“La demostración afectiva y efectiva es lo que sana”
Padre Martín Calcarami
La Iglesia de San Pedro González Telmo festejó -el 3 y 4 de septiembre- las Fiestas Patronales. Nos pareció un buen momento para conocer un poco más a su párroco, el Padre Martín Calcarami y -a través de él- las actividades que la parroquia desarrolla en la comunidad.
El Sol: ¿Cómo fueron tus orígenes?
Padre Martín: Nací cerca de Retiro y vengo de una familia cristiana donde somos siete hermanos. Mi padre falleció a los 50 años, era veterinario, muy trabajador, no muy fervoroso y mi madre, que enviudó a los 42, muy creyente. Estudié en el La Salle y recuerdo que el hermano Pablo Juan -un santo- en el segundo recreo de la mañana nos invitaba a la capilla para decirnos unas palabras y darnos la comunión. En la adolescencia me alejé de la Iglesia, pero cuando en cuarto año me invitaron a un retiro espiritual me reencontré con Jesucristo.
ES: ¿Allí comenzó tu camino sacerdotal?
PM: Ahí recomienzo mi vida cristiana, volví a misa, a confesarme, a tener un director espiritual. Éramos un grupo que nos reuníamos todas las semanas, leíamos para formarnos y, lo más lindo, empezamos a misionar, es decir a llevar la fe en Jesús a distintos lugares. El primer lugar que fui fue la Villa 21 de Barracas, tenía 16 años y eso me abrió la cabeza de una manera increíble, porque era un mundo que no conocía.
ES: ¿No conocías?
PM: No de esa manera. Donde me formaba y frecuentaba, era otra realidad. Hacíamos colectas para colegios humildes del interior del país, pero cuando vi esa gente cómo vivía y los problemas que tenían, me tocó el corazón. Fui aprendiendo a misionar y a escuchar mucho a la gente, tratando de darle una respuesta de fe pero también solidaria. Íbamos todos los sábados, casa por casa.
ES: ¿Ver otra realidad te cambió?
PM: Sí, pero también las misiones en pueblos del interior donde íbamos con un sacerdote, porque no había. Ver la alegría cuando caminábamos con la imagen de la Virgen por todo el pueblo, rezar juntos, charlar y compartir diferentes actividades. Además, en la semana, visitábamos los hospitales Fernández y Rivadavia.
ES: ¿Sentiste un acercamiento espiritual?
PM: Mi interés fue creciendo y era cada vez más profundo. Tanto que cuando a mitad de quinto año comienza a surgir en mí ese sentimiento misterioso, que podemos llamar vocación, me pregunté por qué no me dedicaba a eso. Al principio me dio mucho rechazo y miedo, porque todo implicaba renuncias. Traté de sacármelo de la cabeza, pero volvía. Pensé entonces que era un llamado de Dios y empecé a rezarlo, a charlarlo y mi razonamiento fue que si Jesús me estaba llamando, aunque no comprendiera, no sería nada malo para mi vida. Llegó un día que -interiormente- me decidí y terminó ese conflicto interior. Recuerdo que sentí una paz muy grande, como una confirmación.
ES: ¿Qué pasó en la familia y con tus amigos?
PM: Éramos ocho que salíamos siempre, empecé -de a poco- a concretar las renuncias para realizar este camino. Recorté salidas, no iba a fiestas. Algunos no entendían -teníamos 17 años-, decían que me había tomado el retiro demasiado en serio. Pero lo que más me costó fue cortar con mi novia, salíamos desde el inicio de cuarto año y lloramos los dos. No le conté el motivo real porque el cura me había recomendado que lo guardara en mi interior, que estudiara y trabajara y si ese sentimiento se confirmaba, que entrara al Seminario.
ES: ¿Entonces?
PM: Estudié Filosofía con los Dominicos en la Universidad Santo Tomás de Aquino, trabajé en la biblioteca de la Escuela Argentina Modelo ayudando a los chicos en las tareas y a los dos años, dije que iba a entrar en el Seminario. Tanto mi familia como mis amigos lo vivieron con alegría y ahí entendieron el porqué de mi actitud. Yo quería ser sacerdote, no lo decía públicamente para poder primero confirmarlo y fortalecerme.
ES: ¿Cómo concretaste tu vocación?
PM: En 1993 entré al Seminario de la Archidiócesis de Buenos Aires, luego me mandaron a distintas parroquias como seminarista y terminé la carrera de Teología en la sede de Villa Devoto de la UCA. En el 2000 y habiendo completado la formación inicial que da el Seminario, hay que escribir una carta al Obispo para pedir la ordenación y así lo hice.
