Un Maestro en lo suyo

 

 

 

 Alberto Selvaggi, horólogo

Como no puede ser de otra manera, llega puntualmente al lugar del encuentro. Este hombre nacido hace 77 años, pero con un espíritu curioso como cuando era un niño, es la persona que más conoce de grandes relojes. No es simplemente una afirmación, es la realidad. Por eso El Sol quiere que conozcan parte de su vida y se enorgullezcan de tener un vecino con una profesión tan única y original, que es casi imposible no valorarlo.

 

El Sol: Concretamente ¿Cuál es su profesión y cómo fue su aprendizaje?

Alberto Selvaggi: Soy relojero de relojes grandes. Trabajé con piezas chicas desde los 15 a los 25 años y después relojería doméstica. Como todo, se aprende. Por suerte tuve buenos maestros, pero también leí muchos libros. Tengo una biblioteca de 350 volúmenes solo de relojería.

 

¿Por qué se inclinó por los grandes?

Casi por una cuestión estética, porque en esa época los relojeros usaban la lupa en un ojo y esto hacía que quedara fijo e inanimado, solo movían el otro. Yo no quería que me quedara así para siempre, por ese motivo elegí los grandes. De cualquier manera el arreglo de los relojes de torre era por gusto, porque sabía que eso no daba para vivir. Para sostenerme económicamente arreglaba relojes de pared o los de pie, los que tenían en los domicilios; la relojería doméstica. La otra era un placer. No me atraen los relojes chicos, los otros tienen ingenio, siempre aparece algo nuevo. En la relojería chica hay mucha repetición.

 

¿El arreglo de los relojes grandes es igual que la de los pequeños?

La relojería pequeña tiene principios completamente distintos porque los grandes tienen una historia de 500 años de relojería, es mucho más amplia teniendo en cuenta que la de los más pequeños, los que me llegan, su antigüedad es de no más de 150 años.

¿Y su técnica es similar en el mundo?

No, estuve en Inglaterra muchas veces. Llegué a ser miembro de la Sociedad de Relojeros que es una institución de 160 años que se dedica a la difusión del arte de la relojería y su historia. Hay reuniones, congresos, foros, simposios de todos los socios y tiene una sede con una colección fabulosa de relojes; cuando encontraban algo curioso -no valioso- al morir lo dejaban en la institución, para que se conocieran las obras más extrañas, piezas únicas fuera de serie que alguien encargó. Un objeto curioso, piezas raras. Y eso es hasta hoy.

 

¿Cuál es el más antiguo de la ciudad y el más difícil de reparar?

El de la iglesia del Pilar y no son todos iguales pero hay un esquema que se va repitiendo, aunque el sistema de ingeniería va avanzando. Cuando uno ve el Big Ben y observa lo que se hacía antes, es el sumun de la ingeniería en 1850. En comparación, el de la Torre de los Ingleses tiene 70 años de progreso.

 

¿Desde cuándo hace el mantenimiento del reloj de la Legislatura?

Hace 26 años. Mi tarea es que funcione el reloj grande y los otros 32 -antes eran 80, pero con la reforma algunos ya no están- que él comanda eléctricamente: en Presidencia, en la sala del recinto, los pasillos… Entré porque me llamó el arquitecto que dirigía las reformas del edificio -de apellido Gonzalo-, para proponerme que me dedicara -de por vida- al reloj de la torre, que no funcionaba. Y agregó: “Porque sé que usted es el que más sabe”. Me sorprendió que tuviera armado todo un expediente con mi nombre en la tapa, donde estaban todos mis antecedentes profesionales. No duró mucho tiempo, era xilógrafo, músico, una persona con mucho vuelo para ese lugar. Lo siguió otro profesional con un perfil parecido que, cuando empezó la obra, me llamó y me dijo que quería que mientras durara la misma el reloj debía funcionar. Me preguntó cuánto ganaba, le dije $950 y me ofreció un contrato por $900 para que no dijeran que hubo acomodo. Estuve dos años hasta que entregó el edificio reciclado y las nuevas autoridades de ese momento me comunicaron que no necesitaban mis servicios. Me fui y el reloj se paró a la semana porque necesita mantenimiento. Entonces, salió una editorial en La Nación diciendo cómo el reloj del nuevo edificio no funcionaba. Me volvieron a convocar, a preguntarme cuánto cobraba y me ofrecieron $650 ¡Menos aún! Acepté y les dije: porque ustedes van a pasar y yo voy a quedar. Y así fue.

 

¿Cómo cree que se “despertó” su profesión?

