Cómo ser artista, a pesar de…
Creo que en nuestro mundo globalizado y cibernético el Arte es, tal vez, uno de los pocos territorios que le queda al hombre para ejercer una cuota de libertad.
Creo que el Arte es un profundo misterio, que atraviesa y trasciende las diferencias de raza, clase social, credo e ideas políticas. La salvación por el Arte puede ser una utopía alcanzable porque, con educación formal o no, todo ser humano puede participar de este fenómeno creciendo en sensibilidad y humanidad. Precisamente, la humanización de este mundo es uno de los efectos que produce la obra de arte, siempre.
Por eso, el artista está al servicio de este misterio y debe cumplir ese mandato con humildad y lucidez. Debe tener conciencia de que está al servicio de algo más grande que todos nosotros: la Belleza como la otra cara de la Verdad.
En estas reflexiones quisiera transmitir ideas que, tal vez, nos puedan ayudar en el difícil camino de ser artistas.
En primer término, es necesario buscar la mística y la pasión en todo lo que nos rodea, especialmente en la creación de la obra de arte. Ambas son previas y mucho más importantes que la ilusoria ambición de ubicar la obra en el mercado y alcanzar la fama. Una cosa es el mundo de la creación y otra, muy distinta, el mercado que, con sus leyes de oferta y demanda, negocia lo creado.
Sabemos que la obra nace del alma libre y del contexto histórico, pero también se puede promocionar, hacer deseable o sobrevalorar, gracias a un marketing para el que la belleza no es un valor imprescindible.
Es necesario que el artista trate que el mercado no le dicte tiránicamente lo que hacer, sino procesar aspectos tanto creativos como de circulación y comercialización de la obra que produce. Todo creador debe aspirar a vivir de su trabajo dignamente, pero sin someterse a lo que se le pide sin analizar la demanda. Es bueno tratar de vender lo que se pinta y no pintar para vender.
Si desechamos la costumbre de etiquetar las obras de arte, podemos abrir la mente a nuevos aportes más allá de las corrientes, escuelas o sectarismos; porque solo el tiempo puede separar lo valioso de lo falso, frente a tantos esfuerzos de operadores que endiosan o crean talentos donde no hay nada.
Los actores del mundo del Arte (artistas, galerías, museos, ferias, bienales, coleccionistas, web, etc.) interactúan vertiginosamente imponiendo nuevos productos destinados al éxito y a la venta. Por eso se complica mucho el análisis de lo artístico en sí mismo y la validación de una obra de arte como tal.
Pero donde debe haber claridad es en el desarrollo del proceso creativo en sí. Cuando el artista se enfrenta al tema que lo deslumbra (a veces el tema lo elige a él) se llama a silencio y, antes de abordarlo, pregunta si realmente lo ama, como para dejarse llevar por él humildemente hasta agotarlo. O quizá prefiera tomarse un tiempo para ver qué aspectos de él lo atraen realmente. Esto trae como riesgo que el impulso emotivo del primer momento se enfríe y convierta en un enfoque racional.
Aparece la dicotomía entre “pintar con el corazón o con la mente”. En realidad esto es falso, porque se va de un plano al otro o se entrecruzan constantemente. Ante esta interacción tan dinámica, solo el silencio y la entrega a la obra cuentan más que el preciosismo técnico.
También las imágenes visuales, que con su efecto dominó surgen y a veces alteran el plan trazado, ayudan a transitar el impredecible tiempo de gestación de la obra.
Tampoco debemos olvidar la mirada del espectador que permite al artista descubrir verdades y aspectos que no había visto en lo técnico o anímico. El sentido de la obra se completa con la mirada del que la ve, cerrando así el círculo de la Belleza.
Artista y espectador interactúan en una permanente repetición del misterio de volver a mirar para que la obra entre en nosotros y podamos devolver el goce estético a la misma obra. Es la energía que nace del artista, queda en la obra y permanece a través del tiempo para ser vivenciada por todos.
Otro recurso que no podemos obviar es la memoria evocativa hecha de recuerdos o vivencias que dan alma a la obra.
No olvidemos tampoco conocer y profundizar la vida y obra de los maestros que nos precedieron que, al mismo tiempo que nuestros pares, ayudan a seguir el camino creativo.
Las reflexiones pueden ser infinitas, pero concluyo que se puede hacer Arte en la dicha o el dolor, bajo la presión social, en la paz o en guerra, en la revolución, en las crisis, con salud o con enfermedad, en distintas etapas de la vida, en la cordura o en la locura, con la esperanza presente o ya ausente.
Quién mejor que un gran maestro para recordarnos todo este basamento filosófico en el que se apoya el trabajo de crear. Decía Henri Matisse: “Lo verdadero y real en el Arte comienza cuando uno ya no entiende lo que hace y lo que puede hacer, pero sigue percibiendo en sí mismo una fuerza que es tanto más fuerte cuando más se contraría y cuanto más se concentra. Por eso hay que ofrecerse totalmente claro, puro e inocente aparentemente sin recuerdos, como un comulgante que va a la Santa Cena. Por lo visto, debemos aprender a dejar atrás nuestras experiencias y al mismo tiempo conservar la frescura del instinto”.
Sí, creo que podemos ser artistas… a pesar de todo.
Gloria Audo
Artista Plástica – Socióloga
Docente en Educación por el Arte e Historia del Arte (UCA).