San Telmo Cuenta: historias orales de “los grandes” del barrio

Gabriel García Márquez ha dicho que “la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Tener, escuchar y tocar a los seres que se quiere y que han sabido vivir es un honor. Aprovecharlos, preguntarles, homenajearlos y respetarlos es lo que queremos y necesitamos. Aquí, algunas historias orales de San Telmo, de la mano de cinco personas del barrio.

José María Peña: la creación de la feria de antigüedades
Muchos consideran al arquitecto José María Peña como el padrino del San Telmo actual. Uno de los impulsores de la creación del Área de Protección Histórica (APH1) y de la Feria de Antigüedades de la Plaza Dorrego, Peña reconoció antes que otros que San Telmo era una diamante en bruto y por eso trabajó trece años ad honorem con su equipo del Museo de la Ciudad para catalogarlo y preservarlo.
No había anticuarios, ni feria de los domingos, ni la movida comercial que hoy luce sobre la calle Defensa cuando Peña eligió la Plaza Dorrego para instalar la feria de antigüedades en 1968. En la esquina frente al bar Dorrego (que también era almacén) se hallaba La María, una verdulería. En la otra esquina, de Defensa y Bethlem, había una mercería que se llama La Mascota; una pizzería sobre Defensa, y lo que hoy es la galería El Solar de French eran departamentos. El otro bar cerca de la plaza era el Caracol y había baños públicos debajo de la plaza. La calle Defensa en esa época era una calle más de barrio, con viviendas y negocios tradicionales como fábricas de pastas y peluquerías que algunos vecinos todavía recuerden.
“Para nosotros la instalación de la feria respondía a tres cosas -explica Peña-. Primero, la propuesta de crear una feria de cosas viejas, que no había en ningún lugar del país; segundo, iba ser una especie de sala al aire libre para el Museo de la Ciudad, con exposiciones y cosas de las casas antiguas de Buenos Aires; y tercero, la idea de recuperar un barrio viejo, que era casi olvidado, porque la gente no iba a San Telmo en esa época”.


Irónicamente, ni siquiera el único anticuario que había entonces en el barrio se interesó en la propuesta. Era la Casa Pardo, sobre Defensa entre San Juan y Humberto Primo. Peña recuerda: “Cuando fui a hablar con el dueño para proponerle la idea de participar en una feria de antigüedades y cosas viejas, me dijo: ‘de ninguna manera Peña, no soy un feriante, soy un anticuario y no voy a discutirlo más’”.
Sin embargo, en poco tiempo la feria generó una movida comercial que empezó a cambiar la plaza y sus alrededores. Peña recuerda que, al principio, algunos feriantes necesitaban un lugar para guardar su mercadería durante la semana y él conocía al dueño de una casa que tenía un cuarto libre, un tal señor Perren. “Le pregunté si algunos feriantes podrían usar su cuarto como un depósito, y él empezó a alquiler cestos para la gente de la feria. Fue cediendo cada vez más espacio, hasta que dejó casi toda la casa como depósito. Terminó comprando la casa -que era de 1910-15- y la vendió obteniendo una ganancia. Hoy es una casa de antigüedades”.
A los edificios alrededor de la Plaza Dorrego, Peña los describe como “un diccionario de la arquitectura de Buenos Aires; una superposición fascinante de épocas y estilos. Esa comunión es lo que define a Buenos Aires”. En cuanto a su preservación, el arquitecto compromete a los vecinos: “el patrimonio es lo tangible y lo intangible, todo junto. No podés separar uno del otro. El Casco Histórico debería ser una especie de libro que te permite leer la historia pero que también te permite formar parte de ella, que te permite vivirla. La gente se olvida muy fácil y, por maravillosa que sea una ordenanza de preservación, si no está llevada adelante por la gente no tiene ningún valor”.
Ahora que San Telmo se ha puesto de moda y la administración de Mauricio Macri está avanzando con varios proyectos de embellecimiento material, incluyendo la controversial nivelación de la calle Defensa, Peña teme que la heterogeneidad e idiosincrasia que siempre definieron a San Telmo se pierdan en la “tematización” del Casco Histórico.
“No queremos un barrio congelado, queremos un barrio vivo. Lo que ahora quieren hacer (en el GCBA) es imponer un capricho. ¿Por qué cada vez que viene una nueva administración tiene que cambiar todo lo que hizo la anterior? Las calles peatonales en los cascos históricos en Europa se llenan de turistas de día y quedan vacíos de noche. De la idea al hecho hay una distancia inmensa”.

