Una “llamada” candombera grosa (una vez más)
Cuando suenan los tambores, el pasado resuena y el frenesí trae a las calles algo de aquel tiempo de negros y esclavos, que fue una parte importante de nuestra historia.
En este barrio, en estas cuadras, estaban las familias y gente del Poder de aquel entonces. Casi todo se cocinaba acá y, la verdad, no cambió mucho. Vino lo que vino, la fiebre amarilla y no quedó nada y los negros se esfumaron en muertos.
Cuando resuena el Candombe, retumba parte de ese pasado. Gente arrancada de África y desparramada por todo el mundo. Quizás una de las tragedias humanas de muerte más grande de la historia de la civilización y de la cual los europeos -autores intelectuales y materiales de esa masacre-, hasta el día de hoy, no se hacen cargo de un carajo. Y, encima, tienen la hipocresía de seguir ninguneando las consecuencias actuales por la inmigración que es el resultado de siglos de explotación y violación en África.
Esa gente formó parte de la primera inmigración masiva a estas tierras, invisibilizada porque fue forzada. Sigue estando acá y resonando. Criaron a los “ilustres”, lavaron ropa, escucharon traiciones y utopías, lucharon por nuestra Independencia y nos regalaron su ritmo. Parte de ese dolor y desarraigo, estimo, se acopló con las posteriores inmigraciones y de ahí el Tango.
Este es sin duda un barrio especial y la esencia que lo hace especial para mi es la cantidad de personas que han pasado por este lugar. Algunas almas siguen dando vueltas por acá. Y cuando hurgás un toque, en conversaciones, aparecen esas historias; como lo que ocurre en el subsuelo del Mercado o los gritos y cadenas que escuchaba Luca Prodan en la casa de Alsina 451. Eran -según cuenta su hermano- los esclavos que murieron engrillados en el sótano, por sus AMOS.
Esa negritud, ese pasado, late hoy mediante esos tambores.
Texto y fotos: Jorge Carrachino