Los ajedrecistas del Parque Lezama

La novela corta «El jugador de ajedrez», se publicó en forma póstuma en Estocolmo en 1943. Su autor, Stefan Zweig, ya se había suicidado en Río de Janeiro, el 24 de febrero de 1942. Desde entonces fue reeditada muchas veces, nosotros usamos la versión francesa de 1991.

El protagonista del cuento es Mirko Czentovic, campeón del mundo de ajedrez, atraído por la actividad mental monomaníaca que produce 32 piezas distribuidas en 64 escaques, muy semejante con la de nuestros personajes del parque. Pero ya no es imaginación o ficción, la actividad creadora de estos individuos es destacable. El juego de trebejos amistosos congrega muchos turistas y curiosos impertinentes. Los apasionados del ajedrez ocupan las mesitas del rincón noroeste del parque y también cerca del anfiteatro. Este juego de reyes inagotable, instituye la deliciosa tarea del pensamiento creativo donde el azahar no existe y, a pesar de pretendidos pretextos por las derrotas, se admite que ellas constituyen el aprendizaje.

El lujoso arte de la amistad se extiende a todos.

A simple vista, a primera vista disciernen los distintos valores de las posiciones con exquisitas ironías. Algunas veces zafados en sus chanzas, demuestran una solidaridad con todos los que se acercan curiosos.

La historia de vida de muchos es compleja y rica. Ucranianos, moldavos y nuestros hermanos orientales, fraternizan con argentinos porteños y provincianos. La amorosa adicción al juego ciencia los puede ocupar hasta el amanecer del día siguiente, cobijados en los cafés de las esquinas de Brasil y Defensa ante cualquier lluvia intempestiva.

El arte de los trebejos es la fascinación de este buen grupo que se agranda como un abrazo.

Para los que se interesan en las letras no ignorarán el nombre de nuestro mayor escritor que en sus años últimos fue, muchas veces, premiado y se le otorgaron también distinciones académicas. Jorge Luis Borges, en su libro “El Hacedor” le dedicó dos sonetos al milenario juego.

                    Ajedrez

I

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo

ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

  II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

reina, torre directa y peón ladino

sobre lo negro y blanco del camino

buscan y libran su batalla armada.

 No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no saben que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

 También el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar*) de otro tablero

de negras noches y de blancos días.

 Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonías?

(*) Omar Khayyám fue un poeta persa del siglo XI y XII, una de sus cuartetas como tema el ajedrez, es muy célebre

                                                                           Texto y fotos:  Roberto Quiroga

Roberto Quiroga en una partida.

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