Culpa individual, culpa social
He atendido con interés y curiosidad a los debates que ha suscitado en los medios el sonado caso de los rugbiers acusados de homicidio, que se está sustanciando en un juzgado de Dolores.
No hay en mi actitud el deseo de conocer detalles por espíritu morboso; nunca he sido afecto a la crónica amarilla. Son los argumentos que se esgrimen a su respecto los que me llaman la atención.
Me he enterado de pormenores del derecho penal de los que no tenía la menor idea. De algunos de ellos con sorpresa; como por ejemplo que se descarta la alevosía y la intención de matar cuando en la pelea solo se utilizan los medios corporales y no se apela a armas o elementos contundentes, como puede ser una manopla o, incluso, una mera piedra o ladrillo, aun cuando haya ventaja de número de una de las partes o el contendiente se encuentre claramente indefenso. Por otro lado, los argumentos de los supuestos expertos han solido ser contradictorios, ya que unos agravan mientras que otros alivian la culpabilidad de los agresores, según cómo evalúan aquellos las circunstancias en que ocurrieron los hechos y el curso de su desarrollo.
Pero lo que más me llamó la atención fue que todos los opinadores, sin excepción, que yo conozca, desde aquellos que militan en la derecha ideológica hasta los que se adscriben a lo que se considera progresismo, se han centrado en la culpa individual sin hacer ninguna alusión, ni siquiera lateralmente, a la responsabilidad social que incide en el suceso.
Porque, me pregunto ¿Estos jóvenes homicidas habrán nacido de un repollo? ¿No serán, casualmente, hijos culturales de sus padres y de su entorno familiar? ¿No serán producto, también, del microclima machista del mundo del rugby? ¿No pertenecerán a la sociedad patriarcal donde las niñas son educadas para asumir un papel accesorio de acompañantes del sujeto activo de la pareja humana, es decir del hombre, adiestradas en la diplomacia de componedoras y, aun, en el manejo hábil de la intriga para lograr sus propósitos? ¿No habrán sido, por el contrario, los varones instruidos en el ejercicio de la fuerza moral e incluso física, para imponerse en la terrible disyuntiva a que los aboca la struggle for life? ¿No los habrán puesto en el angustioso dilema de ser winners o losers?
También me pregunto por qué esa larga fila de juristas que se pasean por los medios y de opinadores profesionales, no ha dicho una sola palabra acerca de los ritos ineludibles de la diversión juvenil ¿Por qué la iniciación social de la juventud tiene que estar asociada con el consumo desmesurado de alcohol, como droga legal y de otros excitantes ilegales y enormemente rentables para sus productores y distribuidores?
Una educación que guiara a los jóvenes a desvincular entretenimiento de drogas, legales o ilegales, tal vez no agradaría a los “boliches”, para los que su consumo significa un ingreso que -dudosamente- estarían dispuestos a resignar. Tampoco, quizás, les agradaría esta deriva cultural a los fabricantes de bebidas alcohólicas. Y, ni qué decir que, los que viven de la venta de sustancias prohibidas, no estarían dispuestos a tolerarla.
También habría que preguntarles a muchos de los padres de los muchachos violentos si estarían dispuestos a darles ejemplo, moderando su propio consumo de las mismas -o parecidas- drogas que las que consumen sus hijos.
Y, por fin, habría que preguntarse si la sociedad del consumo y del éxito tiene alguna salida reformista o no hay otra alternativa que cambiarla radicalmente, desde sus fundamentos.
Jorge Andrade
Escritor y economista