Narcisa Hirsch
“Soy una famosa cineasta desconocida”
Por Fátima Soliz
San Telmo guarda infinidad de secretos, anécdotas y personajes que la habitaron y la siguen habitando “entre bambalinas”, casi anónimos. Son vecinos que cruzamos, compartimos y encontramos en una esquina, en un comercio o en un bar. Narcisa Hirsch, conocida cineasta y pionera en la realización del cine experimental, es uno de esos nombres que enorgullecen al barrio y forman parte de una selecta vecindad.
Narcisa Hirsch habita esta zona desde hace tres décadas, cuando dejó San Isidro motivada en parte por el estilo de vida que llevaba Osvaldo Giesso, arquitecto y vecino del barrio. Fue él quien inspiró a Hirsch a desembarcar en San Telmo. “Me gustaba mucho como vivía Osvaldo, su estilo bohemio, su casa llena de amigos y artistas, así fue como me decidí y compré esta casa”, cuenta la cineasta y videasta.
Cuando se instaló, treinta años atrás, el barrio distaba mucho de lo que es en la actualidad. Así y todo Hirsch disfruta de su hogar, que es punto de encuentro de amigos, artistas y vecinos como Jorge Caterbetti, a quien menciona en varias ocasiones durante la charla, y con quien comparte una cercanía tanto geográfica como creativa.
Treinta años atrás, la situación era muy diferente a la actual. San Telmo era una zona “virgen” de intervenciones artísticas y sus paredes fueron blanco de inspiración para Hirsch, quien comenzó a escribir grafitis y a imponer una moda que, hasta ese momento, poco se veía. “Las paredes estaban a mi disposición, me seducían, así fue como salimos a la calle con un amigo a pintar los primeros grafitis. En Estados Unidos esta técnica se llamaba happening pero acá era muy difícil que alguien lo hiciera”, recuerda Hirsch.
Su “obra” más conocida fue Marabunta -que dio título a una de sus primeras películas- un esqueleto gigante que luego fue presentado en el Teatro Coliseo a modo de performance, cubierto de comida y en su interior lleno de palomas y cotorras vivas pintadas con colores fosforescentes.
Las primeras épocas en el barrio no fueron nada sencillas para Hirsch. Era la década de los setenta y los artistas corrían peligro por el mero hecho de ser creadores y tener una mirada más subjetiva. Sin embargo, ella redobló la apuesta y compró la casa lindante a la suya para realizar reuniones con amigos, artistas y gente allegada al arte. “No estábamos en política ni en ningún lugar, estábamos con el arte, pero igual fuimos muy atacados”, recuerda. En esas reuniones conoció a Aldo Sessa y fue él quien la contactó con el cineasta desaparecido Raymundo Gleyzer. “Necesitaba un camarógrafo y en ese entonces Gleyzer no era conocido. Filmamos en 16 milímetros pero como era muy caro, nos pasamos al Súper 8”, cuenta.
Sus inicios en este arte dieron paso a un movimiento de cine experimental en Argentina, hasta el momento desconocido. Hirsch marcó toda una época, porque hasta su incursión no había referentes locales y este modo “extraño” de hacer cine solo era conocido en Estados Unidos, donde se lo llamaba cine underground. “Éramos un grupo reducido los que hacíamos lo mismo, nos prestábamos e intercambiábamos las cámaras y nos juntábamos en lugares chicos a proyectar nuestras películas”. El grupo fue bautizado con el nombre de Unión de Cine de Pasos Reducidos y se formó en los años setenta, con Hirsch a la cabeza. Además de varios cortometrajes, sus largometrajes incluyen Ana ¿Dónde estás? y El mito de Narciso.
Nosotros encontramos a la cineasta con una obra en construcción, que realizó junto a Caterbetti: “El grito”, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), es una “instalación sonora progresiva” formada por una cabina de vidrio blindado donde las personas pueden gritar. Los sonidos e imágenes fueron grabados y filmados, y luego fueron proyectados entre los meses de septiembre y noviembre durante una serie de jornadas en las que se abordaban diversas disciplinas con intelectuales, artistas, psicoanalistas, filósofos, escritores, cineastas y demás profesionales del ámbito de la cultura.
El legado familiar
Al lado de Hirsch se encuentra Tomás Rautenstrauch, su nieto, también cineasta y también vecino del barrio. La admiración hacia su abuela es evidente y la escucha atentamente recordar sus inicios, su llegada a San Telmo, sus técnicas y sus mejores anécdotas. Influenciado por ella, Rautenstrauch decidió dedicarse al trabajo con video, dejando una vida cómoda en el exterior y volviendo a la Argentina para seguir su vocación.
Rautenstrauch se encuentra con varios proyectos en marcha y otros por venir. Durante noviembre participó en una muestra colectiva en el Centro Cultural San Martín, curada por Graciela Taquini; en diciembre se sumó a otra colectiva en el Centro Cultural Borges, y se prepara para ser parte de un proyecto de la Fundación Lebensohn que será inaugurado, en abril, en el Centro Cultural MOCA, de Barracas.
“Al video llegué por casualidad, me rehusaba a pensar que era lo mío y eso que intenté otros caminos que no resultaron”, cuenta.
Hirsch se suma a la charla y exclama orgullosa: “es una gran alegría que Tomás siga mis pasos, aunque él hace algo distinto que a mí me gusta mucho”.
“Uso el video como herramienta, son muy diferentes nuestras obras, la mía es obra en situación física mientras que la de ella es temporal”, aclara el videasta que dice no hacer cine pero sí “utilizar la imagen cinematográfica”. Hirsch agrega: “antes era solo cine o danza, no había las posibilidades que hay ahora y que permiten crear y mostrar de infinitas maneras”.
Sobre la obra de su abuela, Rautenstrauch dice: “me gusta la idea que ella utiliza para llegar a hacer la obra, la filosofía, algo que se ve en sus trabajos y que lleva a prestarle más atención”.
Hirsch, sobre su nieto: “me gusta su arte más conceptual, sus ideas que después va desarrollando a través de instalaciones”.
Abuela y nieto, cineasta y videasta. Hasta ahora no trabajaron juntos, aunque sí se ayudan mutuamente y comparten muchos momentos debido a la cercanía geográfica.
“No hicimos nada juntos pero una vez ella hizo una película sobre mi infancia y yo, en su cumpleaños ochenta, hice lo mismo con su vida”, cuenta Rautenstrauch.
Dos generaciones unidas por una misma pasión con la cámara y por San Telmo, un barrio de artistas, creadores, soñadores y vecinos comunes.