Mercado de San Telmo
“No se vayan nunca”
El mercado de San Telmo nació allá por el año 1897, como fruto del proyecto elaborado por el Arq. Juan Antonio Buschiazzo (1845-1917). En el año 2001 fue declarado Monumento Histórico Nacional por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad. Emplazado en pleno corazón del Casco Histórico, es un icono de nuestro barrio y de la ciudad. Más allá de estos datos significativos, hay mucho por detrás.
Repasando parte de su historia, los que lo vivimos por un largo tiempo, percibimos cómo -bajo un mismo techo- (reconocida estructura de excelente diseño en hierro forjado) se produjeron cambios sustanciales.
Resulta que el mercado funcionaba en su totalidad al servicio del abastecimiento vecinal. El intercambio fluido y cotidiano, entre comerciante-vecino, que se daba a la vera de los distintos puestos, le otorgaba un clima que me atrevería a calificarlo como territorio familiar de excelente convivencia.
Quizás sin pretenderlo, se había creado un espacio comunitario enriquecido por frases como: «Buen día… ¿Cómo anda?… ¿Cómo está su hijo?… ¿Qué va a hacer de rico?… Saludos a su esposo…. Está muy desabrigada…. Cuídese…. Hasta mañana». Enumerarlas sería casi interminable.
Este sencillo y afectuoso ejercicio brotaba del interior de las tradicionales carnicerías, fruterías, verdulerías, fiambrerías, panaderías, mercerías y tantos otros puesteros.
Los cambios estructurales, la aparición de los mercados chinos, de las cadenas de supermercados, la cambiante situación del entramado socioeconómico, la suba de los alquileres, la especulación echó por tierra este invalorable y cálido equilibrio logrado a través del tiempo.
Aparecieron pequeños «compartimentos» que, lentamente, se fueron poblando, primero con anticuarios que emigraron de sus locales ubicados sobre la calle Defensa para reubicarse en el mercado, luego tiendas de venta de ropa vintage, de libros usados, de juguetes, de muñecas, de discos y muchos otros.
Este fenómeno trajo aparejado el ingreso de turistas de paso curiosos, ávidos de ver o adquirir algo distinto. La oferta y demanda pasó a ser otra, incluso la estética fue otra.
Así apareció la cafetería boutique Coffee Town (en inglés) y la reciente panadería Francesa (en francés). Los agradables y generosos pasillos fueron irrespetuosamente ocupados por sillas y mesas, dificultando el paso. La estética, el diseño y mobiliario de los nuevos locales rompió la armónica escenografía existente. Pasamos del amigable saludo vecinal al repetido discurso del guía turístico, dándolo a su pequeño grupo de visitantes transitorios.
Me animaría a definir este cambio como un claro ejemplo de pérdida de identidad y desvalorización del conjunto, alentado por la especulación de sus dueños y el mirar para otro lado de los funcionarios de turno, llamados defensores del patrimonio. La diversidad enriquece mientras respete pautas que hacen a la identidad, sentido de la pertenencia y fisonomía de un lugar patrimonial.
No quiero cerrar la nota sin decirles a los imbatibles y empedernidos personajes que siguen presentes detrás del mostrador de la carnicería, la pollería, la fiambrería, la panadería, la mercería, la tienda, la perfumería; a todos ellos: «No se vayan nunca».
Texto y fotos: Arq. Alberto Martinez