¿De quién son los pobres?
Nunca en la historia de la humanidad hubo una cantidad tan grande de gente con la vida limitada y su dignidad degradada por la pobreza. Nos hemos acostumbrado a convivir con ella a nuestro lado.A pesar de las promesas de socialismos y liberalismos varios, los pobres siguen creciendo y solo logran que se redireccione hacia ellos una parte insuficiente del sobrante de las sociedades.
Sin embargo, la Humanidad viene tomando conciencia de que no es digno de lo humano que los pobres solo tengan derecho a ser pobres. Nos enfrentamos a un problema ético.
¿Estaremos a la altura de este desafío o miraremos para otro lado? Esta es la cuestión.
La pandemia nos ha saturados de datos y cifras, sin embargo, los invito a que superemos el hastío y observemos unos pocos sobre este tema. El Índice de Pobreza de las Naciones Unidas 2019 señala que 1.300 millones de personas son pobres en su nivel de vida, salud, educación y desarrollo. Tienen ingresos inferiores a 1,90 dólares por día.
En América Latina y el Caribe, según datos de la CEPAL, el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza. En contraste, la pobreza extrema se calcula en 66 millones de personas; o sea, que un 15% de la población vive en extrema pobreza. En nuestro ámbito del Conurbano Bonaerense la pobreza, según el Observatorio de la UCA, alcanza el 56,6%; pero en los menores de 17 años se eleva al 64,6 %.
En contraste, ha aparecido un nuevo fenómeno: los “milmillonarios”. Según Forbes 2020, son 27.550 y poseen más dinero que el 60% de la población mundial. En nuestra región su número ha pasado de 27 en el año 2000 a 104 en el 2019. El Research del Credit Suiss señala que la riqueza del 1% de los más ricos supera el doble de la del 92% de la población. El Banco Mundial acota (2018) que, casi la mitad de las personas, 3400 millones, tienen carencias en sus necesidades básicas.
Les propongo tener presente estos datos junto a las imágenes con que la miseria y la pobreza nos golpean cotidianamente. Nos ayudarán a involucrarnos en el problema.
Somos orgullosos testigos de que hoy la mayoría de las Naciones del mundo reconoce los Derechos Humanos y los exige. Justamente la búsqueda de solucionar la pobreza estuvo muy presente en el momento fundacional (año 1948) en que la Asamblea General de la UN efectuó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Recordar ese texto, aprobado hace más de 70 años, trae escozor frente a la dimensión de la pobreza descripta y lo poco que hemos logrado detenerla. En ese documento fueron reconocidos como Derechos Humanos: “el derecho a la seguridad social, los derechos económicos, sociales y culturales indispensables a la dignidad y al libre desarrollo de la personalidad, tales como el derecho a un nivel de vida adecuado, que asegure a las familias, la salud y el bienestar y, en especial, alimentación, vestido, vivienda, asistencia médica y servicios sociales… el derecho a los seguros por desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de los medios de subsistencia por circunstancias ajenas a la voluntad”.
Frente a estas afirmaciones rotundas cabe preguntarse si los derechos humanos son derechos, en el sentido jurídico de que puedan ser exigidos. Está claro que aquí se usa la palabra “derecho” en el sentido de aspiración o ideal. Son declaraciones aprobadas por los máximos representantes de la comunidad humana, que expresan la necesidad y voluntad de solucionar el problema. Cada país quedó responsable de implementar las leyes o medidas que las convertirían, progresivamente, en obligatorias y exigibles.
Pareciera que la implementación viene muy lenta. Esto no es nuevo. Desde siempre el ser humano hace en forma pausada los cambios importantes. Es así como toma conciencia de sí mismo. Salir del mágico mundo de dioses o poderes superiores exigió largos siglos. Es de a poco que la humanidad toma conciencia de que debe abandonar viejas conductas o leyes, porque se le imponen otras más acordes con su naturaleza.
En ese lento devenir fueron quedando atrás los derechos sobre la vida de los vencidos o minorías, la esclavitud, la servidumbre, la venganza privada, las torturas, el poder divino de los gobernantes, las persecuciones religiosas, la supremacía de razas o culturas, la xenofobia, la discriminación por sexo o género, etc.
El camino de la conciencia es lento y a veces extraño. Comportamientos que hoy nos repugnan, como la esclavitud o la degradación de las mujeres, convivieron durante siglos con profundos pensamientos filosóficos o serias religiones, que consideraban estos procederes como naturales. Recién una vez que la humanidad tomó conciencia, entonces comenzó a percibirse como ilógica e injusta la conducta anterior.
Los derechos humanos aparecen recién cuando la humanidad toma conciencia de la necesidad de reconocer las libertades de los individuos frente al Estado y los poderosos; luego, ese camino condujo un paso más adelante: buscar para todos condiciones igualitarias y solidarias. Aquí la conciencia marcó que la pobreza no condice con la dignidad humana. Esa conciencia que hoy pide respetar la ecología, la bioética, la protección de la privacidad y que no encuentra palabras para justificar el hambre (especialmente de los chicos) o la muerte de migrantes abandonados a su triste suerte.
El avance logrado en las libertades individuales no es similar al de los otros campos, entre los que está superar la pobreza. Sobre su lenta mejora, baste este ejemplo: el Banco Mundial sostiene que se logrará poner fin a la pobreza extrema, (que define como vivir con menos de USD 1,90 al día), recién en el año… ¡2030!
