Espacios de encuentro vecinal, hoy y ayer
Por Daiana Ducca
San Telmo se ha ido transformando en las últimas décadas gracias a su crecimiento en el área comercial y al auge de la industria del turismo. Estos cambios también se tradujeron en la aparición de más espacios privados, a veces en detrimento de los públicos y, por lo tanto, la concepción de lugares de encuentro entre los vecinos ha ido mutando para adaptarse a esta nueva realidad.
En los años 50 y 60 la ciudad tenía un ritmo diferente al de hoy, como lo expresan las palabras teñidas de nostalgia de Sara Esther González, quién creció en un San Telmo cuyas calles eran mucho más tranquilas que ahora: “La calle era nuestra. Con mis amigas nos sentábamos a charlar en alguna esquina, sobre algún escaloncito o una ventana cerrada y cuando nos cansábamos, dábamos vueltas a la manzana una y otra vez charlando, no hacía falta tomar nada, solo caminábamos…”, recuerda entre risas.
Pero no todos tenían la misma suerte: también en esa época los padres eran más estrictos que ahora y los hijos, aparentemente, más obedientes a sus órdenes. “Mi padre no me dejaba salir, era muy estricto conmigo, empecé a salir de grande”, cuenta Carmen Margarita Moreira López, dueña de uno de los bares más clásicos del barrio, “La Coruña”, en las calles Bolívar y Carlos Calvo.
Emma Bolos, otra vecina que se crió en San Telmo, cuenta que había fechas especiales que propiciaban el encuentro entre los vecinos. Sobre todo las fiestas patrias, en torno a las cuales la gente se reunía a disfrutar de un espectáculo al aire libre y totalmente gratuito.
“La calle Chile –donde hoy está la feria–era más ancha y en los días de fiesta ponían un escenario enorme y se hacían bailes, danzas, venían cantores y la gente venía a verlo, a disfrutar de ese espectáculo”, relata. Bolos vivía en uno de los tantos “conventillos” de aquella época donde la vida en comunidad “era más solidaria y la gente compartía todo: en aquella época para las fiestas de Navidad y Año Nuevo, todo el mundo se saludaba y compartía una sidra o un pan dulce”.
Las fiestas de Carnaval también eran una ocasión propicia para interactuar con el vecindario. “La gente salía disfrazada desde su casa y se hacían concursos en Plaza Dorrego, era muy divertido ver pasar a la gente disfrazada por la calle”, cuenta González.
Los lugares de encuentro en esos tiempos no sólo eran la calle misma o el patio central de los conventillos, sino que también era la época de los grandes clubes de barrio. “Partíamos desde alguna casa y nos juntábamos en el club Gimnasia Esgrima o en Obras Sanitarias. Municipalidad también era un lugar de encuentro”, cuenta Bolos. De esos clubes sociales tradicionales de barrio, solo el Club San Telmo persiste hasta hoy, pero sin sus celebradas fiestas de Carnaval.
Hay ciertos lugares que aún hoy sirven como puntos de encuentro, como es el caso de la Plaza Dorrego (generalmente para visitantes), el Parque Lezama (para las familias), o las ferias de abastecimiento barrial al aire libre los sábados y martes en las calles Balcarce y Cochabamba (en lugar del Mercado de San Telmo, que hoy es mucho menos concurrido por el vecindario que antes de la llegada de los supermercados de cadena).
Pero lo cierto es que el espacio privado ha ido ganado terreno y hoy tanto jóvenes como adultos se juntan en algún bar donde suele estar de por medio una consumición obligatoria. Por esto mismo algunos opinan que, si bien los vecinos no dejan de juntarse cuando lo desean, en muchos casos ya no sienten los mismos lazos de apego por los lugares que los reciben, sino que los consideran meros territorios de paso: que tal vez hoy estén aquí, pero mañana estarán en otra parte. Lugares prescindibles como cada componente de una sociedad individualista por excelencia, elogiada por los defensores de la eficiencia de las nuevas eras, pero que evoca añoranzas de otras épocas en quienes aún piensan en el barrio como un hogar ampliado.