INMIGRANTES QUE HICIERON HISTORIA

Hoy nos centraremos en la empresa que se inició cuando Melville Sewell Bagley (1838-1880) llegó desde Estados Unidos a la Argentina en 1862 escapando de los desastres provocados por la Guerra de Secesión -luego de haber hecho algunos trabajos como granjero- y pudo emplearse en la firma A. Demarchi y Hnos., cuyos titulares eran los hermanos Antonio, Marcos y Demetrio Demarchi dueños de la Droguería de la Estrella antecesora de la Farmacia La Estrella, una de las más clásicas de la ciudad, que está emplazada en la esquina de Alsina y Defensa -Monserrat, CABA-.

Luego, juntos, pusieron una casa de pastas y licores, novedosa para la época. El primer producto de la Compañía fue la famosa Hesperidina, una muy singular bebida elaborada con cáscara de naranjas amargas. Tanto éxito tuvo, que una empresa uruguaya quiso plagiarla por lo que Bagley mandó a hacer las etiquetas en los Estados Unidos a prueba de falsificaciones e impulsó aquí la Oficina de Patentes y Marcas de la Argentina, que fue creada en 1876.

El nombre Hesperidina proviene de la mitología griega y se refiere al Jardín de las Hespérides, posible mitificación antigua de las Islas Canarias, lugar donde los griegos podían visualizar manzanas doradas mientras navegaban sus costas.

Las naranjas con las que se hacía la bebida crecían en el jardín de la casona de Bagley en Bernal, Provincia de Buenos Aires y fueron el ingrediente perfecto para competir en el mercado de bebidas de ese entonces, que solo ofrecía grapa y ginebra.

Buenos Aires contaba con 140.000 habitantes y ellos, mediante un anuncio publicado en el periódico La Tribuna el 24 de diciembre de 1864, pudieron develar de qué se trataba la extraña palabra que habían visto pintada en empedrados y paredes de la ciudad: Hesperidina. Era una bebida de poca graduación alcohólica, dentro de un envase de vidrio en forma de barril fabricado en la Cristalería Rigolleau, presentada en su etiqueta como un aperitivo con propiedades curativas: “Un licor exquisito de mesa para disponer el apetito y facilitar la digestión de los alimentos”.

Las propiedades terapéuticas de esta bebida fueron demostradas durante la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) ya que la misma era repartida en los hospitales de campaña para “revitalizar a los heridos” y contrarrestar problemas estomacales originados, principalmente, por la falta de agua potable. También se pudo probar su presencia en las expediciones del explorador y científico naturalista Francisco Pascasio Moreno a través de la entonces inhóspita Patagonia. En este caso, la bebida era fundamental para atenuar y soportar las inclemencias del clima.

Recordemos cómo era en ese momento nuestra ciudad cuando nació la empresa Bagley en 1864. No había un solo automóvil, recién ese año llegaría el primer globo aerostático. Tampoco existía la Avenida de Mayo ni la iluminación eléctrica y yendo hacia la música, todavía tampoco se había creado la Marcha de San Lorenzo.

Pero Bagley nunca quiso quedarse en el mundo de los licores, por lo que en 1875 se introdujo en el mercado alimenticio, más específicamente en la fabricación de las galletitas ya que en las alacenas de las casas de la ciudad todas las que se consumían eran traídas del Reino Unido.

El proyecto fue visibilizado por el gobierno nacional, presidido por Nicolás Avellaneda, quien a través del departamento de Hacienda dictó una Resolución publicada el 20-9-1875 en la que disponía que la Administración de Rentas eximía a la compañía del pago de impuestos aduaneros, para que pudiera importar la maquinaria necesaria a fin de fabricar las galletitas. Esto hizo que Bagley lanzara a Lola, logrando una gran popularidad en los consumidores.

Luego de ello surgió la mermelada de naranja hecha con la pulpa de las naranjas que se usaban para la Hesperidina. Estos tres productos, Hesperidina – Lola – Mermelada Bagley, fueron metiéndose en la cotidianeidad de los consumidores.

El 14 de julio de 1880, a los 42 años, murió el fundador de la compañía, pero dejó una empresa funcionando. La administración, luego de su deceso, estuvo a cargo de sus colaboradores: Juan León Trillia y Jorge Mac Lean, siendo María Juana Hamilton (ciudadana británica con la que tuvo 7 hijas y 1 varón), quien se puso al frente de la empresa.

En el mismo año de su fallecimiento, la fabrica se mudó de Maipú 205 a la esquina de Hipólito Yrigoyen 887 (antes Victoria y Saavedra). Tanto fue su desarrollo que después de veinte años de la muerte de su fundador la fábrica estaba instalada en la calle Montes de Oca al 100 (desde 1892) y producía 6.000 kilos diarios de galletitas.

Las marcas más reconocidas son: Criollitas / Chocolinas / Rumba / Amor / Merengadas y Ópera. Pero generaciones anteriores de consumidores también conocieron las galletitas Bu-Bu / o las tortas Familia / Guinda / Génova y Valencia que se envasaban en latas herméticas.

                                                                                               Isabel Bláser

Material extraído del libro: «Una historia de marcas imborrables».

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