Serias resistencias al cambio retrasan estos procesos. Todavía hoy existen reparos en la equiparación de las mujeres o estructuras sistémicas negativas que frenan avances en temas de racismo, migrantes o minorías. La oposición a las nuevas conductas éticas proviene, fundamentalmente, de quienes ven afectados sus intereses económicos, sociales o políticos. Por suerte una vez que hay conciencia se la puede retrasar, pero no detener.
Un ejemplo de esto es el avance difícil, pero avance al fin, que la conciencia humana viene realizando sobre dos realidades que nos han atormentado: la Guerra y esta misma Pobreza de la que hablamos. Hay una vieja verdad mentirosa que dice que ambas han existido siempre y existirán. El hombre es violento por naturaleza y los bienes no alcanzan para todos. Guerra y Pobreza estarán siempre presentes. Frente a ellos solo cabe expresar sentimiento de dolor y compasión. Avalan calurosamente esta posición la industria bélica y los sistemas político-financieros que lucran con ella.
Hoy cada vez es más unánime pensar que se trata de dos conductas no éticas que deben ser superadas. Lo que está mal tiene que ser suplantado por el bien. No se puede aceptar que algo antiético sea encubierto y anestesiado con buenos sentimientos.
Sabemos que la pobreza solo puede ser superada con educación adecuada y trabajo real. Justamente para justificar que esto es imposible, algunos señalan que los pobres son responsables de su estado por no gustarles trabajar y vivir de las ayudas. Seguro que existen casos así; a veces el embrutecimiento puede llevar a esos extremos. Pero no olvidemos que la educación que reciben los pobres -también empobrecida- no los prepara para las calificaciones que las nuevas tecnologías imponen en un mercado laboral que se reduce día a día. Tampoco puede desconocerse el aprovechamiento que de ellos hace el mundo de la droga o la delincuencia. No se gana nada culpando a los pobres. Muchas veces las ayudas que reciben solo buscan mantener clientela o votos.
Existen, por otro lado, quienes esperan la solución de la pobreza por la aplicación de la teoría del derrame económico. Si crece la economía, ellos también. Pareciera que un capitalismo que los abandonó, los recuperaría mágica y milagrosamente.
Para superar en serio la pobreza, antes de analizar soluciones tipo la Renta Básica Universal, habría que buscar que todos tengamos alguna tarea seria y efectiva que vuelva a instalar la cultura del trabajo y el sacrificio de nuestros abuelos inmigrantes.
Es obvio que la solución, tanto de la Guerra como de la Pobreza, no es fácil. Pero ¿Acaso fue fácil abolir la esclavitud, la servidumbre, la tortura, las penas capitales por delitos religiosos o políticos, los absolutismos, los colonialismos, el atropello o marginamiento de los considerados “menos”?
¿Es posible poner al alcance de todos: vivienda digna, agua, educación, alimentación, salud, trabajo? Conocemos la respuesta clásica: No. Solo compasión y ayudas. Pero… ¿Estaremos haciendo todo lo posible? ¿Serán buenos nuestros caminos? ¿Estamos, acaso orgullosos de que, para hallar la salvadora vacuna contra el COVID, compitieran más de 100 búsquedas distintas, con empresas enriqueciéndose y países acumulando dosis innecesarias? La Duke University acaba de señalar que recién en 2023 el 60% de la población mundial estará vacunado, si la “ayuda” del Covax llega a tiempo.
Ni siquiera en momentos de vida o muerte se atrevieron populismos y neocapitalismos, que protegen a sus militantes, pero tratan a los individuos comunes como sostén o consumidores manejables, a volver al viejo principio del occidente cristiano de que la propiedad es un derecho natural que se subordina a la dignidad humana y al destino universal de los bienes de la tierra. Un equilibrio justo entre derecho de propiedad y el principio del Bien Común enseña que, si alguien tiene la posesión de algo que no necesita ni usa, ni le da una función social, frente a la miseria y la pobreza de sus pares, convierte ese derecho en humanamente indigno e injusto.
La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 se basó en la fraternidad universal (frates – hermanos) ¿En nuestros pagos no escuchamos el clamor del artículo 14 bis de la Constitución? “El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio… la protección integral de la familia… y el acceso a una vivienda digna”.
¿Será cierto que no alcanzan los recursos o es que están en otras cosas? Nada justifica: el increíble gasto universal en armamentos; los cuantiosos dineros para carreras espaciales no necesarias; la vergonzosa corrupción pública y privada; las fortunas concentradas; el supranacional poder de las macroempresas; las burocracias improductivas; el consumismo ilimitado de las sociedades ricas; el poder de los señores de la droga y la delincuencia; la sobrevaloración del deporte y la farándula, etc.
En lo macro, para luchar seriamente contra la pobreza, las Naciones Unidas deberán esforzarse en la búsqueda de complementar los gobiernos nacionales con los regionales e internacionales. Se necesitarán reformas serias en lo económico, educacional y social. Es el camino de la paz que transitaron Gandhi, Luther King y Mandela, hace poco y en ideales que parecían imposibles. Así, podremos encaminarnos hacia una humanidad más racional y fraterna, quizá un poco más austera, pero sin duda más humana y ética. La conciencia está actuando en nuestro interior. Sabemos que las ayudas no alcanzan y que las resistencias e intereses en contra son fuertes.
La humanidad se enfrenta con la necesidad de dar un gran salto adelante. Lo que podemos hacer los de a pie parece poco, pero recordemos que si todos internalizamos esta conciencia ética no habrá montañas que puedan impedir el crecimiento del ser humano. Mientras no lo logremos, la Humanidad será pobre en una parte importante de su alma.
Está claro que a la pregunta ¿De quién son los pobres? Hay una sola respuesta: Los pobres son de la humanidad. Son nuestros.
José María Fernández Alara