ES: ¿Cuándo te ponés en contacto con la gente?
PM: En marzo de 2000 me ordenaron como Diácono y me enviaron a la Parroquia San Ramón Nonato, en Floresta, que tiene un colegio muy grande. Cuando me ordenan Sacerdote, me dejan en ella cinco años. Luego me destinan a la Parroquia San Nicolás de Bari, donde estuve nueve. En los dos lugares me fui llorando, porque me había encariñado mucho con la gente y ellos conmigo.
ES: ¿Cómo llegaste a San Telmo?
PM: Cumplí 40 años y sentí ganas de decirle al Obispo Poli, que me conocía del Seminario, que si me necesitaba como Párroco estaba dispuesto. Cuando me llamó -en diciembre de 2013- dijo “Vas a ser el párroco de San Pedro González Telmo”. Fue una gran sorpresa quizás porque imaginaba una parroquia más chica, pero noté que estaba contento y sentí que era un acto de confianza para conmigo. Eso me puso muy feliz y también me dio seguridad. Nunca pedí nada, siempre estuve dispuesto a lo que Dios quiera, por eso estoy acá desde marzo de 2014.
ES: ¿El barrio te recibió bien?
PM: Con el anterior Párroco tuvimos una linda transición. Estaba muy contento que yo viniera y eso se lo transmitió a la gente, lo que habla bien de la persona que se va y de la que llega. La despedida y la bienvenida fueron muy cálidas, queda la unión de corazones y el agradecimiento mutuo. Lógicamente tuve que adaptarme porque cambié de barrio y de función -porque el Párroco es responsable de todo-, pero ellos también y el cariño fue creciendo. Por otro lado, sé la importancia de esta parroquia por su historia, su influencia y por el hecho de darle el nombre al barrio hay un vínculo increíble.
ES: ¿Cuál es tu tarea parroquial?
PM: Es una Parroquia de puertas abiertas, donde recibimos bien a todos los que se acercan. Escuchamos qué necesitan y vemos cómo podemos ayudarlos y, si no, tratamos de guiarlos para canalizar sus dificultades. La gente viene buscando a Dios y mi deber es celebrar los sacramentos, misas, confesiones y en todos se lee la palabra de Dios. Soy el responsable de traducir esa palabra de Dios, al hoy. Tengo que ayudar a la gente que descubra -una vez más- su palabra como una buena noticia y cómo impacta en nuestra vida, para que se vaya alimentada y con la gracia y la fuerza de su energía que brota con los sacramentos.
ES: ¿La gente se acerca?
PM: La que viene siempre a la parroquia, recibe al resto para ayudar en cada servicio y -a su vez- es la atención pastoral de todos los días. Hay muchas necesidades y dolores. Lo importante es la calidez en el recibimiento, la pasión, la paciencia y cómo hacer para que se sientan comprendidos, escuchados y que puedan sanar sus heridas. La gente viene porque sabe que encontrará una cálida contención pero como la transmisión de la fe se ha cortado en la familia, tenemos que salir a invitarlos timbrando o con folletos para que sepan de las escuelitas deportivas o el apoyo escolar o los grupos de contención social.
ES: ¿Son bien recibidos?
PM: Hay gente que se alegra, otra que agradece con respeto, pero nada más. A veces se reciben ofensas o burlas, pero eso le pasó a Jesús y a todos los apóstoles entonces por qué no me va a pasar a mí. Lo de la apertura es clave.
ES: ¿Cómo traduce la Iglesia la consigna del Papa a los jóvenes: “Hagan lío”?
PM: Es decirles que sepan de los problemas, que ayuden, sean solidarios y responsables con lo que la sociedad necesita. Que vivan, pero con los otros y para los otros. Aquí me he encontrado con pocos jóvenes que estén en la iglesia, con lo cual mi sueño es trabajar para renovar las edades y lograr un semillero. Para el año que viene me propongo hacer un trabajo artesanal, para que se acerquen más niños; pero eso tenemos que promoverlo humanamente, porque si no es imposible.
ES: ¿Y en los adultos?
PM: Los convoco a que me ayuden para llegar a los chicos, porque los adolescentes -lamentablemente- muchos ya no quieren, están en la calle con problemas con el alcohol y la droga. Por eso hay que empezar por los niños. Mi sueño es educarlos humanamente y, para ello, tengo que convencer a la comunidad que si no lo hacemos nos vamos a ir muriendo todos y esto va a quedar vacío. Tenemos que priorizar la niñez.