No sé si es por esto, pero recuerdo que cuando era muy chico mi papá -empleado administrativo ferroviario- tenía dos obsesiones: una, que supiera la hora antes de leer y escribir y luego que supiera leer y escribir antes de ir al colegio. Entonces, a las bandejas de cartón de las tortas le ponía dos agujas -también de cartón- agarradas con una chinche y armaba un reloj. Luego dibujaba los números y, de esa manera, me enseñó a leer la hora. Cuando íbamos de visita, hacía que mostrara a todos mi habilidad. Pero mi pasión eran las campanas. Por su sonido y su magnificencia. Mi padre se ocupó de conseguir una de origen chino, pequeña, para que -por lo menos- tuviera alguna. También me llevaba a la iglesia de Nuestra Señora de los Buenos Aires, donde había un juego enorme de campanas en la torre; pero no podía verlas de cerca. Recuerdo que alrededor de los 10 años, un domingo, fuimos a la Torre de los Ingleses, subimos con el ascensor y arriba -donde está el recinto del reloj- se asomaban el péndulo y las pesas. Cuando vi el péndulo gigantesco, dije: “Yo quiero hacer esto”. Estaba fascinado.

¿Y luego, cómo aprendió?

Un tío era amigo del Ing. José Luis Delpini quien proyectó y construyó -en 1934- el Mercado de Abasto y me dijo que fuera a verlo porque era socio de Escasany (dueño de la más importante joyería y relojería del país). Él me recomendó no entrar ahí -porque no iba a aprender nada- sino buscar maestros para que los indague. Y tenía razón, porque ya trabajaba arreglando relojes… pero me interesaba otra cosa: la mecánica de los grandes relojes. Un tallerista que trabajaba con una relojería del centro me mandó a ver a un maestro, Nicanor Insúa (todavía tengo relación con su nieto que sigue con la relojería). Me tomó como cadete, era muy callado y cuando le preguntaba algo me decía “¿Cómo, no sabe hacer esto?” Y me indicaba. Cuando me mandaba a comprar alguna pieza iba a un negocio en la calle Libertad que vendía repuestos, cuyo dueño era austríaco -Rodolfo Kopp- y sabía de música, geometría, matemática; como un Paenza de esa época. Era muy interesante escucharlo. Un tipo increíble.

Al señor Negré, dueño de la relojería donde estaba Insúa, en realidad no le interesaba continuar su heredad. En el sótano tenía relojes abandonados, libros, catálogos… le dijo a Insúa que se llevara lo que quisiera y él me lo ofreció a mí. Empecé a juntar repuestos y esas cosas… entonces me cuestionó: “¿Qué se lleva, chatarra? No, llévese las revistas, los catálogos… que eso es conocimiento”. Así hice y mi mamá -como eran muchas- me dijo que le sacara la publicidad, dejara lo que sirviera y, entonces, guardé toda la información…

 

¿Cómo es la historia de los relojes?

De la relojería mecánica, porque antes había de sombra y de agua. La única certeza que hay es alrededor de principios del 1300, pero de poco tamaño, después los van agrandando. No es que nace de un día para el otro, hay una evolución, una necesidad. Empieza en las iglesias; para las oraciones, un monje -custodio del reloj- marcaba los tiempos, porque durante la noche todos debían levantarse para rezar. De día se manejaban con un reloj de agua, que iba descendiendo y marcado con una aguja el paso del tiempo y de noche con relojes de vela, haciendo rayas calculando cuánto consumía de una raya a otra.

Era una gran responsabilidad…

Sí, era un cargo muy especial, porque se podía dormir y si no hacían la oración caían en pecado. Entonces se les ocurrió hacer un dispositivo muy elemental dividiendo el tiempo en lapsos cortos, donde sonara una campana por si se dormía el encargado. Luego imaginaron automatizar ese sistema, para que toque directamente una campana grande y con marcha muy corta -de 2/3 horas- que era los tiempos que necesitaban para hacer la oración. Así, los construyeron más grandes. Hasta ese momento no se habla de indicación de la hora, por eso muchos relojes en Europa no tienen cuadrante. La máquina suena, pero no marca el horario. Hay que tener en cuenta que la gente era analfabeta, escuchaba pero no sabía leer los números. Por otro lado, eran los tiempos de rezo y en cada congregación eran diferentes.

 

Imagino que no abundaban estos enormes relojes…

Primero estaban en las iglesias, pero luego cada ayuntamiento quería impresionar a los vecinos con un reloj y allí comienza la competencia, lo que provoca su desarrollo. Aparece el reloj de Praga (1410) que tiene todo para deslumbrar: da la hora, representa las órbitas del sol y la luna, los signos zodiacales… Y luego la torre del reloj de los moros en la Plaza de San Marcos en Venecia (1499), con toda su historia.

