Extranjeros, residentes–hay que dialogar!
Me mudé a San Telmo hace más de dos años, cuando el boom turístico apenas empezaba a notarse. La Argentina todavía sentía los efectos de la crisis y San Telmo parecía una opción relativamente económica, un lugar algo inseguro, pero de todos modos un barrio tranquilo con mucho encanto. Ahora San Telmo es una de las zonas más demandadas de la ciudad por turistas y porteños, y los habitantes del barrio están experimentando las refriegas propias de un gran boom turístico, acompañado por la sombra sigilosa pero persistente de la gentrificación. Este término, tomado del inglés, se refiere al proceso de revalorización inmobiliaria de barrios tradicionales. Un resultado puede ser que residentes y negocios de larga trayectoria sean desplazados.
Da la casualidad que antes de venir aquí ya era veterana de fenómenos turísticos y olas de gentrificación. Criada en las isla hawaianas en el Pacífico, observé mientras mareas de visitantes barrían nuestras costas en los años ’80 y ’90. En Hawai, mi generación creció con un fuerte rechazo a las masas de turistas que llegaban todos los años para pasar sus vacaciones en el paraíso (muchos también terminaban comprando su pedacito de terreno). La mayoría de estos visitantes ignoraban los costos sociales, medioambientales, y económicos de su presencia. Éstos costos los sufrían los residentes locales.
Es fácil volverse hostil cuando uno ve que su barrio o pueblo de toda la vida se transforma en algo irreconocible e inaccesible, incluso para sí mismo. En años recientes la localidad donde yo vivía, Kailua, en la isla de Oahu, ha sido “descubierta” por gente de afuera, de forma parecida a la manera en que Buenos Aires y San Telmo han sido repentinamente “descubiertos» por turistas europeos y estadounidenses. El resultado es que los precios de inmuebles en Kailua han disparado, y lo que antes era un tranquilo pueblito playero se está convirtiendo en un chic enclave de casas de invierno para jubilados ricos de los Estados Unidos.
Irónicamente, ahora observo mientras muchas de las mismas dinámicas de desarrollan aquí en Buenos Aires. Nuestra ciudad, parecería que de un día al otro, se ha convertido en un destino predilecto para el viajero internacional. Es quizá la primera vez en la historia, y seguramente la primera vez desde que el turismo se convirtió en un masivo fenómeno global, que Buenos Aires se ve en la situación de ser considerada un destino turístico de primer rango. La diferencia es que aquí me encuentro del otro lado de la cuestión, y soy una de los «recién llegados,» atraída a Buenos Aires, como lo son mucho de los extranjeros residentes o expats, por el estilo de vida y la riqueza cultural de la ciudad. Alrededor mío observo tempranas señales de que la identidad de San Telmo está en peligro de desdibujarse (señales que aprendí a reconocer en Hawai); al mismo tiempo reconozco que mi presencia aquí es una de esas señales.
Sin embargo, también aprendí en Hawai (a través de mi trabajo de promoción social y periodismo comunitario) que casi nunca hay un “malo” en los conflictos de intereses— sólo mala comunicación. En el caso del turismo, no se puede culpar solamente a los turistas por no respetar la cultura y las sensibilidades locales. Parte de la responsabilidad pesa con residentes y gobiernos, que deben brindar a los visitantes la información que necesitan para que éstos puedan comportarse de una manera que respeta y ayuda a preservar el tejido social y cultural. Por supuesto, los turistas también deben hacer un esfuerzo para aprender y adaptarse. Todos pueden salir ganando cuando las partes actúan responsablemente, como observé que ocurría en Hawai con algunos emprendimientos turísticos dirigidos por organismos comunitarios.
En estos años me he enamorado de este barrio tranquilo e histórico con su carácter emblemáticamente porteño. También he visto como algunos de sus espacios pasan por la transformación cosmética, que obligan los imanes de turismo: edificios antiguos y conventillos se convierten en hostels pintados con colores llamativos; cafés de barrio cierran y reaparecen como boutiques de autor; nuevos restaurantes chic apuntan a un mercado de gustos jóvenes y noctámbulos; los bares y fiestas que bullen hasta el amanecer invaden lo que antes eran cuadras estrictamente residenciales.
Por un lado, estos cambios son positivos: gracias a esta nueva movida San Telmo ya no es uno de los barrios céntricos más inseguros. El barrio es más próspero de lo que ha sido en mucho tiempo. Una energía nueva corre en el aire.
Pero por otro lado, hay pérdidas, casi silenciosas, muchas sólo advertidas por los que realmente conocen el barrio: la fuga de habitúes de algunos cafés; el éxodo de residentes y negocios que ya no pueden hacer frente a los alquileres altos o que simplemente quieren vender propiedades ahora que los precios están por el cielo; la pérdida de intimidad a medida que aparecen nuevas caras e idiomas.
Pero hay muchas razones para ser optimistas acerca del futuro de San Telmo. Por mi parte yo me siento esperanzada. Creo que las transformaciones en marcha no están tan avanzadas que se pueda decir que el alma de San Telmo está en vía de perderse.
Eso sí, creo que la preservación del espíritu de esta pequeña comunidad dependerá de una cosa tan sencilla que la gente suele pasarla por alto: la comunicación. La comunicación es la sangre viva de cualquier comunidad. Es lo que facilita que los vecinos establezcan y refuercen lo que tienen en común; la comunicación es lo que les ayuda a enfrentar los desafíos juntos en vez de dejarse fragmentar. La comunicación es lo que crea el entretejido de valores y suposiciones que eventualmente se arraiga tan profundamente, que no es necesario definirlo o nombrarlo.
Ahora, con la llegada repentina de influencias e inversores de afuera, esa tela está empezando a estirarse y puede llegar a rasgarse en algunos lugares. Para que el auténtico San Telmo sobreviva este periodo de cambio, tienen que suceder conversaciones puntuales y honestas que echen luz sobre lo que se está ganando y lo que se está perdiendo. Habría que articular una visión del futuro de la comunidad, que sea apoyada por la mayoría de vecinos y negocios. Esta publicación es sólo un vehículo entre muchos para sustentar ese dialogo. Esperamos que todos participen.
—Catherine Black