Preservar el barrio es preservar los vínculos

Tres vecinos antiguos explican por qué vivir en San Telmo es vivir en familia

Cuando el turismo llegó a San Telmo hace unos 20 años y empezó a cambiar su fisionomía, el turista venía con añoranza y una apreciación por el pasado. Era mucho menos comercial, en ese sentido, y a pesar de los cambios el vecino no había perdido tanto su identidad. Si San Telmo sobrevive como barrio, tiene que preservar esta identidad, que yo creo es -sobre todo- una identidad familiar.

La amistad y la costumbre, ambas construidas en la calle. Foto: Catherine Black

La amistad y la costumbre, ambas construidas en la calle. Foto: Catherine Black

Yo me crié con esta sensación de familia en el mercado de San Telmo, que era casi como una segunda casa donde mis padres tenían un negocio. Entre los puesteros había diferencias de nacionalidad  españoles, turcos, italianos, argentinos— pero eran realmente como una familia. Salir de la parte de abajo hasta la calle Defensa, por ejemplo, era toda una ceremonia de saludar a la gente en los almacenes, vinerías, panaderías y carnicerías que había en ese pasillo.

No hay que olvidar que en aquella época (hablando de los ’50 a los ’70) el barrio era mucha gente humilde y trabajadora, y el hombre salía a trabajar y la mujer era ama de casa y todo era “Doña” y “Don”. Y en casi todos los puestos si la mujer decía al puestero: “Mirá, mi marido no cobró” no había ningún problema y se fiaba sin preguntar. Casi todos los puestos tenían gatos porque había ratas, y todos sabían cuál era el gato de quién, hasta ese nivel de comunidad había.

En el negocio de mi padres se vendía lupines y todos los días venía mi amigo Miguel y le decía a mi mamá: “Doña, me llevo un lupín” o en la pérgola de abajo había un señor que te daba una especie de cucurucho de dulce de leche que guardaba en unos tarros grandes y era así de familiar, porque todos se conocían, hacían de contención social, como una gran familia donde se cuidaban entre todos… a lo mejor hoy la gente va a la analista para hablar y sentir esa contención.

El mercado realmente era un lugar de encuentro del barrio. La plaza era distinto, más un lugar donde la gente iba a tomar aire fresco y descansar. Pero ir al mercado era un paseo —y los sábados no se podía ver por la cantidad de gente. Era como Florida a las dos de la tarde porque se cerraba los domingos y había que comprar para el día siguiente. Como era el fin de semana, los chicos venían y los padres también. Ponían tarimas con caballetes en el medio del pasillo de la parte alta y había gente que vendía de todo: telas, limones, especias, juguetes. Una mujer arreglaba medias de nylon de mujer con puntitos casi invisibles… Era un mundo de gente donde podrías pasar horas porque siempre te cruzabas con alguien con quien hablar.

Yo creo que la mejor forma de preservar estas maneras de relacionarse, que son bien de barrio, es involucrar a algunos de los viejos que todavía están, y la otra gente que quiere al barrio, y hacerlos participar. Aquí hubo mucha gente que se fue del barrio, incluyendo gente mayor que se fue muriendo. También cambió la idiosincrasia del porteño joven que generalmente desprecia su historia y el pasado. Los hijos o sobrinos o nietos de esa clase de vecino desaparecieron o no les interesa el barrio como barrio. A lo mejor, les enorgullece que San Telmo sea un barrio histórico o un atractivo turístico, pero no por ser el barrio que fue en una época.

—Francisco Ercolano

Lo que yo quiero que se preserve de San Telmo son los vecinos, la comunión y la amistad entre los vecinos —el feliz, el infeliz, el bueno, el malo, todos. Yo hablo con todo el mundo y me gustaría que la comunión que hay en mi cuadra se extienda a otras. En la cuadra mía hay gente de muchos años, quedaron unos cuantos abuelitos y negocios que están hace mil años. Yo voy y vengo y les doy una mano siempre. En el súper los ayudo a embolsar, o a llevar una escalera si alguien lo necesita. Hay algo en San Telmo que es distinto, tiene historia, y tiene mucha familia que te envuelve. Es una historia de barrio, de vecinos parados en la puerta o sentados afuera, charlando, pasando tiempo juntos. Cuando era chico era más común verlo: salían en pijama y musculosa los hombres y las mujeres en batón y delantal para charlar cuando terminaba el día de trabajo o durante el fin de semana, y te convidaban una galleta. Había de todo, italianos, españoles, turcos, polacos, algún alemán metido por ahí, pero sin embargo se sentía entre todos como familia. Hoy siento esta comunidad todavía en el caminar cuando me cruzo con alguien que conozco y nos paramos para hablar. Aquí hubo una intrusión de gente extranjera en los últimos años y por eso el que está acá hace mucho tiempo es importante que sirva de guía para el nuevo para que sepa cómo ubicarse en el barrio.

—Hugo del Pozo

La nuestra es una cuadra especial. Nos conocemos todos. Salvo dos o tres edificios son todas casas de familias. Salís a la calle y conocés al ferretero, el kioskero, la peluquera… eso genera que haya una conexión. Es una cuadra de vecinos atentos —cuando algo pasa, como un robo o un incendio— se comunica enseguida uno al otro. Entre nosotros nos queremos y nos odiamos, pero cuando llegue el momento de ayudar alguien no dudamos ni un segundo. Es como una pequeña familia.

—Martín Sandoval

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