ES: También ayudar a los jóvenes para superar esas situaciones…
PM: Hay un grupo de boy scouts -con 40 años de historia en la parroquia- con muchos niños y jóvenes, con los que construimos una relación muy linda acompañándolos, yendo a los campamentos y cuando vienen los sábados estamos presentes. Una de las jefas del grupo participa del Congreso Pastoral, que son laicos y los consulto. Entre varios se piensan mejor las cosas, decidimos y vamos tratando de ponerlas en prácticas. Así fue como surgió pedir el patio de juegos que está en la esquina de Balcarce y Humberto I°.
ES: Pero está enrejado…
PM: El patio es propiedad del GCBA y cuando llegué estaba enrejado. Hacía ocho años que era cedido a la Asociación de Técnicos de Fútbol e iba en progresivo abandono. Me contacté con las autoridades y ofrecieron un permiso de uso precario con deberes y derechos y para que sirva a la comunidad. Ellos lo arreglaron y nosotros tenemos que mantenerlo -cosa que cuesta mucho- y como hay escuelitas de deportes nos hacemos cargo del pago al profesor de educación física y, todos los lunes de 16 a 18hs., también hay voluntarios que enseñan la actividad que practican.
ES: ¿Es gratuito?
PM: Pedimos un bono de $ 50, como en una cooperadora de cualquier escuela. Jamás ninguna familia me dijo que era mucho, ni aún las más pobres y si me lo dicen veremos cómo hacer. La idea es sostenerlo entre todos, pagándole al profesor, al que limpia y mantenerlo. Hay que cuidarlo porque a todos nos cuesta.
ES: ¿La sociedad es solidaria?
PM: Lamentablemente hay un gran deseo de acumular. Se nos hace creer que si no somos exitosos, no valemos. Pero nunca, nunca las riquezas van a saciar el corazón de nadie. Son espejitos de colores que duran un tiempito porque lo que más necesitamos es vivir en el amor; dar amor afectiva y efectivamente. Si hacemos como si los pobres fueran invisibles y estamos concentrados en acumular riqueza, será una vida egoísta y avara. Para qué sirvió, qué huella dejó, simplemente nos dedicamos a comprar productos y vivimos encerrados en nosotros. Eso es tristísimo. Pero, gracias a Dios, hay gente que se da cuenta de eso, trae comida, donaciones y se preocupa y ocupa del otro.
ES: Hay gente que dona, pero en el día a día no es solidaria. Muestran su poder en dar…
PM: Rescatemos lo positivo. Dedicar dinero y tiempo a ayudar está bien, después -como en todas nuestras motivaciones humanas- si lo hacemos desde la superioridad hay que purificar esas intenciones del corazón. En realidad, es la mirada que uno tiene hacia el otro. Si lo vemos como un vago porque no trabaja o porque no tiene educación, no lo vamos a considerar como un humano digno de vivir y ser ayudado como un par; como un hermano que tiene dificultades.
ES: Depende de la oportunidad que haya tenido…
PM: Claro. Gracias a Dios con la familia que tuve recibí educación, me dieron todo; pero hay gente que nació en otra situación. Por eso tengo que comprender, escuchar, ver sus necesidades, no cerrar los ojos o mirar para otro lado, no decirles borrachos, vagos, negros, chorros, drogadictos, porque con esa mirada es imposible acercarse. Probablemente no podré solucionar el problema de su vida, pero sí verlo como un hermano y ayudarlo. Jesús dice: Ustedes recibieron gratuitamente, den gratuitamente. El afecto, la demostración afectiva y efectiva, es lo que sana.
Hay una frase hermosa del padre Mamerto Menapace (monje y escritor argentino) que dice: No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo. Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando el Dios de la historia venga, nos mirará las manos.
ES: Nos tenemos que hacer cargo.
PM: Ser cada vez más parecidos a Jesús. Él era pacífico, abierto, manso, humilde, sencillo, acariciaba con sus manos, perdonaba, amaba de corazón, trataba de sanar a todos los que podía.
ES: Entonces seríamos Santos…
PM: El Santo no nació Santo, pero dejó que Jesús transformara su corazón, fue viviendo una vida más espiritual, más de amor. Hicieron cosas maravillosas y ellos nos muestran que es posible, que no es algo inalcanzable.
Texto y foto: Isabel Bláser