El turismo en San Telmo debería respetar la economía (y la gente) local

No se trata del turismo, sino de quiénes viven y comercian el barrio

Hubo un tiempo en que no se usaba miriñaque en San Telmo. Hubo un tiempo que quién sabe si fue hermoso. Hubo un tiempo en que existían mercerías, zapatillerías, almacenes, bazares, ferreterías, bares sin más pretensión que ser bares, más verdulerías y carnicerías dentro del Mercado, vecinos que, en ojotas o bellos tacones, tomaban cafés especiales y grapas en el único bar que estaba despierto toda la noche en el barrio. Ese tiempo fue hace… diez años. Y cinco, y tres. De a poco, llegaron comercios de bellos diseños de objetos, ropa, restaurantes creados en base gourmet, más bares, hostels y hoteles boutiques y, de pronto, desalojos y un empujón que dio el mercado inmobiliario provocó la deserción de vecinos que amaban y sentían San Telmo o, simplemente, no sabían vivir en otro sitio. Hecho que, en algunos países, se ha dado en llamar “gentrificación”.

Algunos rubros, como la ropa y la moda, se han orientado casi  exclusivamente hacia el comprador extranjero.  Foto: Nora Palancio Zapiola

Algunos rubros, como la ropa y la moda, se han orientado casi exclusivamente hacia el comprador extranjero. Foto: Nora Palancio Zapiola

Los que vivenciamos estos cambios y nos quedamos a fuerza de pasión, orgullo, suerte o testarudez, compartimos las calles, veredas, paseos y comercios con turistas y con el boom de extranjeros que se instalaban en San Telmo.

Resultó enriquecedor vivenciar un barrio en el que en la vereda se podía terminar conversando con franceses, bolivianos, africanos, noruegos, colombianos, etcétera. Nos gustó. Lo recibimos con orgullo, con sonrisa y magia (como todo sucede en San Telmo). Quizá.

Ahora, antes de que muchos de estos nuevos comercios fueran inaugurando persianas novedosas, a medida que se cerraban negocios de 20, 30 y hasta 60 años, existían –y existen- los comercios que, en esta nota, llamaremos “intermedios”. Por ejemplo: casas de ropa de diseño que fueron precursoras, que lucharon desde los comienzos, cuando las leyendas de conventillos alejaban a turistas y porteños de comprar en esta zona; ellas peleaban por dibujar ropas y objetos diferentes y entregarlos aquí, muy lejos de Palermos y San Isidros…

Algunos vecinos nos pusimos al hombro esa pelea de vida de los comercios con propuestas modernas y comprábamos allí nuestras ropas, los recomendábamos y llevábamos amigas que se sorprendían de que “tan lejos” existieran ellos, lindos, nuevos, de calidad. Los dueños de esos comercios nos trataban como “vecinos”. Traducido esto, nos daban las prendas a pagar y esperábamos con ansias, por ejemplo, los veranos para comprar los suéters a mitad de precio. Así, de a poco, su propuesta, con fuerza, paciencia y nuestra voluntad de acompañar su existencia, los hicieron, hoy, comercios importantes y con un importante incremento en sus ventas.

Eso fue hace un tiempo… Hoy, las prendas de invierno en pleno verano, a los mismos vecinos, nos cuestan apenas un diez por ciento menos “porque, sino, igual se las lleva un turista”. Las cuotas o la confianza de barrio mutó a la tarjeta de crédito o a irte con la bolsa vacía mientras vemos que, turistas (y lo vemos con alegría) cargan las suyas en los que alguna vez fueron comercios a nuestro alcance (al de los vecinos).

Hoy, un domingo, dentro de un negocio se puede escuchar la no alegre frase de que “no fue un buen día porque estuvo lleno de argentinos”. Otra posibilidad es que debemos  pagar una cerveza al precio denominado “turista”. Esto, por supuesto, produce que bajemos el consumo “interno”.

Quizá, ante la pregunta de qué turismo queremos, se me ocurre jugar a dar una vuelta gramatical y proponernos la inversión de la duda. ¿Qué tipo de habitantes y comerciantes queremos en el barrio? Singularizando, pues, digo que no sólo deseo, sino que es profundamente necesario que, al menos, un sesenta por ciento de habitantes y comerciantes estén comprometidos con el barrio en el que logran sus ganancias, o viven. El turismo es un hecho abstracto que toma consistencia en la medida de qué se le ofrece. No es malo ni es bueno. Es, quizá, ambas cosas. Depende de quién, cuándo y cómo lo mire. Quizá hasta sea enriquecedor a la cultura desfachatada, caótica y por eso bella de San Telmo. Es un negocio. Es cultura. Es vivencia. Es parte.

El turismo que deseo, ansío y considero necesario es aquel que sabe que no debe ser estafado y sí que está de paso en un sitio con un panorama económico y social complejo. Pero, por sobre todas las cosas, que acepte que la comunidad de San Telmo, esa que visita, tiene otros beneficios y que será bienvenido e integrado de mejor manera si el lugareño puede sentir que no paga el precio de una temporada turística.

El turismo que insto no es el turismo; se trata de los que tienen algo para ofrecerle y ofrecernos. Se trata de un cambio de mentalidad en los habitantes y comerciantes. De una diferenciación para que podamos seguir y vivir en el lugar que elegimos estar. Y lo elegimos día a día.

Un sueño de continuar caminando por las calles sintiendo que es mi lugar. El amigable rostro de San Telmo; mágico, único. Mirarnos a los ojos. Encontrarnos en el barrio que queremos vivir.

—Nora Palancio Zapiola

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