Crónica de una restauración
Crónica de una restauración
A pocos pasos de la tranquilidad turística de la Plaza Dorrego, se gesta una verdadera obra faraónica para recomponerle la fachada a un edificio antiguo. Se trata del edificio en Defensa 1111, en la esquina con Humberto Primo. Desde 1905, el año en que fue alzado por el constructor italiano Italo Marisani, este edificio domina el paisaje de la plaza. Ahora está cubierto por andamios y redes azules que contienen el polvo, la tierra y el agua que genera el trabajo de restauración. Dentro de unos meses, al finalizar la obra, el andamiaje se retirará y se podrá admirar el edificio como no se ha visto en muchísimos años: luciendo sus originales balcones y diversas ornamentaciones de inspiración clacisista y renacentista, incluyendo dos enormes cartelas superiores.
Toda la complejidad ornamentativa del edificio había ido deteriorándose al transcurrir de los años, hasta que un desprendimiento hizo que los propietarios y el gobierno de la Ciudad hagan algo al respeto.
(Unos 18 meses atrás cayó un pedazo de balcón a la vereda, y los escombros volaron hasta el Bar Dorrego en la otra esquina. Por suerte esto ocurrió un sábado por la mañana, cuando no pasaba nadie por allí).
Entonces se gestó una ejemplar colaboración entre el consorcio del edificio y el Ministerio de Cultura y su Fondo Cultura: los propietarios aportarían parte del costo de los arreglos, y el gobierno cubriría el resto—unos 80.000 pesos.
El arquitecto Pablo Veliz dirige la obra, llevada a cabo por Emifrent Construcciones y un equipo de restauradores, coordinados por Marcelo Santa Cruz, maestro mayor de obra y restaurador.
Santa Cruz, restaurador que ha hecho el curso de la Dirección General del Casco Histórico, cuenta que lleva años admirando este edificio. “Yo al edificio lo conozco hace 10 años, es una esquina muy vista. Me llamaba mucho la atención el estado crítico del edificio y la mala o escasa conservación”.
El trabajo de restauración comenzó con un hidrolavado y trabajos de limpieza. Del interior hueco de las cartelas superiores, enclavadas en dos frontines, se retiró medio volquete de guano de paloma. Luego, se empezó a identificar las piezas originales y verificar los sitios en que las ornamentaciones habían sido desfiguradas, tapadas o eliminadas. Se hizo lo mismo con las líneas de las cornisas y otros relieves. El trabajo de restauración consiste en hacer, pero también deshacer, o sea reparar intervenciones anteriores mal hechas que deformaron el aspecto original.
“Había muchos faltantes en ornamentación”, dice Santa Cruz, quien guío este cronista por los distintos niveles de la obra.
Según Santa Cruz, en algunas intervenciones previas, colocaban “un cucharazo de cemento” y daban por terminada la reparación, cuando en realidad sólo habían conseguido desvirtuar algún elemento básico de la morfología original de la fachada.
En el quinto piso del edificio, frente a la cartela (un adorno en forma de gran escudo, cruzado por guirnaldas), se aprecia la impresionante vista, que en 1905 debe haber sido más imponente todavía. Mientras se oye el ruido de la piedra siendo limpiada o retocada, se observan las nuevas torres de vidrio de Puerto Madero hacia el oriente, cortando la vista hacia el río.
¡Qué diferencia entre la fachada llena de ornamentaciones y detalles de este edificio viejo y el vidrio reflector de esas torres!
—Marcelo Ballvé