Un fotógrafo que “nació” en el Colón
Voy al encuentro de Jorge Fama, uno de los fotógrafos más importantes del país que se ha especializado en diferentes formas de expresión del arte, como la danza y el teatro. Siento que -a través de una amiga en común, Graciela Fernández- encontré otra “perlita” en San Telmo…
Me recibe en su hermosa casona de la calle Brasil donde, al subir la escalera de madera, intuyo que estoy entrando a una historia de vida apasionante, porque veo -exhibidas en sus paredes- tremendas fotos de su autoría o portarretratos que lo muestran junto a personas que también se han destacado en sus profesiones. Todo eso y más, en un ambiente signado por el buen gusto en sus muebles, biblioteca llena de libros, perchero con diferentes sombreros, plantas de todos los tamaños y con el remate de una vista asombrosa al histórico Parque Lezama.
En un diálogo fluido, cuenta que nació “en la calle Ayacucho 250, soy hijo único, malcriado, quiero hacer lo que me gusta y ahora -que estoy muy grande- hago absolutamente lo que se me da la gana. Mi padre -médico- quería que siguiera esa profesión, empecé primer año y salí corriendo; hice casi toda la carrera de sociología, pero desde chico sacaba fotos y cambiaba las cámaras por buenas notas porque la fotografía me atrapaba. A los 18 años, fui al Colón con un amigo de la secundaria (que luego conoció a su señora en la fila) y quedamos encandilados. De hecho comencé a sacar fotos a los bailarines, que luego vendía en la salida de artistas por la calle Cerrito en la entrada principal del teatro; ya como empleado, vendía discos de la ópera “La voz del silencio”.
¿Se te ocurrió o alguien te dijo?
® Quería fotografiar a los bailarines y, en ese momento, los fotógrafos que tenía el teatro no cubrían las expectativas porque estaban (y siguen estando) muy burocratizados. Era joven y le agradaba a la gente, entonces -como hablaba algo de inglés- el administrador del teatro me propuso recibir a los extranjeros, cosa que para mí fue bárbaro ya que ganaba plata -que me permitía alquilar un departamento chiquito cerca del teatro- y veía todas las funciones, porque trabajaba ahí. Mi historia con el Teatro Colón, tanto como fotógrafo o asesor ejecutivo, fue maravillosa y compleja.
¿Tu familia cómo vio esta incipiente vocación?
® Soy de familia italiana y árabe, mis padres se separaron cuando yo era chico. Mi madre me apoyó siempre, era muy inteligente, independiente y me crio con la libertad de que hiciera lo que me gustara, sin importar lo que fuera. A mi padre por ahí no le gustó tanto, era un médico muy reconocido y se resignó, pero luego vio que me fue muy bien cuando hice mi primera exposición, en 1971, en el Teatro San Martín.
¿Cómo surgió?
® Son esas cosas del destino. Mis fotos eran buenas -aunque ahora las considero malísimas, porque tenía poca plata para comprar el celuloide y los líquidos para revelarlas- y trabajaba para grupos de ballet, como el de Norma Fontenla o el de Olga Ferri, ambas primeras bailarinas del Teatro Colón. Iba en las giras y cambiaba las fotos por los viajes. Un día decidí irme con el grupo de Olga a Mar del Plata, el de Norma viajaba al interior en avión, fue allí cuando tuvieron el accidente donde todos mueren.
Como Pepsi Cola patrocinaba a Norma Fontenla y yo tenía muchas fotos de ella con su grupo y quería hacer una muestra, la empresa decide auspiciarla como homenaje.
Debe haber sido un suceso dentro de la tragedia…
® Hice la muestra con cientos de fotografías enormes que las revelaba en la bañera de la casa de un amigo, porque no tenía donde hacerlo. Un desastre, eran demasiadas fotos pero tenía 22 años y quería mostrar todo. Como lo auspiciaba Pepsi y se trataba de un homenaje, me invitó a almorzar Mirtha Legrand, quien fue como mi madrina porque se le ocurrió decir que iba a ir a la inauguración, así que la concurrencia fue masiva. Siempre digo que me alcanzó el éxito antes que la calidad.
