La vacuna contra la viruela y su administración en la Manzana de las Luces
Del 24 al 30 de abril se celebra la Semana de la Vacunación en las Américas, instituida con el propósito de difundir esta exitosa práctica sanitaria, iniciada con el desarrollo de la vacuna contra la viruela a fines del siglo XVIII y que, en poco más de doscientos años, logró erradicar exitosamente la enfermedad, considerada extinguida desde el año 1980 por la Organización Mundial de la Salud.
Buenos Aires no estuvo ajena a las políticas de vacunación y la Manzana de las Luces estuvo estrechamente ligada a la conservación y aplicación de la vacuna.
Hace 200 años tuvo lugar uno de los registros más antiguos de epidemia de viruela en Buenos Aires, que habría causado la muerte de más del 40% de la población. Su impacto paralizó la ciudad y, naturalmente, causó estragos en el comercio. Pero no fue este un episodio aislado. La viruela y otras enfermedades epidémicas, denominadas “pestes”, hacían su aparición periódicamente con profundo impacto en la demografía y la actividad económica. Sin embargo y a pesar de ello, la ciudad colonial no contaba con los médicos y servicios sanitarios adecuados.
La fundación del Virreinato generó un cambio radical al respecto. Junto con el primer Virrey, Pedro Antonio de Cevallos, llegó Miguel Gorman (1749-1819) médico irlandés incorporado al ejército español que arribó a Buenos Aires en 1776. Por su iniciativa, siendo Virrey Juan José de Vértiz, se creó -en 1780- el Tribunal del Protomedicato, institución fundada en una imponente ceremonia realizada en la iglesia de San Ignacio y que funciona en las antiguas instalaciones jesuíticas, en el sector noroeste de la Manzana de las Luces.
De la variolización a la vacuna
Gorman había aprendido en Londres la técnica de la variolización, un proceso de inmunización contra la viruela conocido desde hacía tiempo en Asia y llevado a Europa a principios del siglo XVIII. El suero utilizado en este procedimiento se obtenía de pústulas de viruela humana y el proceso, si bien estadísticamente exitoso, tenía numerosos inconvenientes. Su actividad como sanitarista no tuvo descanso y promovió el método de inoculación como forma de lucha contra la viruela, habiéndose hecho las primeras inoculaciones recién hacia 1784/5 por problemas con la provisión de costras adecuadas. Al tomar conocimiento de la existencia del nuevo método desarrollado por Edward Jenner en Inglaterra, Gorman solicitó en forma insistente a España que le envíen la vacuna.
Las primeras vacunaciones
Si bien algunos autores mencionan al padre Feliciano José Pueyrredón, hermano mayor de Juan Martín de Pueyrredón, como responsable de vacunaciones exitosas en el área de Baradero y San Pedro hacia 1802 -pero sin mencionar el origen de las vacunas que habría utilizado-, otros lo asocian con la aplicación de las vacunas que ingresaron en la ciudad -desde Montevideo- en el año 1805. Las primeras vacunas enviadas a Buenos Aires de modo oficial por la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806), se perdieron misteriosamente en el camino; pero el 5 de julio de 1805 atracó en el puerto de Montevideo, procedente de Río de Janeiro, un buque en el cual tres de los hombres negros transportados para ser vendidos como esclavos fueron inoculados y eran portadores de pústulas de viruela bovina. El capitán traía, además, algo de la linfa de póstulas impregnada en algodón y conservada entre vidrios sellados con cera, una práctica habitual en la época. Los facultativos de Montevideo señalaron que los fluidos de los contagiados no eran utilizables y aplicaron la linfa conservada entre vidrios a algunos niños, que desarrollaron pústulas, logrando conservar así la vacuna, que pasó luego a Buenos Aires, donde llegó en pocas semanas, primero en cristales y luego a través de dos jóvenes negros inoculados. Dado el interés del virrey Rafael de Sobremonte en el tema, la primera vacunación oficial se realizó el 2 de agosto en el Fuerte, siendo inoculados cinco niños de la Casa de Expósitos y también la hija del propio virrey. Se creó, inmediatamente, el Conservatorio de la Vacuna, que debía encargarse de la conservación (vía transmisión y en vidrio) del fluido y de la aplicación de la vacuna y, por orden de Sobremonte, la Real Imprenta de los Niños Expósitos, que funcionaba en la Manzana de las Luces, publica las “Instrucciones para la inoculación vacuna” escritas por Gorman.
Aunque en los primeros meses se vacunó a algunos centenares de vecinos, entre 1806 y 1809, como consecuencia de las perturbaciones institucionales asociadas a las Invasiones Inglesas, la vacunación oficial se discontinuó, manteniéndose la vacuna gracias a la diligente labor de Saturnino Segurola (1776-1854), quien había aprendido a administrarla y conservarla.
