Diana Rodriguez
Desde chica siempre supe que quería escribir. Mis profesoras de Lengua y Literatura me marcaron, de algún modo. Mi adolescencia transcurrió en un colegio católico, en plena dictadura, leyendo todo lo que podía. Entre tantos libros, dos de ellos dejaron huellas indelebles. Uno fue “El lobo estepario”, de Herman Hesse y el otro “Ilusiones”, de Richard Bach. Dos alegatos sobre la libertad más absoluta. En 1983, mientras el país vivía la efervescencia democrática, tuve que elegir entre las carreras de Filosofía y Letras o Comunicación Social. Decidí volcarme al periodismo: soñaba con escribir, entrevistar a personalidades, viajar por el mundo, y hasta con ser corresponsal de guerra (!!!) Con el tiempo conocí gente muy interesante, visité lugares increíbles, aunque, afortunadamente, no tuve que reportar ninguna guerra. Por el contrario, hoy en día, estoy comprometida con la lucha por la paz, la cultura y la educación, a través de la ONG “Soka Gakkai Internacional”, que promueve esos valores. Practico el Budismo de Nichiren Daishonin (monje nacido en Japón en el siglo XIII) y creo en la Ley Universal de Causa y Efecto (NAM MIOJO RENGUE KYO). A finales de los ’80 conseguí mi primer trabajo como redactora. Era una revista para adolescentes, llamada 13/20. Recuerdo el impacto que produjo la publicación, no solo porque era la primera dedicada a ese público, sino también porque el primer número vino con un preservativo de regalo. Recién se empezaba a hablar abiertamente del SIDA y teníamos una sección que se llamaba “el sexo es salud”. Aprendí mucho, sobre todo el contacto con los lectores, que nos escribían muchísimas cartas, en la era pre-internet. Pero un buen día, los dueños de la revista se llevaron todo y desaparecieron. Tuve suerte y enseguida conseguí otro trabajo, mejor aún. Corría el año 1992 cuando entré al diario La Razón. Una de mis primeras notas fue a Marcelo Mastroiani, que había venido a Buenos Aires a filmar “De eso no se habla”, con María Luisa Bemberg. Hice pie en la sección Espectáculos, como colaboradora permanente. Después de un tiempo me efectivizaron y, a la vez, debuté en TV. Hacía flashes de Espectáculos para el canal de cable Televisión Argentina (TVA), desde la redacción del diario. Todo fluía de una manera natural. Cubrir las temporadas de verano en Mar del Plata, conferencias de prensa multitudinarias en hoteles de lujo, (como la de Madonna, que estaba bastante nerviosa, caracterizada como Evita). Yo ya jugaba en primera. Más tarde, me llamaron de radio Libertad para hablar de los premios Oscar. Así, me hice columnista del programa “Guía de la tarde”, conducido por Pedro Dizan. Comentaba los estrenos de cine, recomendaba películas, llevaba invitados al piso. Así, casi sin darme cuenta, me fui produciendo mi propio segmento. Por entonces, empecé a colaborar en la revista “Caras”. Algunas guardias, casamientos de famosos, Punta del Este durante la era menemista. Pronto la burbuja en la que vivíamos en los ’90 explotó y vino la crisis. En el 2000, Clarín compró La Razón y nos echaron a casi todos. Me acuerdo que fue en septiembre: el 21 nos regalaron flores a las mujeres por el Día de la Primavera y, al día siguiente, nos llegaron los telegramas de despido. Entonces tomamos en diario, hicimos escarches, manifestaciones y todas las medidas necesarias para no quedarnos en la calle. Después del bajón, y mientras cobraba la indemnización en cuotas, repartí mi CV por todas partes, pero nada. Literalmente, nada. Recién al año siguiente, un ex amigo se apiadó de mí y me ofreció trabajar los fines de semana en la Cancillería, como redactora en la oficina de Prensa. Fue un año con mucho estrés. Cavalo era el Ministro de Economía, pero todo el gobierno parecía girar en torno de él. En diciembre estalló el “que se vayan todos”, los cacerolazos, la represión en Plaza de Mayo y, finalmente, el cambio apresurado de presidente. Afortunadamente, en el 2002 nació mi hijo, y, todo cobró otra dimensión. El estrés parecía desaparecer frente a sus manitos, pidiendo leche. Sus ojitos me miraban fijo y yo sentía, por primera vez, lo que significa ser madre. No hay otra sensación que se le parezca. Ahora escribo para “El Sol de San Telmo”, y me siento orgullosa de formar parte de este proyecto, de esta idea comunitaria. Y debo ser sincera: estoy mucho más feliz colaborando en este medio que en cualquier otro, aún de mayor envergadura. Es un periódico pequeño, pero hermoso, muy bien editado y con una respuesta interesante e inmediata con los vecinos. “Piensa globalmente, actúa localmente”. Ese es mi objetivo hoy, y gracias al sueño de Catherine, podemos llevarlo a cabo cada mes, cuando sale “EL SOL”.