Te sirvió, después, para mejorar…
® Claro, al irme mejor corregí algunas cosas y hoy esas fotos, que ya no las consideraba porque el negativo está deteriorado o no servía, con las nuevas tecnologías -compré unos scanners- digitalizo el negativo y lo rescato.
¿La tecnología agregó o quitó valor a la creación espontánea?
® Lo digital me sirvió para sumar creativamente. Pelear contra el adelanto es una misión imposible. Siempre traen grandes contras pero también grandes avances, así que la digitalización la recibí con los brazos abiertos y la aplico todo lo que puedo desde el 2000. También es cierto que estoy entre los pocos fotógrafos híbridos que quedan o sea que tenemos una formación analógica sólida estructural, en iluminar; tuve que estudiar sobre la hidroquinona para preparar un buen revelador, porque hacía mis químicos. Ahora los fotógrafos no saben la fórmula de un revelador, tampoco la necesitan.
¿Cómo hacías para encontrar “la” toma?
® Pasé muchas funciones buscando un salto; hubo fotos de Rudolf Nuréyev, por ejemplo en “El espectro de la rosa”, que lo “perseguí” no sé cuántas funciones para lograr fotografiar una pose igual a Vaslav Nijinsky. Actualmente, con la digitalización, esa toma la hubiera podido seriar, pero aun así hay que elegir la exacta, darle la forma final o acabarla y en el contenido va a estar la creación, la impronta personal de lo que uno quiere transmitir.
¿Qué querés mostrar en una foto?
® Esencialmente que la persona sienta algo, que no pase impávido. Me gusta el movimiento y la estética; la idea es detenerme en algo que a la gente se le pueda escapar o que lo haya visto, pero que lo aprecie desde otro lugar.
Transmitirle lo que sentís…
® Cambié mucho desde que empecé a trabajar con Maya Plisétskaya, quien tenía una impronta distinta porque encaraba los personajes y lo hacía desde un apasionamiento diferente. Yo era joven y todavía no había dado rienda suelta a crear como quería o a tratar de transmitir sin que el prejuicio me comiera. Incluso me gusta mucho fotografiar desnudos, pero siempre lo hago desde la estética. Sé que la estética puede estar aún en lo feo, pero mi formación es tal que -aunque quiero crear una cosa más decadente- termino armándolo como siempre.
Te gana la perfección…
® Comienzo con la idea de cruzar ese prejuicio, pero termino haciendo lo que creo que estéticamente se ve bien. Me gusta mucho la pintura y de tanto ver obras busco el equilibrio de las formas, naturalmente. Ya sé cómo quiero las fugas en las fotos, entonces cuando algo desequilibra lo saco para hacerlo lo más perfecto posible. Es la búsqueda de una perfección interna, que por ahí no es tal.
¿Tu amor es la fotografía o la danza?
® Mi primer amor es la fotografía y, posiblemente, el segundo gran amor es la danza. Pero, como me importa mucho la estética creo que cuando descubrí la danza siendo jovencito me fascinó de ella eso: la estética. En aquél momento, Esther Lisogorsky -bailarina del Teatro Colón-me dijo que si quería ser buen fotógrafo de Ballet tenía que estudiar danza y conocer las técnicas. Entonces, alrededor de cuatro años, tomé clases con Ilse Whitman y de paso me modeló el cuerpo porque -como la danza fortalece- me ayudó hasta hoy en día a no estar decadente.
¿Cuántos años estuviste relacionado al Colón?
® Desde 1972 fui nombradofotógrafo estable, como consecuencia de una exitosa muestra en el Salón Dorado del teatro. Luego desempeñé varios cargos relacionados con cultura y la dirección ejecutiva, que me daban más libertad y la posibilidad de tener una actividad artística paralela al teatro, con lo cual podía viajar dos o tres veces al año. También tuve una sociedad con Alicia Sanguinetti, en el Estudio Heinrich, que luego disolvimos, Pero en un momento sentí la necesidad de salirme de ese lugar y ser libre, incluso porque ya tenía instalado el estudio en mi casa. Quería hacer una película de Paloma Herrera (“Paloma Herrera. Aquí y ahora”) y un libro sobre ella (“Encuentro”) y pude concretar los dos proyectos que los trabajé con Julio Panno, quien dirigió la película conmigo y todo lo demás.
