“La galería es como estar dentro de un parque”
La galería Solar de French es una de las más visitadas del barrio San Telmo. Se destaca por su colorido, las plantas que la “inundan”, lo rústico de sus pasillos, sus diversos negocios de antigüedades como bijouterie, ropa, platería, óptica, regalería, etc. Pero lo más llamativo e inigualable son los paraguas de colores que hacen de “techo” a la galería a cielo abierto. Los vecinos la conocemos y no nos cansamos de recorrerla una y otra vez, cuando salimos a caminar por el barrio.
Pero nuestro objetivo es conocer un poco más de Dogomar Mora. Quizás muchos sepan de él porque se lo ve caminando por los pasillos, sentado en una silla alta al lado del luminoso carrito “Vieja Buenos Aires” observando a los visitantes y recorriendo con la mirada “el patio de su casa” como él denomina a la galería.
Este uruguayo nacido en el Departamento de Salto hace 64 años, correcto y de modales respetuosos, cuenta que “estando en primer año de la secundaria viendo que mi vieja -que trabajaba en casas de familia, pero le costaba mucho pagarme los estudios, le dije que me firmara el permiso para salir del país. Para eso lo traje a mi papá que era peón de campo y nunca se adaptó a la ciudad, para que me autorizara también. Tuvo que firmar con el dedo, porque no sabía escribir y así me vine a los catorce años”.
Sin duda era una personalidad diferente por la determinación a tan corta edad, ya que cruzar el río dejando atrás la familia de seis hermanos para aventurarse en una metrópoli como la ciudad de Buenos Aires, significaba toda una aventura que -sin duda- estaba dispuesto a vivir para cambiar su realidad por un destino que presumía iba a ser mejor.
“Crucé el río y desde 1974 hasta ahora nunca me faltó el trabajo. Estuve en varios lugares en el centro, en La Boca en el puente Nicolás Avellaneda, en un negocio de comestibles de la zona de Tribunales donde conocí a la que fue mi señora -Yolanda-, que iba a comprar allí. Estuvimos veinte días de novios, nos fuimos a vivir juntos y a los tres meses de habernos conocido nos casamos por civil. Hace diez años que enviudé y los treinta años que vivimos juntos fueron inmejorables”, relata emocionado recordándola.
Pero se repone cuando dice que gracias a Yolanda también salió adelante porque “me ayudó a construir nuestra casa, criar a los dos hijos que tuvimos (Diego y Clara) y darles una buena educación. Así que son dos tesoros que me dejó mi mujer”.
Como buen uruguayo y aunque hace cincuenta años que habita el suelo argentino, no podía faltarle el mate que -en este caso- le sirve de cómplice para ahogar la pena en la cebada.
Aprovecho la pausa para volver al relato de su tarea como casero y le pregunto cómo es vivir dentro de una galería comercial. Se le iluminan los ojos y responde: “Es como estar dentro de un parque porque todo es patio y jardín. Salgo de la vivienda que se me otorga como encargado, bajo las escaleras, arreglo las plantas, barro las galerías. Por eso cuando fue la pandemia no la sentí tanto porque no estaba encerrado, sino que tenía todo esto para mi… Un disfrute total”.
Y agrega que su horario de trabajo es de 12:30 a 20:30 “pero como vivo acá con mi perro Capo, a la mañana estoy “molestando” con el escobillón dando vueltas, aunque hace un tiempo tengo una persona que me ayuda en las tareas a la mañana”.
Me cuenta que ese trabajo lo consiguió por medio de su amigo Almada -uruguayo también- “al que le estoy eternamente agradecido, porque él estaba pintando la portería donde vivo ahora y el dueño le dijo que estaba preparando todo para cuando lo habite el encargado. Mi compañero le preguntó si ya tenía designada a la persona y el señor le dijo si conocía a alguien para recomendarle, por lo que le contó que tenía a un matrimonio recién casado -que éramos mi señora y yo- y el dueño le indicó que viniéramos a verlo”.
¿Cuándo vinieron a vivir?
Desde septiembre de 1983, ya van a ser 40 años y cuando cumpla los 65 en agosto me voy a jubilar, luego trabajaré uno o dos años más según lo que decida la administración porque me siento capaz y posteriormente me retiraré.
Imagino que va a ser difícil acostumbrarse a salir de este “parque”.
Sí, seguramente, pero tengo mi casa en Alejandro Korn, Prov. de Buenos Aires, que la fuimos haciendo con mi señora y donde ahora vive mi hijo.
No va a ser fácil encontrar una persona que conozca cada detalle de la galería.
Eso es cierto, después de tantos años sé dónde y cuándo es posible que haya una gotera o qué rejilla se puede tapar con las hojas. Es difícil pero no imposible y hay que darle lugar a la gente más joven.
¿Quién realiza la decoración de la galería?
La idea del “techo” de paraguas fue de las personas que ahora dirigen la administración, que son los hijos y nietos de la dueña. Fue idea de ellos para llamar la atención porque la galería era poco conocida. Se pusieron esos paraguas hace unos cuatro o cinco años y fue un boom impresionante; eso más la galería en sí. La combinación de los negocios, los paraguas de colores, las plantas y las flores que le dan un toque espectacular ya que en el barrio no hay una tan llamativa.
