Retrato de Antonio “Tito” Espósito
¿Me da un kilo de historias?
Por Nora Palancio Zapiola
Entre cajones de rúcula, papa, una balanza que siempre funciona a mi favor y millones de historias, Antonio, o Tito, retiene las lágrimas cada vez que recuerda que su sueño, antes de morir, “es volver a ver a San Telmo salir campeón”.
En arrugados sobres papel madera, atesora fotografías del puesto en el Mercado de San Telmo, a donde llegó en 1966 con su verdulería “Sorrento”. A ese mágico gigante de metal lo piensa con afecto: “Fueron buenos tiempos; me hice amigos, como José, el carnicero. ¿Lo conocés? ¡Hace poco cumplió 70 años y con mi señora, Zulema, bailamos el vals después de años!”.
La verdulería, luego de unas cuantas décadas, se mudó a la calle San Juan (remixada como “Sergio”). “En el Mercado se mataban los pollos y los conejos. Estaban los turcos con las tiendas; los chorizos que comía todo Buenos Aires se hacían ahí, los Mutti; ahora metieron todas esas cosas que no tienen ni ton ni son. Es otra cosa”.
“Acá me siguieron clientes que son los hijos de los hijos de los que empezaron a comprarme; eso es porque siempre fui una persona muy educada; yo no me paso con nadie, eh, ojo. Seré boludo, pero jamás tuve un problema con la balanza o con un vuelto; nada”.
Otra vez, Tito con sus valores y amores: el barrio; su mujer; su hijo Sergio, y la gente. “¿Sabés cuándo estoy contento, yo? Cuando viene la gente. La gente me hace feliz. Si vos no venís, por ejemplo, yo lo siento, porque me gusta charlar con los que escuchan y quieren saber historias. Sino, ¿para qué uno vivió tantas cosas?”.
Suena el teléfono y toma nota, con su grandota mano izquierda, del pedido para la cocina de un restaurante de la zona.
Tito nació en 1943, en la casa donde hoy funciona el restaurante “La Antigua Tasca de Cuchilleros”, en Carlos Calvo 319. Ahí había seis “piezas”. En la del fondo, vivía su familia, llegada de Sorrento, Italia. Mientras el padre vendía pescado por las calles (moda común de la época y de los italianos que llegaban a San Telmo), él se movía en un andador con el que siempre terminaba a los porrazos deslizándose por la escalera de entrada.
“De chico, jugaba a la pelota con los pibes en lo que hoy es Puerto Madero, en la calle Azopardo. Todos los chicos del barrio íbamos al club (San Telmo). Dije que quería entrar a jugar y entonces me probaron… y bueno, jugué en la sexta, casi dos años”.
Tanta historia explica por qué Tito dice con seguridad, que “San Telmo es lo más lindo que puede haber”.
Verdulería Sorrento/Sergio
Av. San Juan 456