Recuerdos de San Telmo
Agradecemos a Fernando Giesso las fotos que acompañan su artículo.
Mis primeros recuerdos del barrio son de fines de los años sesenta. En 1966 mi padre compró la casa de Cochabamba 360, CABA, para usarla como estudio de arquitectura o sea que la salvó de una demolición segura.
Era una casa chorizo enorme con dos patios y fondo, que la vendían como terreno, ya que solo quedaban en pie las paredes y los techos, el resto (pisos, aberturas, etc.) ya los habían vendido como materiales de demolición. En aquella época todavía no se les daba valor a las casas chorizo, que en general estaban en mal estado de conservación y funcionaban como conventillos. Cuando los dueños lograban desalojarlas, las vendían como terrenos.
Recuerdo que me gustaba mucho mirar los patios a través de las rejas cancel. En aquella época no había los problemas de inseguridad que hay ahora y las puertas de entrada de madera de las casas permanecían abiertas durante el día. Todavía se podía apreciar algún llamador de bronce en forma de manito, algún aljibe e infinidad de jazmines, malvones y glicinas que asomaban desde los patios.
Las actuales avenidas Independencia, San Juan y Garay todavía eran angostas.
En la década de los setenta el arq. José María Peña, que era director -además de creador- del Museo de la Ciudad, estaba estudiando la posibilidad de conservar y proteger las características del barrio a través de una ley a nivel municipal, con el fin de transformarlo en Zona de Preservación Histórica. Recuerdo que, hacia finales de esta, como se veía venir el cambio de zonificación, aumentaron las demoliciones para construir edificios de propiedad horizontal -en general de muy mala calidad-, destruyéndose irremediablemente cantidad de casas de valor y, además, el perfil urbano perdió parte de su homogeneidad. En esa época mi padre había diseñado calcomanías, muy llamativas, para poner en el espejo retrovisor de los autos, con un texto que decía: “VISITE SAN TELMO ANTES QUE LO DEMUELAN”.
Finalmente, al terminar la década de los setenta, el arq. Peña logró que se promulgara la ley, lo que fue un gran alivio para los que estábamos a favor de la preservación del barrio y no así para los desarrolladores. La zona protegida, llamada U24, era bastante más amplia que ahora. Abarcaba desde la Av. Paseo Colón hasta la Av. 9 de Julio, y desde Av. de Mayo hasta Av. Montes de Oca. Como la presión de los desarrolladores fue muy grande, hacia 1982, el área de protección se redujo a menos de la mitad.
Increíblemente, siendo muy reciente la promulgación de la normativa de Zona Histórica U24 y todavía estando el gobierno militar, el intendente Osvaldo Cacciatore lanzó -inconsultamente- el proyecto de las autopistas urbanas, una de las cuales cortó a San Telmo en dos y amputó todas las manzanas entre Cochabamba y Av. San Juan, desde el Bajo hasta la Av. 9 de Julio
¡Fue un shock darnos cuenta que la autopista iba a pasar delante de nuestra casa! Enfrente teníamos la fábrica de cigarrillos Piccardo y la Clínica Desio. Vimos como las demolían y nuestro edificio quedó frente a un gran páramo. Esto creó en el barrio un corte muy difícil de resolver urbanísticamente. De un lado la zona de la plaza Dorrego y del otro el Parque Lezama; un desastre urbano…
Una vez terminada la autopista, para no tener que verla, decidimos con mi padre plantar una hilera de paraísos, de los que aún quedan algunos y le dan un poco de verde a la cuadra de Cochabamba al 300.
Otro de los grandes cambios que recuerdo, pero en este caso bien positivo, fue la creación de la Feria de la Plaza Dorrego que, de alguna manera, trajo aparejada la llegada de los anticuarios y de turistas locales. La pionera fue “Casa Pardo”, en Defensa al 1100 y la fueron siguiendo otros anticuarios que trasladaron sus locales que antes estaban en Retiro y Recoleta. Fue aumentando su número hasta llegar a ser el rubro más numeroso, dándole una nueva identidad al barrio -mayormente sobre el eje de la calle Defensa- desplazando así a muchos rubros barriales.
En aquella época todavía sobrevivían algunos viejos bares y bodegones, como el alemán (no recuerdo su nombre) que estaba en Av. Paseo Colón entre EE.UU y Carlos Calvo o el del Club Gallego, en la planta alta de Chacabuco al 900 o el Refugio de Oleiros sobre la calle Piedras al 800. También había uno en Av. Caseros esq. Bolívar, que cerró en los años noventa. De los pocos que se mantienen todavía son el Restaurante Lezama y el Británico (en la época de la guerra de Malvinas pasó a llamarse “Bar Tánico”), ambos frente al parque Lezama. También se crearon algunos muy sofisticados y caros, pensados para otro público, no para los habitantes del barrio, como ser el “Repecho de San Telmo” en Carlos Calvo al 200, que existió hasta hace alrededor de diez años; la “Tasca de Cuchilleros” en Carlos Calvo al 300 o “El Viejo Almacén” que sigue funcionando en Balcarce esquina Av. Independencia.
Otro cambio para el barrio durante los años setenta/ochenta fue la llegada de los teatros independientes y los “café concert” como “Bar Sur”; “Los Teatros de San Telmo” y muchos otros que ya no están.
También los habitantes de San Telmo fueron cambiando. Artistas plásticos, fotógrafos y arquitectos lo fueron eligiendo, como Narcisa Hirsch, Josefina Robirosa, Gloria Audo, Oscar Bony, Jorge Demirgián, Luis Wells, Marcia Schvartz, Elda Cerrato y muchos otros. Esto fue -en parte- debido a que todavía se conseguían casas y departamentos grandes para reciclar a muy bajo precio. Bueno es recordar que Raquel Forner y Alfredo Bigatti fueron los pioneros, ya que en la década de 1930 instalaron su taller-vivienda sobre Plaza Dorrego (actual fundación Forner-Bigatti).
Otros vecinos destacados también vivieron en el barrio, como los humoristas gráficos Quino y Caloi; músicos, actores y escritores como Manolo Juárez, Lito Vitale, Marikena Monti, Soledad Silveyra, Julio Llinás, Pablo Cedrón y tantos otros.
En los años noventa fue la llegada de los LOFTS. Como todavía había edificios grandes vacíos que no se podían demoler por estar en el Área de Protección Histórica, a mi padre -Arq. Osvaldo Giesso- se le ocurrió, para salvarlos de una ruina segura, dividirlos en propiedad horizontal para darles un nuevo uso más acorde a la época, logrando unidades amplias y económicas, ideales para que artistas plásticos, fotógrafos o arquitectos los convirtieran en su taller-vivienda.
Ya comenzado el siglo actual, nuestro barrio sufrió un nuevo avatar con la llegada del turismo, pero eso ya es historia conocida…
Arq. Fernando Giesso