¿Las figuras son accesibles y se dejan guiar?
® Es un difícil camino. En el escenario el artista es libre, está entregado al personaje, lo captás cuando querés o te parece que alcanza una toma plena; en el estudio iluminás a tu gusto, tenés alta definición y más perfección técnica, pero conseguir que transmitan espontaneidad es un trabajo de los dos. Ahí hay que combinar mi ego -porque sé lo que quiero- con el del artista que dice lo que quiere y así comienza la “lucha” para lograr la creación. A veces pasa una cosa muy rara: quizás el artista no transmite el “allure” del escenario, pero la cámara capta algo que ni él ni yo vimos y al hacer la copia se produce ese milagro.
Pero sos el profesional…
® Uno sabe lo que va a quedar mejor y trata de trabajar libremente. Hay artistas con los que se han dado comuniones increíbles, que me dejaron trabajar y salieron cosas maravillosas porque confían en que si hay algo estéticamente mal no lo voy a transmitir. Es fundamental la confianza. En ese sentido, Paloma confió ciegamente; la filmamos cincuenta horas y la película tiene una hora cinco minutos, así que hubo que negociar las tomas que yo quería dejar y las que no.
¿Te ha pasado que un artista importante no transmita?
® Están los que la cámara no los “quiere” ni siquiera en el escenario y tienen una técnica impecable y otros que hacen muy poco y cruzan esa barrera hacia el público. También fotografié muchos años teatro y estudié con Alejandra Boero para entender la técnica teatral. Cuando se armaban las fotos para la propaganda, a veces se conseguía transmitir como si fuera la función. Por ejemplo María Rosa Gallo, Alfredo Alcón -con el que tuve una gran amistad-, Elena Tasisto han sido personas con una aureola especial como Maya Plisétskaya en danza.
¿Quién te impactó?
® Tengo varios amores. Por ejemplo, tuve una relación muy particular con Alexander Godunov y pude compartir con él muchas cosas desde lo personal. Siento que las fotos que le tomé tienen un impacto diferente, pero no puedo distinguir si es porque lo creo o porque es así.
¿Quién te quedó pendiente?
® Me hubiera gustado fotografiar a Ulyana Lopatkyna porque la considero de las grandes figuras de la danza. Cuando ocupaba la Dirección Ejecutiva del Colón la traje para bailar el Lago de los Cisnes con Igor Zelensky, pero yo estaba tan abocado a la producción que no podía crear nada. Luego viajé a San Petersburgo y teníamos todo arreglado, pero no pudimos hacerlo porque se enfermó.
Fotografié personalidades avasallantes como Mijaíl Barýshnikov, Godunov o Fernando Bujones. Ahora hay uno que me apasiona, Matthew Ball, actual bailarín principal del Royal Ballet. Acá, Julio Bocca y Maximiliano Guerra, a quien como en su momento tuve una productora, descubrimos y preparamos para la Competencia Internacional de Varna, Bulgaria, donde ganó la Medalla de Oro y gané el premio a la mejor fotografía, con una toma que le realicé del tango de Julio López.
¿Y bailarinas?
® Ludmila Pagliero que está en la Opera de París como primera bailarina, la fotografíe en su primera función del ballet La Sylphide; Marianela Nuñez, primera bailarina del Royal Ballet de Londres, la fotografié en el Covent Gardner y, por supuesto, a Paloma Herrera.
¿Cuál se destaca, hoy?
® Por un proyecto que tengo, fotografié -hace dos años- a Svetlana Zajárova que para mí es impecable porque reúne todo: llega desde otro lugar, tiene una técnica asombrosa más un físico privilegiado. Es parecida a lo que fue Sylvie Guillem, que transmiten poniendo distancia.
¿Y alguna pareja como en su momento Fontenla-Neglia?