Elías Cohen: siga, siga el baile
Elías Cohen nació “en la calle Giuffra, como decís vos –refiere a la cronista-, en la calle Luján, bah. 369”. Fue el 4 de septiembre de 1928. Ahora, en su casa de la calle Cochabamba al 600, es capaz de abrir un libro completo sobre el barrio que ama. Como todo hombre que ama y que ya sabe qué es esa cosa del amor, ha sacado, con el alma, miles de fotografías de su objeto venerado y se encarga de describirlas.


Elías, sentado de espaldas a una impresionante colección de casetes de tango, es capaz de hablar y ponerle dirección al nacimiento de Canale y Noel en San Telmo, los baños públicos, sus amigos de los conventillos, la primer cochera presidencial, la belleza de la Costanera antigua, la casa Tita Merello en el Conventillo de la Paloma, la de Mariano Mores. También puede rememorar sus anécdotas con Anselmo Aieta, la mamá de Carlos Gardel cuando iba al cine Gardel una vez por semana, el Patronato de la Infancia y la pelea con la Fundación Eva Perón, de cómo el famoso Felipe de la ex peluquería La Moderna logró inaugurar, de haberle regalado al Museo de la Ciudad todo lo que quedaba de la antigua zapatería de su padre y de su vidriera histórica, en Defensa 940. Y hasta es capaz de mostrar, por idas y vueltas de los amigos de antes, el famoso libro San Telmo, su pasado histórico dedicado a Benito Quinquela Martín.
Milonguero (así inmortalizado en el barrio), a puro taco francés y -a veces- militar, recuerda los bailes de San Telmo. Con su mujer, Hilda, se conocieron en una milonga. “Si yo no me hubiera hecho cargo de tu cabeceada hoy estaría en las Bahamas”, le dice ella. “Pero estás en Cochabamba, ¿qué más querés?”, responde él y toma el mate que ella ofrece, mientras ríen como ríen esas parejas que ya saben estar 50 años juntos y en el mismo lugar.
“Milongas: estaban El Garay, El San Telmo; Los Gallegos, en Chacabuco; el Club San Telmo, en Perú; el Tacuarí en la calle Brasil. Una en Perú y Chile y la del Casal de Catalunya, que era la más lujosa. Yo iba al Garay, antes de llegar a Balcarce; los bailes se hacían con orquestas en vivo, pero en los barrios era más humilde, con discos.
Imaginate una pista y, alrededor, mesas y sillas. Los muchachos íbamos caminando alrededor de la pista y cuando había una chica que nos gustaba la cabeceábamos; pero si a uno no le gustaba como el otro bailaba, no se salía. Éramos pibes. Ya más grandes, nos vestíamos que parecíamos actores. De mis amigos de los conventillos no había uno que no tuviera reloj de oro, gemelos, éramos una pinturita. En los conventillos estaba la gente buena, los trabajadores; y de ahí dentro salía mucho la solidaridad de este barrio, éramos muy unidos.
Los carnavales se hacían en la calle Defensa, desde Humberto Primo hasta Independencia. Al día siguiente no se podía entrar a abrir el negocio de la serpentina –la japonesa– que había por la calle. Salían los del Mercado: los carniceros, los pescaderos, todos, disfrazados, tocando bandoneón y guitarras.
Cuando llegó Perón puso comités en las esquinas y me acuerdo mucho del de San Juan y Perú, muy grande; ahí se cortaban las calles en cruz y se hacían bailes de carnaval, el 17 de octubre y en fiestas patrias.
Asaltos: los hacíamos en las casas y si se tenía tocadisco bueno, sino, con la radio. A veces iba un padre o una madre y otras veces, no. Juntábamos (los que podíamos, el que no tenía no ponía y listo) unos pesos y los padres nos compraban Naranjín –porque teníamos 17 años, no tomábamos cerveza todavía– y unos sandwiches. Nadie se podía pasar con nadie y donde se pasaba, se casaba, éramos muy amigos los chicos y las chicas.
Casamientos: teníamos 15, 16 años y los sábados era clásico ir a colarse en los casorios. Cuando nos enterábamos de uno bueno tratábamos de colarnos. Teníamos un muchacho amigo en la barra mía, Horacio, que trabajaba en una imprenta y hacía las invitaciones y nos traía para ir. Un día, en el Casal de Catalunya, hubo un casamiento de mucho lujo. Horacio nos trajo las invitaciones y nos fuimos. Éramos como 7 muchachos; estábamos en la mesa y el mantel llegaba hasta el piso. Resulta que uno, porque también en los casamientos se acostumbraba a cabecear, cabeceó a una chica. Se levanta para ir a sacarla a bailar y ¡se engancha el taco francés con el mantel! La mesa, ¿sabés a dónde fue? Las masas, los sandwichs, todo en el medio de la pista y tuvimos que salir todos de raje”.

