacética, también estudió canto lírico en la Universidad Nacional de Colombia, en su Bogotá natal. Vino a Buenos Aires por un intercambio estudiantil en 2011 y se enamoró: “La mentalidad de acá es mucho más abierta que la de mi país, en cuanto a mandatos sociales. Allá todavía tiene mucho peso el catolicismo y son más estructurados”, explica Diana, quien luego de esa experiencia volvió a la Argentina en 2014 para estudiar en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).

El Sol: ¿Qué diferencia hay entre la fotografía análoga y la digital?

D.G.: Esencialmente es que antes, como el rollo tenía 36 fotos, había que pensar más antes de disparar: la luz, el ángulo, la composición, etc. Ahora se pueden sacar mil fotos e ir descartando las que salen mal.

El Sol: ¿Cómo llegaste a San Telmo?

D.G.: En Bogotá hay un barrio “hermano” de San Telmo en cuanto al espíritu y la arquitectura. Se llama “La Candelaria” y es también el Casco Histórico de la ciudad. Siempre quise vivir allí, me encantan sus balcones, encontrás artistas de todas partes, es el polo cultural. Así que estoy muy feliz de vivir acá, en el barrio donde uno conoce al verdulero, al ferretero -que te puede recomendar a un plomero, si lo necesitas- y hay una historia en cada esquina.

El Sol: ¿Qué lugares del barrio preferís para fotografiar?

D.G.: Hay una lutería (donde se fabrican instrumentos musicales) en Perú, entre Humberto Primo y Carlos Calvo. No tiene cartel, solo hay un violín de metal colgado en la puerta. También me gustan el Parque Lezama, la feria de las pulgas, la casa de los Ezeiza, el Mercado, aunque me gustaba más antes. Suscribo a la página: “El Mercado de San Telmo no es un Shopping”.

La charla gira en torno a la “gentrificación”, el proceso por el cual los habitantes originales de un barrio tienen que abandonarlo porque caen presos de la especulación inmobiliaria. “Eso pasó con Bella Gamba (el bodegón de Carlos Calvo y Perú), que tuvo que cerrar, porque le subieron el valor del alquiler al momento de renovar el contrato”, comenta la fotógrafa, que es corta de vista. “Lo que mis ojos no pueden ver, lo puedo mirar por la cámara a través de la lente”, dice Diana y se ríe de su hipermetropía, entre otros problemas de visión. “Es una paradoja que sea fotógrafa y no vea bien, es como un músico que no puede escuchar”, sostiene.

El Sol: Beethoven componía siendo sordo…

D.G.: Sí, pero la sordera le llegó de grande, yo uso lentes desde los 6 años.

No se queja, solo expone que su problema de visión influye en su manera de fotografiar y de ver el mundo: se especializa en mostrar los detalles. De hecho, tiene un microemprendimiento de eventos y fotoproductos con su socia, Eliana Laghi, con quien comparte una habitación en una residencia estudiantil de la calle Chacabuco y Humberto Primo. Su amiga argentina estudia Diseño Gráfico en la UBA y Fotografía en una escuela privada, que costean entre las dos: “Yo le pago la mitad de la matrícula y ella me enseña todo lo que vio en clase los sábados”, indica Diana, a cara lavada y sonrisa a flor de labios.

“Arrancamos este año con GrafikaD, con el que ofrecemos un servicio para promocionar microemprendedores a un precio razonable y de alta calidad”, expresa Diana quien, además, trabaja en el departamento de atención al cliente de una empresa de videojuegos. Uno de los primeros trabajos que tuvo su pequeña empresa, fue hacer las fotos de los postres que prepara su maestro de canto, que también es pastelero.

El día parece tener más de 24 horas para ella. Sufre de insomnio desde pequeña y puede pasarse “16 horas editando fotos por la madrugada, no me importa nada”, define la noctámbula. Dos días a la semana estudia canto lírico en el conservatorio de la UNA, a la noche y el resto lo dedica a la fotografía. “Me cuesta hacer retratos: a menudo lo que veo no coincide con la manera en que se auto-percibe la persona. Por eso me especializo en los detalles y con Eliana, que sí hace retratos, nos complementamos bien”, afirma Galindo ([email protected]).

Busca en su computadora fotos para mostrarme, habla de la profundidad de campo, del ángulo de incidencia de la luz y asegura que la “hora dorada” para fotografiar es entre las 17 y las 18, cuando las sombras y los contrastes son más vivos. Cuenta que en Colombia, “como está tan cerca del Ecuador, no hay cambio de estaciones en el año” y que “Bogotá vive un otoño perpetuo”.

“Soy muy empática”, se define Diana que está de novia con Simón, un estudiante de música que vive en La Plata. “Nos vemos una vez por semana”, comenta.

Podría dar clases de canto, pero asegura que no puede lucrar con eso porque “temo que pueda causar algún daño en la voz, algo tan esencial para la comunicación”, señala. Diana Galindo combina en dosis precisas la humildad con la seguridad que le da la experiencia.

“Estoy súper agradecida tanto a la Argentina como a San Telmo por habernos acogido tan bien históricamente a los inmigrantes y me encantaría poder retribuir con algo al barrio”, concluye.

Diana Rodríguez

 

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