¿Qué es esto?
Esta pregunta sobre el buzón de la esquina de Carlos Calvo y Perú, hecha por una turista brasileña que vive en Uruguay, “disparó” este artículo sobre: el buzón ya que muchos pasan cerca de él y no saben qué es ni para qué sirve o -mejor dicho- sirvió.
Dice la historia que todo empezó cuando un cartero polaco, en el siglo XVII, para no tener que recorrer uno por uno los pueblos en días determinados, se le ocurrió crear un recipiente para que las personas que vivían en ellos dejaran sus cartas y él las pasaría a recoger todas juntas. Obviamente fue una exitosa idea que se hizo popular a mediados del siglo XIX y fue en la capital de Polonia donde se vieron los primeros buzones públicos.
Lo cierto es que el “buzón de la esquina” seguramente recibió en sus “entrañas” muchos sobres que atesoraban cartas amistosas, recordatorias, amables, agraviantes, temerarias, con avisos de pago o cobro, que trasmitían buenas y malas noticias, que llevaban o traían avisos, que eran esperadas e inesperadas. En fin, noticias de alguien que se acordaba de nosotros de una u otra manera, para bien y para mal. Muchas de ellas las esperábamos ansiosamente y otras, no queríamos ni siquiera recibirlas.
Todo se transmitía a partir de la escritura en un papel, comprar la estampilla en un local, caminar hacia el buzón que estaba en alguna esquina del barrio, introducir el sobre en ese agujero oscuro que semeja una gran boca y luego saber esperar…
¿Qué?… que pasara el cartero en el horario de turno, abriera -con una llave que solo él tenía- la puerta rectangular que se encuentra debajo de la bocaza donde se “escondía” una bolsa que acumulaba en su interior todas las cartas echadas por los escribientes, descargarlas en su bolso, cerrar nuevamente la puerta con llave y retirarse caminando con destino al correo cercano donde les daban entrada y luego las juntaban con las otras cartas de los otros buzones de zona para que cuando pasara la camioneta del correo central, las recogiera para distribuirlas en las correspondientes oficinas de los correos del domicilio donde habían sido destinadas y así el cartero de esa zona las entregaba en la puerta de los destinatarios.
¡¡Ufff!! Me acabo de dar cuenta que me cansé de solo contarlo. Debe ser por eso que decidieron suprimir la parte del buzón, para agilizar el trámite de la correspondencia. Pero ese paso era, precisamente, el más pintoresco, el más difícil de sortear si la carta era de amor-odio porque una vez que la “bocaza” del buzón se “tragaba” el sobre, casi todo estaba perdido si queríamos recuperarlo… era toda una odisea esperar al cartero, convencerlo de que uno era el que la había escrito y -llegado el caso- recuperarla por el arrepentimiento de ese acto tan personal, así el destinatario nunca se enteraría y todo seguiría igual, como si nada hubiera pasado.
Ahora está allí, en la esquina, con su silueta redondeada y su color rojo que sigue llamando la atención. Antes de que a alguien se le ocurra sacarlo, para poner mesitas en la vereda o porque es inservible, les pido a las autoridades que lo protejan porque es una reliquia histórica y, como tal, cada uno de ellos tendría que permanecer como testigo de lo que en algún momento fue la comunicación social escrita.
Texto: Isabel Blaser/ Foto: Hugo Del Pozo