Martiniano Arce: la “inocencia” de la feria de San Telmo
“El fileteador de Buenos Aires”, Martiniano Arce, se instaló en San Telmo gracias a la feria de la Plaza Dorrego, donde vendía sus cuadros y frases fileteados (“Si te gusta el durazno aguantate la pelusa” o “La vida, como los dados, tiene los puntos marcados”) cuando todavía era un punto de encuentro informal y barrial. Ahora, vecino y ciudadano ilustre, Arce recuerda que “la feria de Plaza Dorrego era de una inocencia increíble. La gente venía con cosas que traía de sus casas, de las abuelas, y las vendía por poca plata. En los ‘70 yo iba a la plaza a filetear y chamullar, y había una libertad y frescura distinta a lo que es ahora. Tenía el caballete que decía ‘Martiniano Arce soltero’ y todos los domingos salía con una chica distinta (se ríe)”.


En esa época todavía iban muchos vecinos a pasear por la plaza y “siempre se veía a los viejitos en los bancos -recuerda Susana Lisotti, esposa de Arce-.Se jugaba al ajedrez y a las cartas, todos sentados en los bordes de la plaza y en las escalinatas. Antes iba toda la gente mayor del barrio y eso es algo que ya no se ve; ahora están todos los artesanos”.
“El señor Perren nos vendía chorizos -cuenta Arce-. Las chicas armaban sus puestos y todos se conocían, era muy informal, muy improvisado y bromeábamos mucho. En esa época la gente no sabía del valor de las cosas y muchos las vendían muy baratas. Pero con el tiempo los puestos fueron mejorando la calidad de cosas y hoy en día es una feria internacional y hay mucha gente, muchos extranjeros. Pero todo está muy amontonado, medio apabullante. Al principio no era así”.

Clidia Cancela: cuando “Pirucha” fue al cine

Clidia “Pirucha” Cancela nació el 20 de febrero de 1933 en Lanús Este y diez días antes de cumplir los 6 años se mudó, primero, al barrio de Constitución y, luego, a San Telmo. Si no fuera porque a ella y a sus padres los obligaron a irse de su casa cuando el gobierno de facto de Osvaldo Cacciatore decidió construir la autopista en el exacto lugar en el que quedaba su departamento, parece haber vivido una historia de hadas: su papá era contador en los ferrocarriles cuando éstos eran del Estado y cumplían los horarios; de adolescente iba a pasear al Parque Lezama cuando tenía fuente, peces, baños públicos y rosedales; pudo tomar el té en El Galeón y fue todos los sábados -durante años porque la entrada era muy accesible- a los cines de San Telmo con caramelos en el bolsillo.