 

Y aquí ¿Cuál destacaría?

Al de la legislatura le tengo cariño porque -como dije- hace 26 años que lo mantengo. Hay que saber para hacer el mantenimiento, porque suceden cosas que van produciendo problemas. Por ejemplo el engranaje agarra a una paloma que entró o una gotera comienza a oxidar alguna pieza. Todo lo hago yo, desde la parte eléctrica -porque es electromecánico, data de 85 años- hasta cualquier detalle.

El que me parece maravilloso que exista, en un lugar donde se desprecia todo, es el de la Iglesia del Pilar. Es de 1730 y lo hizo el maestro relojero inglés Thomas Windmills. La curiosidad es que no se conocía ningún reloj de torre echo por él y este tiene su chapa o sea la firma. Sé que los relojes no lo hacían directamente los que firmaban, sino especialista herreros y aquellos ponían su nombre.

¿Quién lo trajo?

No se sabe, algunos dicen que está desde que se levantó la iglesia, pero hay grabados antiguos donde no se ve el reloj. Si es así, creo que fue instalado allí cuando inauguraron el cementerio de la Recoleta, ya que la curiosidad es que tiene números arábigos y ese tipo duró muy poco en los relojes de torre -1800/1820-. Por eso digo que lo trajeron de otro lado. Además, una parte está incompleta. Cuando lo colocaron le hicieron reformas, pero no lo restauraron. Hay detalles que indican que su instalación es de alrededor de 1820 no de 1730.

 

¿Quién arregla lo relojes de la ciudad?

La Dirección de Mantenimiento del GCBA. Antes había 30 relojeros que iban por todas las iglesias, edificios públicos y los controlaban; ahora está muy reducida.

 

Selvaggi fue declarado, en 2003, Patrimonio Vivo de la Ciudad ¿Cómo surgió esa inquietud?

Fue una idea de la Arq. Silvia Fajre que se inspiró en la cultura japonesa donde hay un grupo de maestros que son los encargados, por obligación moral, de transmitir sus conocimientos. Tienen la posibilidad de saludar al maestro y el derecho a hacerle algunas preguntas puntuales de su especialidad. El maestro contesta y luego la persona usa ese conocimiento y lo transmite. Es un grupo de más de 40 maestros que transfieren su sabiduría que, para ellos, es fundamental para su cultura, por ejemplo: cómo se poda un cerezo, cuál es la norma.

 

¿Hubo algún otro nominado?

Claro, los elegidos fuimos: Sarah Bianchi (docente, titiritera, directora de teatro, escritora); Luis Rodríguez (calesitero) y el Arq. Carlos Onetto (pionero de la restauración).

 

¿Qué repercusión tuvo eso en su vida profesional?

Ninguna. Ya me lo había dicho Sarah Bianchi cuando nos nominaron: “No esperes nada, nadie nos va a preguntar nada”. Y así fue y sigue siendo. Es lamentable porque soy el único que tiene el conocimiento de arreglar relojes grandes, los otros ya fallecieron.

¿Tiene alumnos?

No, me guio un poco por la costumbre oriental, algunos han preguntado y le contesto pero todos los que preguntan es por una cuestión personal no para trabajar y no veo que haya ningún interés.

 

¿Cómo hacemos para que su conocimiento continúe?

No sé, creo que no importa. Hay dos escuelas de relojería: en el Otto Krause y en el gremio de relojeros. Ofrecí charlas para que tengan el abc de la relojería grande, pero no les interesa.

 

Hace 32 años que vive en Perú y Chile. Conoció al Arq. José María Peña en 1974 “y nos hicimos amigos, tanto que le busqué el departamento que luego habitó frente a la Biblioteca Nacional -México 564, CABA-”. Por eso le pregunto ¿Cómo ve al barrio? Y me contesta, apesadumbrado: “Veo que cada uno hace lo que quiere, no conocen el valor que tiene y si lo conocen, no lo respetan”.

 

Alberto es un libro abierto. Cuando nos despedimos, dice: «Me alegro cuando veo relojes que vuelven a funcionar, luego de estar parados mucho tiempo, porque alguien los puso en marcha».

Texto y foto: Isabel Bláser

 

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2 Respuestas

  1. Francisco dice:

    Hombres como Alberto Servaggi cada vez son menos. Como me gustaria conversar con el. Si alguien tiene su direccion o mail se lo agradeceria. Mi abuelo que vino de Suiza tenía la profesion de relojero.

  2. Monica dice:

    Yo encontré hoy un local con un telefono y su nombre en la calle Peru. Hay relojes de pie en el local.
    11 5889 9226

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