® Estoy trabajando en un proyecto donde, para cerrarlo, tendría que fotografiar a alguna pareja joven prometedora del Bolshoi, del Kirov y otra de acá. Pero no sé si ese “fuego” se va a dar porque son otros tiempos y se trabaja diferente; aunque la técnica es cada vez mayor, los físicos son más atléticos. Todo tiene que ver con la formación. Las grandes bailarinas como Eva Evdokimova (compañera preferida de Rudolf Nureyev luego de Margot Fonteyn), con quien me encontraba en Londres e íbamos a los museos, sabía de música, literatura, pintura… hoy eso es muy difícil. Para un artista si sale a bailar Romeo y Julieta, Otelo o Giselle y no se informó muy bien, es más difícil. Hay muchos intuitivos, pero es difícil.
¿Cómo surgió la película y el libro de Paloma Herrera?
® Hacer una película era una asignatura pendiente. Empecé a dar pasos, en ese sentido, hace años cuando produje y codirigí -con mis amigos Los Gabriel- El Espartaco, con Maximiliano Guerra. Quería hacer un documental con Paloma, lo conversamos, aceptó y me dio la exclusividad. Yo ya estaba en tratativas con el INCAA -a través de María Lens- porque el proyecto lo tenía en mi cabeza, enseguida lo autorizaron y al mes comenzamos a filmar al mismo tiempo que hicimos las fotos para el libro. Trabajamos dos días en mi estudio y después viajamos a Nueva York. Una producción hermosa, con trajes de Jorge Ibáñez. Comenzamos en el 2006 y estrenamos en el MALBA en el 2008.
La película tuvo un recorrido muy bueno, yo estaba preocupado,pero vino mucha gente al estreno. Luego un día fui con mi pareja -Walter- a curiosear y cuando abrimos la puerta estaba la gente sentada en las escaleras, ese es uno de los recuerdos más gratos.
¿Tenés algún proyecto en mente?
® Estoy con ganas de hacer una película y otro que está avanzado pero no puedo comentar, que tiene que ver con mi archivo y lo estoy trabajando con una periodista muy conocida. Por otro lado me gustaría hacer otro libro -que se llama Misceláneas y lo estoy separando por capítulos- con fotos de viajes, lugares, con amigos, amantes, desnudos, la vida…
¿Y viajes?
® Me gusta viajar porque he tenido una gran suerte de conocer gente maravillosa y, como no me gusta el invierno, trato de hacer verano-verano. Este año me “agarró” la pandemia acá pero tengo fecha para irme en mayo a Londres, donde siempre hago base porque tengo a uno de mis amigos más queridos -Derek Stancombe- que tiene una casa maravillosa y es como si fuera mi casa. De ahí me muevo, en general voy mucho a Rusia porque tengo otro querido amigo -Andrei Schelkov- y como la vida tiene sus vueltas, los bailarines que fotografié hace cuarenta años ahora están dirigiendo los grandes teatros lo que me permite hacer fotos en el Bolshoi y en el Kirov, para un proyecto puntual que tengo acá.
¿Cómo llegaste a San Telmo?
® A través del Arq. Osvaldo Giesso que era Director del Centro Cultural Recoleta y yo estaba haciendo allí un trabajo fotográfico. Conversando le conté que vivía en un departamento en la calle Paraguay, muy lindo y me dijo “tenés que mudarte a una casa en San Telmo”. En ese momento yo tenía el estudio dentro del Teatro San Martín -donde trabajé nueve años y se crearon cosas maravillosas, fue una época de un ir y venir entre los dos teatros- pero ya tenía ganas de poner uno en mi casa, así que pensé ¿Por qué no? Vi alrededor de cincuenta propiedades hasta que encontré esta, donde podía vivir y tener el estudio. Un amigo arquitecto me dijo: “Comprala porque esa casa frente a un parque -el Lezama-, es única”. Y eso hice, hace ya más de 32 años.
¿Qué lugar del barrio elegís?
® Disfruto mucho mi casa: la terraza, mis plantas, la vista del balcón al parque. Salgo a comer en el Lezama o en el Británico o por los restaurantes de la Av. Caseros; camino por la plaza Dorrego. Soy muy aquerenciado, esta zona me encanta, la siento como si fuera parte de mí.
Al irme, Jorge se da vuelta y en voz baja, como en secreto, con una sonrisa, confiesa que su primer gran amor fue… una máquina de fotos “Vitoret” que me regaló mi madre, Sarita”.
Isabel Bláser