¿Los visitantes cómo reaccionan?
Toda la gente está maravillada de la gran popularidad que tiene la galería, de lo conocida que se ha hecho porque figura en las redes sociales con fotos incluso de la gente que pasó por ella. Entran y dicen “¡Esta es la galería de los paraguas!” Y se sacan fotos, dicen que es linda y no hay ninguna opinión en contra, todo es muy original en ella.
¿Los negocios son estables o hay habitualmente cambios de rubros?
Tenemos negocios de hace 18, 20, 25 años. Están cómodos, les gusta estar en la galería y el público que viene cada vez, es más. Por otro lado, estamos frente a la Plaza Dorrego que viene a ser como el “obelisco” de San Telmo.
Hay otras galerías muy importantes también en la zona…
Claro por ejemplo la de los Ezeiza, pero es otro estilo, más como eran los conventillos antiguos.
¿Sabe cómo era antes de ser una galería comercial?
Tengo entendido que eran departamentos tipo PH de dos habitaciones, cocina, baño y un patiecito. Incluso cuando entré a trabajar todavía vivían dos señoras en el primer piso que al vencer su contrato se mudaron, porque el resto ya eran negocios e incluso la dueña tenía el suyo que era de antigüedades y su hija otro de ropa.
O sea que los dueños siguen siendo los mismos…
Sí, ahora están a cargo sus hijos y nietos, excelentes personas que me han ayudado mucho en los momentos difíciles de la enfermedad de mi señora. Estuve un mes sin trabajar internado al lado de ella cuidándola y estuvieron en el sanatorio, me preguntaban si necesitaba dinero o algo, se ocuparon de todo. Tuve a disposición los días que necesité, se portaron muy muy bien. Luego de hacer todos los trámites necesarios, volví a trabajar a los pocos días, pero nadie me exigió nada sino porque -incluso- yo lo necesitaba para distraerme un poco de la situación vivida.
¿Cómo es la disposición de la galería en cuanto a los espacios comerciales?
Por ahora todos están en la planta baja. Más adelante se va a habilitar el primer piso, todo hecho a nuevo, para alquilarlo y también se inaugurará dentro de dos meses aproximadamente un espacio coffee store para el público del barrio o los turistas que quieran tomar o comer una torta o algo rico, porque eso faltaba.
La conversación deriva en temas generales del barrio, los lugares emblemáticos. Le pregunto qué le gusta de San Telmo y me contesta: “No lo cambio. Amo San Telmo, las calles, la tranquilidad y las casas viejas. Me gusta mucho ver la arquitectura del barrio, las fachadas de las casonas, el mercado -aunque ahora no es como antes- donde estaba la verdulería de Tito, la fiambrería, el almacén de Pedro… todos amigos. Nos saludábamos y nos contábamos la historia de la familia. Por suerte todavía está la carnicería de José Luis donde mi esposa y él se pasaban los números para jugar a la quiniela. También recuerdo La Serranita al lado del mercado y la Cooperativa del Hogar Obrero en la calle Independencia y Bolívar, donde pusimos nuestros primeros ahorros y menos mal que lo sacamos a tiempo” dice Dogomar riéndose.
Me cuenta también que visitó la ex penitenciaría en la calle Humberto I° para conocer su historia y que sus hijos estudiaron en la escuela Guillermo Rawson que queda a la vuelta y a las 16:15 se asomaba en la puerta de la galería, para verlos doblar en la esquina cuando volvían. Luego Diego estudió en la Escuela Politécnica “Manuel Belgrano” y Clara se recibió de Licenciada en Turismo en la UAI y luego se fue a vivir a Australia con su esposo e hijos.
Y agrega: “Amo a este país, por lo hermoso que es y por lo que me ha dado. Me ha permitido crecer como persona, como hombre, es invalorable lo que es Buenos Aires. La gente me ha tratado muy bien desde el día que llegue, lo mismo a mi señora que era de la ciudad de Purranque, en la Provincia de Ozorno al sur de Chile”.
Antes de terminar la entrevista llega su hijo a visitarlo, conversamos un momento y me cuenta que la galería era su casa porque allí, prácticamente, nació y riéndose dice que muchas veces, cuando estaba jugando en el patio del colegio y levantaba la cabeza, veía a su padre mirándolo desde la terraza.
Dogomar no quiere dejar de agradecer a la administración de la galería por tantos años de trabajo y -aun sabiendo que tuvo una conducta intachable- por el respeto y aprecio que siempre se han dispensado. No pierde la oportunidad de recordar que la galería funciona todos los días de 10 a 20 horas y solo está cerrada el 1 de enero, el 1 de mayo y el 25 de diciembre de cada año.
Asimismo, resalta que la han visitado políticos, gente de cine y teatro, la primera dama de Japón cuando se reunió en Buenos Aires el G20, entre muchas otras autoridades y también Tita Russ, Pochi Grey y Dorys del Valle, “muy buenas personas”-agrega- que tenían sus locales. Recuerda que Grey y del Valle, cuando nació Diego le regalaron todo el ajuar.
Antes de irme y al sacarle las fotos necesarias para la entrevista lo escucho decir: “A esta galería la amo, no la cambio. Si tuviera que volver a nacer, volvería a ser encargado de ella”.
Isabel Blaser