Una charla con Jaime Torres
“Además de pagarnos y manifestarnos cariño, encima nos aplauden”
Por Diana Rodríguez
Entrar a la casa de Jaime Torres es como ingresar a un mundo único de plantas, perros, muebles de madera, charangos y recuerdos. El maestro charanguista recibió a El Sol de San Telmo en su estudio, ubicado en el acogedor altillo de una antigua casona de tres pisos en la calle Piedras. Después de haber arrancado el año tocando en el interior (estuvo en la Costa Atlántica, San Luis, Mendoza, Bariloche y Ushuaia, entre otros lugares), Torres se presentará en nuestro barrio, en el Torcuato Tasso, los jueves de marzo (8; 15; 22 y 29), a las 22.
¿Cómo será el show del Tasso?
Estará lleno de sorpresas, la primera es que sigo tocando… (risas). Hemos sumado al charango sonidos de otros instrumentos autóctonos como la quena, el sikus, el cuatro, el acordeón, además de la guitarra, la percusión y el piano. Con estos instrumentos vamos a interpretar ritmos y melodías de Bolivia, Perú, del norte de Argentina, junto con música de Ecuador, Venezuela y de otros países hermanos de America del Sur. Pero además la función ha de estar engalanada con músicos invitados, y digo “engalanada” porque de verdad es un gusto muy grande para mí compartir el escenario con el Negro Fontova, con Susana Moncallo, que es una mezzosoprano argentina excelente, con el Tata Cedrón, entre otros. Tenemos algunas cosas armadas y otras de mi próximo trabajo discográfico, que está por salir, que lleva un título un tanto pretencioso: “Pa’ cantar y bailar”.
A sus 74 años, el artista tucumano tiene una carrera apabullante: tocó en el Colón, en el Lincoln Center, en Paris, Amsterdam, Berlín, Frankfurt y en una gran cantidad de ciudades del mundo. Recorrió la Argentina junto con Ariel Ramírez (con quien grabó cinco discos) y también llevó su arte al Festival de Jerusalén en Israel, al frente de músicos y cantores populares de la Quebrada de Humahuaca. En 1970 tocó en Washington, invitado por la OEA y, en 1987, dio 48 recitales en Japón; por citar alguna de sus giras.
Fue ganador del Premio Konex de Platino (en 1995) como “Mejor instrumentista de música pop argentina” y en su extensa carrera, Jaime Torres, ha actuado junto con roqueros como la Bersuit y Divididos, pero también con Pavarotti y Mercedes Sosa.
Probablemente lo que mantiene jovial a este hombre maduro es que tiene su capacidad de asombro intacta: “Poder escuchar y ruborizarse, admirar…, yo creo que esto es bueno, habla de que el ser humano no está tan dañado todavía”, reflexiona.
“Cuando comenzamos a tocar el charango nunca consideré que era un artista que estaba iniciando una carrera. Era un obrero, hijo de inmigrantes bolivianos, un joven estudiante que tocaba por placer. Jamás soñé con el hecho de poder viajar y estar en tantos espacios diferentes”, cuenta con humildad.
Hablando sobre el charango, su instrumento predilecto, comenta: “Está siempre la excelencia de la música, del instrumento, pero detrás de todo está la excelencia del hombre en un lugar, que pertenece a un pueblo. El hecho de mostrar cómo somos y de dónde venimos. Entonces no se trata solamente de tocar bien un carnavalito o una cueca, sino qué hay detrás de eso, qué cultura hubo, que pasó antes”.
¿Es un instrumento netamente argentino?
Buena pregunta. Seguramente si hablás con un boliviano, te va a decir que es boliviano, y si te encontrás con un peruano te va a decir que es de Perú. Pero es más hermoso todavía: pertenece a todos estos pueblos andinos, si bien es cierto que el charango tiene hoy afincada su residencia, su corazón, en las regiones de Sucre y Potosí, que es de donde comienzan a emanar sus sonidos.
¿Después de haber recorrido el mundo con su charango, se siente un embajador de la cultura andina?
