El Sol sigue irradiando
¡Una carta personal!
Cuando escuché el siseo del papel bajo la puerta no me apresuré a recoger la correspondencia. Ya sabía de qué se trataba: cuentas.
En efecto, ahí estaba la nueva factura de Edesur, pero junto con el sobre comercial había otro sin membrete, sin ventana para que se leyera el nombre del destinatario y con solo iniciales y una dirección de un remitente que no conocía. Deposité ambos sobres sobre mi mesa de trabajo, abrí con disgusto el de Edesur pero no el otro. Quedó sobre la mesa y lo miré con recelo a lo largo de todo el día, imaginando lo peor. Supuse, por ejemplo, que la empresa de electricidad usaba de ese medio personalizado para reclamar a sus clientes cautivos la devolución de los subsidios que habían recibido en los últimos doce años, acrecidos con intereses y punitorios. Me fui a la cama y a la mañana siguiente me asomé a mi escritorio con la esperanza de que el sobre no hubiera sido más que un mal sueño y se hubiera evaporado. Pero allí, tercamente, seguía esperándome.
Al fin, con el corazón al galope, lo abrí y, entonces, lo peor que no fui capaz de imaginar emergió del sobre rasgado. Era una hoja con membrete de un hotel internacional de Roma, pero eso no era lo más grave, estaba escrito a máquina, sí a máquina, no era una impresión de computadora y, aunque no me atreví a leer la carta, lo supe porque pasé casi con repugnancia la yema de los dedos por la cuartilla y sentí las hendiduras del papel producidas por los tipos de plomo.
¡Una catástrofe! Yo que siempre he sido un ciudadano respetuoso de las leyes no tenía duda de que por algún mal entendido o por un homónimo o, peor aún, por una sustitución de personalidad, estaba involucrado en un asunto de espionaje internacional, era un agente secreto o incluso un doble agente y el control de mi célula, desde Roma, me obligaba a presentarme para rendir cuentas de mi traición, so pena de hacerme ejecutar sumariamente sin aviso previo. Cuando mi mujer vio que me paseaba ansiosamente por el pasillo de mi casa haciendo tremolar el papel, me miró con cara de circunstancias y me preguntó: “¿Qué es?” “Una carta”, respondí con la voz temblando por la emoción violenta. “Ya lo veo” y luego, con la sensatez propia de su sexo me propuso amablemente: “¿Por qué no la lees?”, así sin acento en la segunda “e” por mor de su origen chileno español.
Me quedé perplejo ¿Tenía que leerla? ¿Esa repulsiva acción tenía que realizar con la misiva amenazante de mi jefe de célula? Obedeciendo no a mi primer impulso, que era el de huir del país, me resigné, como el condenado en el corredor de la muerte, a leer la carta.
La firma al pie aclaraba el misterio. Era de un amigo que tal vez por comodidad, quizá por coquetería, se niega a acceder a los medios electrónicos de comunicación, no envía mails, no usa computadora y sigue escribiendo con la misma Olivetti con que escribió durante cincuenta años sus notas para los diarios. Se trata de un conocido poeta y periodista cuyo nombre no puedo revelar porque es persona pública que, aun no siendo vecino de San Telmo, visita el barrio asiduamente por ser habitué de un bar que frecuentan los poetas.
Sucede que en ese bar llegó a sus manos El Sol de San Telmo y en él se topó con la nota que anunciaba la edición de Vida retirada, mi última novela; así como ese mismo número de El Sol me permitió recuperar un viejo amigo de cuarenta años atrás que por él se enteró de que éramos vecinos. Mi amigo poeta compró el libro, lo leyó y en su carta me comunicaba sus gratas impresiones sobre él. Para ello usó su particular medio old-fashioned; asimismo me explicó que uno de sus vicios ocultos era el de robar papel de los hoteles a donde lo llevaban las obligaciones de su profesión.
Jorge Andrade – Escritor