Y que el lector no confunda historia con cuento, pues los cines existieron en San Telmo y fueron tres. Esta mujer que mira los recuerdos con ojos café con un poco de verde es dueña del puesto 66 de la Feria de Plaza Dorrego desde 1974 y guarda sonrisas cuando evoca cuánto le gustó la primera versión del Fantasma de la Ópera.
Pirucha enciende su mirada mientras explica, señalando el supermercado chino de Bolívar al 1000, que ese edificio era el Cine Carlos Gardel. “Ahí estaba la boletería –señala berenjenas y lechugas–. Allá, el baño de damas; ahí el de hombres, y ahí arriba –sus dedos se direccionan hacia la caja del mercado– estaba el proyectorista”. Mientras da unos pasos para indicar que la actual longitud es la misma de entonces, pasa la hijita de la dueña con su triciclo/moto de última generación y ahí, sí, queda más que claro que estamos hablando del pasado.
“Yo venía mucho con mi papá; vivíamos en Constitución y a mi mamá no le gustaba venir para acá, pero a mi padre sí, y como le encantaban las películas de piratas que daban, me ponía como excusa y decía que me gustaban a mí”.
En el centro daban una sola película y en el barrio, tres y en continuado. Clidia, o Pirucha, ya de grande comenzó a ir al Centro a los estrenos, porque a San Telmo las películas llegaban mucho después y porque “todo pasaba por Florida… era hermosa esa calle”.
“Acá en San Telmo íbamos mucho al Carlos Gardel. El Cecil (Defensa entre Estados Unidos e Independencia), que ahora es galería, era el más aristocrático, más fino. Tenía el techo corredizo, los techos eran de zinc. Yo me ponía el sobretodo de él en las piernas porque venía en pollera y tenía frío; siempre me acuerdo de eso… Pero una de las películas más lindas, “El fantasma de la ópera”, la vi en el cine San Telmo, en Chacabuco al 900. Esa sala también tenía shows en vivo en los intervalos: música, baile y sainetes.
Nosotros íbamos a la función de la noche. Elegíamos tres películas de piratas, de guerra, dibujitos, nos gustaban todas… los dibujitos los ponían cuando la película programada no llegaba y la gente empezaba a protestar con los pies en el piso de madera.
Los sábados salía del colegio, íbamos a Lanús a visitar a mi abuela, volvíamos en tren, cenábamos y me llevaban al cine; esa era mi alegría. Había chocolatero pero a mí, antes de entrar, me compraban unos caramelos que me gustaban, los Alpinos, de La Glotona.

Luisa Galanti: el Mercado hace 81 años
Luisa Galanti de Rosa nació el 20 de enero de 1925 y está al frente del puesto 151 del Mercado de San Telmo desde hace 37 años. Su papá, Abraham, lo abrió 44 años antes. En total, el negocio tiene 81 años de vida dentro de ese monumento arquitectónico y patrimonio cultural. Entre batones, juegos de sábanas, camisas, camisetas de interlock, ropa interior y suéters, en su tienda ubicada unos metros después de la entrada de la calle Estados Unidos, Luisa está atenta en un banquito.


Tres de los tíos de Luisa supieron, también, lo que fueron las buenas épocas de las tiendas del Mercado. “Los shoppings no existían y esto se llenaba de gente; a veces tenía que decir ´no, no, no´. Es que no se podía atender a semejante cantidad de personas. Todo el mercado estaba repleto de tiendas; era increíble. Una tras otra.
“En San Telmo vivía mucha gente en conventillos y eran nuestros clientes; eran épocas en las que se daba a pagar en dos veces, porque se trabajaba así. Del otro lado era un mar de pescadores, carniceros, verduleros, fruteros y almaceneros. Muchos más que ahora; que se han ido yendo. Acá en el medio, donde están los puestos de antigüedades, eran todos negocitos cuando se metió Cacciatore, que era el intendente en esa época, y quiso cerrar el Mercado para hacer un shopping. Hizo un lío bárbaro y esos puestos se tuvieron que ir. Pero el dueño del Mercado le dijo que no lo iba a vender ni a hacer un shopping y lo embromó”.
—Textos por Catherine Black y Nora Palancio Zapiola

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3 Respuestas

  1. Kemina dice:

    Simplemente… espectacular articulo!

  2. Karola dice:

    Mhh… Genial! Esto sirve para un trabajo practico de San Telmo!!!!!!!!

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