No, trato de ser un fiel representante del lugar de donde vengo. Para mí es algo maravilloso y sigo asombrándome. Es como que estás en el inventario de mucha gente, algunos son del país pero otros no. Acabo de recibir un correo de un joven, hijo de argentinos, que vive en Suecia y me manda una foto para que lo identifique: me dice “hace dos años estuve con usted y me saqué esta foto. Quiero decirle que usted es un compañero para mí porque siempre me acompaña. Pero además conseguí otro disco donde usted participa haciendo música electrónica y mis compañeros están todos maravillados”. Todo esto es algo más que gratificante. Pensá que una persona por ahí trabaja 8 o 10 horas por día y no solamente no es reconocido, sino que además esta muy mal pago en general. Y lo digo desde el lugar de haber sido obrero.
¿En que trabajaba?
Hacia muebles de madera. Si bien es cierto que era mi padre el que estaba a cargo de todo, yo me fui haciendo con la práctica y hasta los 30 años me sostenía trabajando en el taller. Quería ser ebanista más que carpintero, cosa que me hizo muy feliz porque fueron momentos en los que asimilé muchas cosas, desde el trabajo cotidiano. Primero, a valorar ciertas cosas que por ahí uno no aprecia y después lo que cuesta ganar un mango con el trabajo. Quién hubiera imaginado que además de pagarnos y manifestarnos cariño, encima nos aplauden. Es un valor el hecho de tocar ahora en el Tasso, que está tan cerca de mi casa. Es también volver al barrio, como que voy a saludar primero a los vecinos.
¿Cómo es su relación con San Telmo?
Es un barrio del que no me voy más. Vivo aquí desde hace alrededor de 30 años. Recuerdo que en los años 40 ó 50, mis padres tenían unos amigos en la calle Bolívar y yo venía a jugar al Parque Lezama. Está lleno de historia y, además, el hecho de estar a 15 minutos del centro de Buenos Aires no deja de ser una ventaja. Acá uno puede andar en alpargatas, o salir en chancletas a la calle. Todavía se vive ese clima que fue alguna vez característico de Buenos Aires, salir a tomar mate a la puerta. Es una satisfacción vivir en un barrio y haber construido en la tierra y no en el aire, como los que viven en un piso 14.
Se nota que le gusta hablar, es simpático y coqueto (“no estaba preparado para las fotos”, afirma, vestido de entrecasa, con remera y jogging). Cuenta que le gustaría reactualizar su disco con piano, “porque hay muchos jóvenes pianistas realmente fantásticos con los que me gustaría reversionar algunas cosas e incursionar en otras formas, también. Por esto es, quizás, que se me va haciendo corta la vida… Ojalá que me llegue el momento de partir debiendo algunas cositas, no muchas, porque siempre hay posibilidades de sumar propuestas, intenciones, que tienen que ver con el hecho artístico musical pero social, por sobre todas las cosas”.
Una foto del Che nos mira desde la pared con su eterna sonrisa revolucionaria. Torres recuerda que alguna vez el charango era un instrumento “que socialmente no caía bien” y se alegra de que en los últimos años esto haya cambiado. “Y no solamente en Argentina, sino en todos los pueblos de América del Sur, algo que hay que celebrar”.
Dos de sus cinco hijos trabajan con él: Sebastián es el sonidista del grupo y Manuela forma parte del elenco, como bailarina. Habla de “la tenacidad, el ahínco, la entrega y el amor que hemos tenido todos juntos a lo largo de tantos años”. Destaca a Federico Siciliano, quien lo acompaña hace 14 años, conocido como “el Pulpo”, porque toca de todo: piano, acordeón, guitarra, guitarrón, charango, bandoneón. Tiene palabras de agradecimiento para con sus músicos, Javier Sepúlveda, Goyo Alvarez, Jorge Gordillo, Hernán Pagola y Adriana Leguizamon.
¿Recuerda qué sintió la primera vez que tocó un charango?
“Era un niño. Lo que sí recuerdo nítidamente es cuando mi nieto, Benjamin, se me acercó tímidamente, tendría 3 ó 4 años, a mirar el charango. De pronto lo hice sonar y le cambió la fisonomía de una manera tan hermosa… Nunca olvidaré la expresión de su rostro ante ese instrumento que hablaba”.
Su esposa, Elba, es también su secretaria. “Como buen morocho, me casé con una rubia de ojos azules. Cuando decidimos casarnos, pensé ‘voy a mejorar la raza’”, se ríe y agrega: “Y efectivamente la mejoré, porque tenemos cinco negros”.