“Mucha gente conoció a nuestros viejos, antes que nosotros”
Los Cairoli
Con esta frase, casi surrealista, Nilda Cairoli resume la historia del negocio familiar que es atendido por ella y sus dos hermanos, Alejandro y Carlos, en la esquina de Bolívar y Cochabamba.
El inmueble, que tiene estanterías, molduras de madera, espejos y detalles originales, es de 1901. “Mi papá, Antonio Cairoli, lo compró en 1960 y luego se asoció con sus dos hermanos. Era un almacén antiguo donde vendían productos sueltos como aceite, azúcar, fideos y, en la parte de adelante, había mesitas donde se servían bebidas. Pero eso a él no le gustó, porque nosotros éramos chiquitos y creía que no era un buen ambiente para criarnos ya que, en ese entonces, vivíamos en la parte de atrás. Y así fue que lo hizo todo almacén”, recuerda Nilda.
Y agrega: “Con el tiempo el dueño anterior le ofreció comprar la casa de arriba y pagarla en cinco años, en cuotas, firmando entre ellos un pagaré; como hacía antes la gente honrada. Entonces nos mudamos y es donde -ahora- vivo con mis hijos”.
Don Antonio estuvo al frente del negocio -junto a sus hermanos- alrededor de treinta años y desde hace veinte, tres de sus cinco hijos se hicieron cargo del comercio (los otros dos: Aníbal -fallecido- fue el ideólogo de que ellos se hicieran cargo del comercio y una hermana mayor, que tiene otras actividades). “Pero papá hasta que pudo nos ayudó, aunque sea separando las bolsitas, porque esto era su vida”, dice Nilda evocando a ese hombre que los educó -como su madre, Julia- con el ejemplo y se fue hace quince años.
Alejandro cuenta que: “Durante la crisis de los años noventa, papá y los tíos casi se fundieron. Tuvo el cartel de venta durante un año y, entonces, decidimos trabajarlo nosotros”. Y agrega orgulloso: “Verlo ahora así, nos pone felices porque es mantener algo de la familia y aunque a veces renegamos, porque son muchas horas y hay momentos que satura, al mismo tiempo sabemos que es nuestro, que trabajamos para nosotros y que nos va bien”. Esto lo dice mientras atiende la caja y agradece al cliente por su compra; lo que denota el buen trato y las formas heredadas.
Les preguntamos qué creen que pensaría su padre si los viera y ambos coinciden en que: “Lo levantamos de la nada. Fue en el momento del auge de los supermercados y no podían competir con ellos. Nos vio tomar el mando y estaba recontento”.
Las instalaciones son antiguas, pero sus dueños tratan de conservarlas como estaban “porque nos gusta así”, afirma Nilda. Y señala que eso es reconocido también por los turistas que “sacan fotos del negocio que ya tiene 115 años, porque los asombra el trabajo en la madera de las estanterías. Pero, por otro lado, se movió el piso quizás por los colectivos que pasan y algunas baldosas están levantadas o hundidas. En casa, no hay puerta que cierre bien. Por eso hay que mantenerlas y cuesta mucho en una propiedad tan grande. Ya hicimos una obra en los balcones porque estaban rajados y, además, las palomas arruinaron las molduras que los adornan. Para poder seguir, averiguamos en el GCBA sobre algún programa de facilidades para mantener el edificio, pero no hay” comenta afligida, pero Alejandro -como para animarla- acota que: “Las refacciones las hacemos nosotros lo mismo que los arreglos, salvo que sea un trabajo grande”.
En cuanto a las reparaciones, Nilda recuerda: “Papá contaba que en los años setenta, cuando quisieron pintar el frente, vino el Arq. José María Peña y les dijo que tenían que respetar una paleta de colores que trajo y adecuarse a ella. Tenemos un diploma firmado por él en 1988 -que Carlos enseguida descuelga, para que podamos verlo- donde dice que nuestro negocio ha sido considerado un testimonio vivo de la memoria ciudadana, por haber mantenido su carácter”.
Con relación a la clientela ella comenta, casi con asombro: “Es impresionante porque mucha gente que viene a comprar conoció a nuestros viejos antes que algunos de nosotros naciéramos, pensá que Carlos, el más chico, ya tiene cuarenta años. Y ahora, también ven a mi nieta Isabella. Eso emociona, porque crecimos viendo a papá y a nuestros tíos, trabajando”. Alejandro asiente con la cabeza y agrega: “Por eso la mayoría de la gente compra y se queda charlando, porque compartimos un montón de cosas de la vida. Muchos son clientes y amigos. Es un orgullo para nosotros”.
“Además, hay vecinos que llegan tarde a su casa y como el negocio está abierto hasta las 22, nos dicen: ¨me salvaste porque no tengo nada para hacer en casa o no tengo leche para mañana¨; es una manera de ayudarlos” resalta Nilda y agrega: “Pero no son solo los clientes tradicionales, la gente nueva viene porque le gusta encontrar argentinos atendiendo un negocio antiguo. Les llama la atención que una familia siga con el negocio de sus padres porque eso cada vez se ve menos ya que, en general, son supermercados chinos o los formatos chicos de las grandes cadenas, donde todo es impersonal. También comentan que les recuerda a algún almacén de campo o el lugar de donde vienen, por la forma y la infraestructura”.
Debe ser por esos detalles, que directores de cine han elegido el lugar para filmar sus películas. Por ejemplo, en 2014, allí se rodó Focus que tuvo como actor protagónico a Will Smith; el filme “Maldito seas Roque Waterfall” de Martín Piroyansky -autor y director argentino-, todavía no estrenado y “El día que no nací”, una obra alemana donde actúa Rafael Ferro”.
Volviendo la mirada al barrio, Nilda opina que “está cambiado, pero es natural que así sea”. Hace hincapié en que “me entristece verlo tan sucio y venido a menos en ese sentido. Por otro lado, me gusta que hayan instalado locales de Freddo, Habana y otras cadenas, porque si algo no cambia se estanca o muere y eso no me parece bueno. Siempre hay gente nueva, que se enamora de San Telmo y se queda porque tiene todo y está cerca de todo. Fundamentalmente, se puede vivir tranquilo a pesar de que -como en todos lados- hay ¨arrebatos¨. Se ven muchos turistas y aun así sigue siendo barrio, porque existe el sentido de pertenencia. La gente se conoce por el nombre, te piden un favor o un consejo o se alegran por una buena noticia que compartís. Es muy lindo eso”.
Con relación a los cambios, Alejandro precisa: “En ese aspecto nosotros también nos adecuamos, trabajamos con tarjetas, los productos están identificados con códigos de barra y usamos la computadora para tener todo registrado. Las instalaciones son antiguas, pero al sistema de ventas hubo que modernizarlo”.
Imaginando el futuro, Nilda lo ve incierto, por lo menos por ahora, teniendo en cuenta que sus hijos se han dedicado a otras actividades. Brian es gerente en un boliche de Costanera Norte y Camila estudia periodismo deportivo y, aunque los ayuda mientras hace la carrera, su idea es desarrollarse en esa profesión. En cuanto a sus hermanos, los chicos todavía están en la primaria, así que no se sabe. “Por ahora no hay sucesores”, nos dice con una sonrisa.
No sabemos lo que va a pasar, pero sí que los Cairoli son una familia histórica en el barrio que, con su trabajo y esfuerzo, acompañaron su crecimiento y evolución.
Texto: Isabel Bláser/ Foto: Damián Sergio