En 1809 el Protomedicato retomó con fuerza el proyecto de lucha contra la viruela, propuso la creación del cargo de “Comisionado General de la Vacuna” y reglamentó la aplicación de la vacuna y el registro de los vacunados. Es importante destacar que, si bien se estableció un arancel por la aplicación de la vacuna, el costo era diferente según la riqueza de quien la recibía y era gratuita para los pobres. El cargo ofrecido era rentado, pero Segurola -por entonces cura en la iglesia del Socorro- se ofreció para desempeñarlo en forma gratuita: «… en la inteligencia que por este servicio ni pido ni pediré, ni quiero el menor interés, sino ser útil a la humanidad y a la Patria«, según surge de sus propias palabras.
La vacunación después de Mayo
La Primera Junta tomó, inmediatamente, interés en el control de la salud de la población y asignó a Segurola la tarea de ocuparse de la conservación y administración de la vacuna antivariólica. El 18 de mayo de 1813, el Triunvirato estableció como sede del Vacunatorio Nacional una de las casas construidas en la época del Virrey Vértiz en la Manzana de las Luces y se imprimieron, en la Imprenta de Expósitos, tanto las nuevas Instrucciones para la inoculación de la vacuna, redactadas esta vez por Segurola, como también los certificados de vacunación correspondientes.
En 1821, durante la gobernación de Martín Rodríguez y siendo Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, se discontinuó la labor del Tribunal del Protomedicato y se creó el Tribunal de Medicina. Asimismo, en el ámbito de la Secretaría de Gobierno, la Comisión Conservadora de la Vacuna presidida, inicialmente, por Juan Madera e integrada, además, por Francisco Cosme Argerich y Felipe Arana, pasando Segurola a desempeñar funciones en el área de educación.
La importante acción de esta Comisión fue advertida por las autoridades sanitarias inglesas y el propio Edward Jenner felicitó a S. Segurola, B. Rivadavia y J. Madera, designándolos socios honorarios del Instituto Real de la Vacuna de Londres, en 1824. Es importante recordar que, en 1829, Madera había descubierto la viruela bovina en vacunos nativos, pero falleció súbitamente (en la Manzana de las Luces) sin poder dar a conocer sus trabajos al respecto, que fueron reconocidos con posterioridad. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas la vacunación continúa, brindándose un gran impulso a la misma en el ámbito de las tribus indígenas. Surge en ese momento la figura de Francisco Javier Muñiz, quien desarrolló la vacuna localmente a partir de vacas infectadas con la viruela bovina en la localidad de Luján, donde cumplía -además de las funciones correspondientes a su formación médica- tareas de veterinario.
La vacunación después de Caseros
A partir de 1852 comenzó el complejo y prolongado proceso de organización nacional y en ese marco se discutieron también las políticas sanitarias estatales, urgidas por la aparición de brotes de enfermedades infecciosas muy próximos en el tiempo (cólera en 1852/1856/1859/1867-68/1871/1886-87/1894-95 y fiebre amarilla en 1870-71 y 1892/97). Con respecto a la viruela, endémica en la región, la mortandad aumentó constantemente entre mediados de siglo y la década de 1870, desarrollándose epidemias en 1871 y el bienio 1875-76.
La importancia de la vacunación queda claramente expuesta cuando las estadísticas comienzan a mostrar que las víctimas son mayoría entre los indígenas y los criollos, siendo muchas menos entre la población inmigrante, que había sido vacunada en sus países de origen.
En 1857 se crea la Comisión de Higiene, que tenía entre sus funciones administrar la vacuna antivariólica y que, como las anteriores, ocupa un local en la Manzana de las Luces. Esta sede está representada en el Catastro Beare (1860) con la denominación de “Vacuna” y en el plano de Kratzenstein (1870) con la denominación “Asistencia Pública y Vacuna”. Llama la atención que la localización no es la misma en ambos documentos, estando en el primero a mitad de cuadra sobre la calle Perú y sobre la calle Moreno, esquina con Perú, en el segundo.
Las instituciones vinculadas a la salud evolucionaron rápidamente en los últimos años del siglo XIX y se construyeron nuevas sedes, cambiando de destino los locales que ocupaban en la Manzana de las Luces, los que -gradualmente- van siendo absorbidos por la Universidad, que ocupa finalmente toda la mitad de la Manzana sobre la calle Perú hasta su traslado en la década de 1970. Sin embargo, puede decirse que, durante un siglo marcado por la transición de la dependencia española a la consolidación de la Nación Argentina, la Manzana de las Luces albergó las instituciones responsables de la conservación y administración de una vacuna que, como se ha señalado, fue la primera en desarrollarse y que logró, en menos de dos siglos erradicar la viruela.
José Sellés-Martínez
FCEyN-UBA e Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces