Mi gurí y el biógrafo
Muchas veces siento nostalgias de un barrio que se fue. Corrió detrás de algunos progresos, y no está mal que lo haya hecho. Mi gurí creció, como debía ser y bien orgullosa estoy de verlo.
San Telmo tiene galerías de arte, un sinnúmero de talleres de pintura, literatura, música, teatro, escuelas de tango, bailes callejeros y estatuas vivientes ¿Y el cine? ¿Dónde está el cine? Quedó en el recuerdo de los vecinos mayores, que añoran muchas horas pasadas a su resguardo, en las tardes de lluvia y frío de los inviernos o en las más tranquilas y silenciosas de los veranos en tiempos de siesta.
Corrían los años 60 cuando el cine Cécil que aún conserva su nombre y su estructura, era el brillo del sábado por la noche para que la familia entera viera la película del momento.
“Día de Damas” instituido, los miércoles y a mitad de precio. Abuelas, madres y tías llevaban a sus niños. Siempre daban 3 películas en continuado.
En esa época, mi tío que trabajaba en “La Parisien”, empresa ubicada en Bolívar entre Independencia y Chile, lugar ocupado hoy por un garaje, cenaba con nosotros los miércoles y al llegar siempre preguntaba: – ¿Fueron al biógrafo? – y en este ataque de nostalgia, no puedo menos que ir a Defensa y Pje. Giuffra para verlo.
Cierro los ojos, me transporto en el tiempo y en la gran entrada de lo que hoy es una galería más de antigüedades, veo sus puertas con afiches publicitarios de películas de otras épocas, a la izquierda la boletería, después las puertas de madera. Allí estaban los acomodadores, que nunca “veían” a los chicos que pasaban sin entrada. Luego el declive de la platea. En el centro y costados del salón, las butacas de cuero marrón y, en lo alto del escenario mostrando su esplendor, la pantalla.
Oigo también las voces y los ruidos. Todos. El murmullo del público, los aplausos y el pataleo cuando se cortaba alguna película vieja por un mínimo momento. Al finalizar cada una, se oía la voz del chocolatinero. “¡Chocolate, caramelo, bombón helado!”. Me viene también desde lejos el repiquetear de los chicos corriendo hacia adelante, para sentarse en las primeras filas y así poder ver bien de cerca el número vivo. Cantantes, magos y malabaristas que nos devolvían a la vida real de la que habíamos huido a través de la película. Cuando terminaba todo, si la primera había sido buena, nos quedábamos y la veíamos de nuevo.
Abro los ojos como si despertara de un sueño y pienso lo bueno que sería rescatar el predio para que vuelva a ser cine, aunque ya no se proyecten tres películas ni haya número vivo en el medio y, en cambio, quede convertido en un cine actual, de pochoclos y gaseosas al estilo de nuestros días en un San Telmo que combina lo antiguo con lo moderno.
Salgo de la galería que no es tal, no sin tener los ojos nublados viendo como el comercio le ganó a la cultura y al salir, una gota de agua me moja la ropa. Tal vez alguna lágrima del viejo nombre “Cecil”, aún colgado y triste, por haber perdido su idiosincrasia.
Stella Maris Cambre