El iconoclasta: Osvaldo Giesso
Arquitecto, bohemio y padrino del San Telmo contemporáneo
Es difícil poner en palabras exactamente lo que hace a Osvaldo Giesso tan querible y tan mítico. Se podría hablar de su visión, siempre años delante de su época, o de su creatividad y energía incansables para generar nuevos espacios y propuestas culturales. Se podría referir al sinfín de nombres de gente famosa, referentes nacionales del arte moderno y de la cultura, que lo adoran y respetan -muchos debiendo sus comienzos a la generosidad que siempre brindaba con entusiasmo-… pero son cosas que se han dicho y publicado miles de veces (últimamente, y en muy buen formato, el libro Mundo Giesso, 2011, que citamos ampliamente en esta nota).
Lo cierto es que el hombre que muchos consideran que inventó el San Telmo de hoy tiene un espíritu entrañable, lúdico y contagioso. Su socia de muchos proyectos creativos, Adriana Budich, quien también editó el mencionado libro, lo puede describir con más autoridad:
“Hombre-niño, que ríe, juega y danza, que experimenta el carácter insensato de la vida y no necesita ajustar el destino a la existencia… Genovés indiscutible. Construyó su casa con laberintos borgeanos como una morada, un nido para vivir, habitar, pero también para crear, compartir y alojar. El mítico Espacio Giesso, en el que añade y derriba paredes, que se metamorfosea según la ocasión, el viento del Sur, o vaya a saber qué sueño delirante”.
Ya que mencionamos el Espacio Giesso, podemos empezar ahí. Llegó al barrio en 1967, a sugerencia de un primo que invirtiera en San Telmo en asociación con un emprendimiento comercial. Aunque el negocio nunca se concretó, ya había encontrado el edificio de Cochabamba 360, y decidió comprarlo. Cuenta que cuando llegó, “San Telmo era una zona desconectada del centro, los porteños pasaban sin detenerse”. El edificio de Cochabamba tenía doscientos años de antigüedad, estaba arruinado y destinado por decreto municipal a demolición, luego de haber sido una comisaría y posteriormente un conventillo donde llegaron a vivir más de 20 familias.
“Pero la casa me atrapó, trasladé mi estudio, me di cuenta de que tenía una casa quinta silenciosa a cinco minutos del centro, comencé a conocer el barrio y me quedé”.
Cuenta que usó el concepto de reciclaje en las obras de recuperación porque era más económico encontrar materiales antiguos que nuevos. Por su vínculo con el vanguardista Instituto Di Tella, convocó a sus amigos artistas para ayudarlo a reciclar la casa, cuyos rejas fueron intervenidas por Enio Iommi, los cielo rasos por Luis Wells, el bar por Rodríguez Arias y Juan Stoppani, las puertas por Rogelio Polesello, y muchos otros nombres que ya son parte del panteón del arte moderno argentino.
En 1972 y 1976, adquirió las dos propiedades linderas y las agregó a la original, creando el “laberinto borgeano” que ejemplifica el Espacio Giesso. En la actualidad, el conjunto se compone de cuatro casas unidas edificadas a principios del siglo XIX, y cuenta con 2.500 metros cubiertos que fueron desarrollados, en distintas épocas, como sala de dibujantes, sala de espectáculos para 80 personas, showroom, bar, taller de carpintería, y teatro.
“Yo siempre decía que jamás iban a entrar a robar a esta casa, porque no iban a poder salir sin mi guía. Pero entraron, robaron y salieron”, va el refrán de Giesso.
En esa época, pleno auge del Instituto Di Tella, una procesión de artistas de la vanguardia del arte moderno pasaron por el Espacio Giesso. “Se acercaron Jorge Romero Brest y Ernesto Deira y quedaron enloquecidos, era el auge del pop, inmediatamente se instalaron las reuniones con Luis Felipe Noé, Marta Peluffo, Guido Di Tella, Jorge Romero Brest, Julio Ginas y otros”. Muchos se contagiaron y decidieron radicarse en la zona.
Giesso dice que tuvo “suerte de no ser crítico de arte y no estar embanderado con ninguna corriente”, pero fue uno de los grandes patrocinadores del arte moderno del país, ya ofreciendo sus salones para muestras de artistas que no hubieran podido conseguir una galería convencional, su (también mítica) casona en la calle Cangallo como atelier para artistas, o generando enlaces y promoviendo la divulgación de estas nuevas propuestas.
La lista de figuras importantes que él ayudó es demasiado larga para incluir, pero grandes nombres desde Rómulo Macció, Carlos Gorriarrena, Alberto Heredia y hasta Marta Minujín dicen que él los apoyó cuando pocos lo quisieron hacer.
Por esa época se organizaban las comidas de Giesso, conocidas por sus grandes porciones de fideos o paella, y asistidas por los círculos eclécticos que lo rodeaban. Álvaro Castagnino comenta: “Giesso es un gourmet y gran cocinero, sus comidas en su casa de San Telmo eran imperdibles por la propuesta gastronómica y por la convocatoria de amigos, intelectuales y artistas que enriquecían los encuentros con ideas, iniciativas, diálogos y discusiones”.
“En una época hicimos un altar; era una mesada de cocina que miraba al comedor y estaba protegida por vidrios y el que cocinaba era visto”, recuerda Giesso. También compró platos blancos grandes para que la gente que iba a comer pudiera pintar un plato, y luego poder seguir usándolo como propio.
En 1971, Giesso, asociado con Julieta Ballvé, Luis Diego Pedreira y Juan Antonio Pérez Prado, inauguró en Cochabamba 360 una sala de teatro. Al poco tiempo abrieron las siguientes dos salas, una en la calle Estados Unidos y la otra en Carlos Calvo. En los posteriormente llamados “Teatros de San Telmo” se pudieron ver espectáculos como Expornoshock, con Ladivaverde; Orquesta de señoritas, dirigida por Jorge Petraglia; Cuplés cupletistas, con María Gondell, Dina Roth, Eleonora Noga Alberti, Música Ficta y Cuarteto Zupay, entre otros.
Aun en plena dictadura militar, el Espacio Giesso era un refugio de libertad de expresión y creatividad, y esto seguramente influyó en su nombramiento como Director General del Centro Cultural Recoleta, en 1983. A un año de asumir el mando de la nueva institución, su asistencia creció desde 25.000 a 300.000 visitantes, gracias a las propuestas innovadoras (como el “Laberinto Minujinda”) que siempre sorprendieron con su alto grado de transgresión, riesgo y originalidad.
Son tantas, tantas cosas más que se podrían decir de su carrera -el invento del “loft argentino”, sus posteriores experimentos en arte “para perturbar y preocupar” en vez de ser meros “objetos de adorno”, su compromiso hasta hoy a darles una oportunidad a artistas desconocidas (ver recuadro)- pero terminamos con el elogio emotivo de otra vecina de San Telmo, la cineasta independiente Narcisa Hirsch:
“Su manera de vivir, trabajar, donar su espacio y su persona, fue para mí un modelo y también una confirmación de que ese modo de vivir y de trabajar era posible, que no había que tomar partido por una clase social u otra, por una ideología u otra, sino que se podía ser políticamente correcto, ideológicamente libre y, ante todo, personalmente creativo, que se podía vivir poéticamente”.
—Catherine Mariko Black