Unas reflexiones sobre el corazón de El Sol de San Telmo
Por Catherine Mariko Black
Esta es mi última nota como directora de El Sol de San Telmo. Después de casi cinco años, este proyecto de comunicación social y construcción comunitaria ha madurado lo necesario para que sea dirigido por los mismos vecinos de este barrio. A pesar de mi deseo de compartir tantas emociones que me genera esta despedida, voy a limitarme a los conceptos claves que guiaron mi labor durante este tiempo. Dado que El Sol de San Telmo no es solo un periódico, pero tampoco una asociación vecinal ni una organización cultural –sumado al hecho de que su directora y editora es extranjera–, creo que para muchas personas clasificar y entender nuestro trabajo comunitario a veces ha sido difícil.
Espero, entonces, que estas líneas -por lo menos- ayuden a esclarecer cómo fui construyendo los pilares fundamentales de esa visión.
Revalorización de comunidad
El Sol de San Telmo siempre fue un proyecto no-partidario (por más que hemos sido criticados por ser la “mano encubierta” tanto de la Derecha como de la Izquierda). Sin embargo, tiene una política basada en la recuperación y fortalecimiento de un concepto que se debilitó bastante en el siglo pasado: comunidad.
La globalización, la movilidad de personas y culturas, la conquista del campo por la ciudad, el culto del individuo y la desaparición del sector público a favor del privado… éstas tendencias, entre otras, caracterizan nuestra época. Sus resultados incluyen la erosión de espacios e instituciones que resguardan la vida comunitaria y local (existen muchas comunidades intangibles y virtuales). Dicho de otra manera, este tipo de experiencia cotidiana e interrelacionada es lo que mucha gente asocia con San Telmo cuando se dice que “se respira aire de barrio”, o “es como un pueblo chiquito en el medio de la ciudad”.
San Telmo tiene la rareza de conservar esta atmósfera de comunidad íntima, donde “todos se conocen y se saludan”, a pesar de ser un punto cardinal de la identidad porteña y su movida cultural y cosmopolita, sobre todo en las últimas décadas. Esta aparente contradicción le permite absorber gente nueva, diferente, con su idiosincrasia, sin perder su celebrado estilo de vida tradicional… por lo menos hasta cierto punto. El gran debate de los últimos años ha sido sobre la cuestión de cómo y hasta cuándo se podrá mantener esta identidad barrial, dadas las presiones de gentrificación, revalorización inmobiliaria, turismo y ruptura del tejido social.
De todas maneras, la consigna para El Sol de San Telmo ha sido generar un espacio de comunicación y encuentro –tanto dentro de las páginas del periódico como en nuestras iniciativas y convocatorias a lo largo de estos años–. Un espacio donde se puede debatir, sentir y (re)construir una noción de comunidad, tanto para las personas que la vivieron siempre, como para las personas que llegaron al barrio justamente porque la extrañan y están buscando.
Apertura y confianza
En el trabajo comunitario (que diferencio de otros tipos de trabajo social, porque se basa primero en una experiencia local e inclusiva), creo que hay un paso previo a cualquier otro: la confianza.
En las comunidades tradicionales, donde sus integrantes se conocían a lo largo de generaciones, la confianza era el resultado natural de la convivencia. Más allá de las diferencias personales que existen siempre entre un vecino y otro, sabían que había una confianza mutua entre todos los que compartían un pueblo o aldea; una confianza que se fortalecía frente a los desconocidos que llegaban de otros lugares.
En el mundo contemporáneo –y sobre todo en las ciudades dinámicas de hoy–, ese tipo de confianza es más difícil de generar “naturalmente” porque el ritmo de cambio es más rápido y las comunidades se deshacen y reconforman con mayor facilidad. Por eso, se requiere un esfuerzo particular que, afortunadamente, también es más característico de nuestra época: la apertura. Apertura hacia los que se visten, hablan, viven y piensan diferente que nosotros.
Se ha dicho que San Telmo es un barrio especialmente heterogéneo comparado con otros de Buenos Aires. Pero aunque es cierto que esta diversidad aumentó en algunos sentidos durante la última década (sobre todo por la llegada de muchos extranjeros y nuevos vecinos), también es cierto que fue un barrio que históricamente integró un gran caudal de inmigrantes desde hace más de un siglo (un tema que hemos tocado mucho en el periódico). Por mi parte, puedo atestiguar que la diversidad que vi en mis primeras visitas al barrio me hizo sentir inmediatamente cómoda, a pesar de ser de otro país y hablar otro idioma y esa fue una razón concreta para elegir San Telmo para vivir. Percibí aquí una apertura y aceptación del otro, por más diferente que sea. Me hizo reflexionar sobre la actitud más cerrada con que los “locales” de mi Hawai nativo veían a la gente de afuera, un resultado directo del mal manejo del turismo allí; así como la relación histórica de Hawai como colonia (primero de azúcar, luego de vacaciones) de los Estados Unidos.
Esta apertura tan cálida y generosa es algo que siempre intenté replicar en mis propias interacciones con el barrio: si alguien expresaba interés en participar de nuestra conversación sobre San Telmo, siempre era bienvenido. No importaba si tenía una bandera política particular, si era de Boca o de River, si tenía acento europeo o argentino, si tenía historia en el barrio o era un recién llegado. Y tengo que confesar que si no hubiera sido por esta apertura y disposición a integrar personas muy diferentes entre si, el proyecto de El Sol de San Telmo no hubiera sobrevivido el primer año. Realizamos nuestra primera mesa redonda vecinal el mismo mes que lanzamos el periódico, en septiembre de 2007 y convocamos nuestra primera reunión editorial abierta en marzo de 2008. Gracias a mantener la puerta siempre abierta y darle a todos el beneficio de la duda en el primer encuentro, hemos podido incorporar las ideas, palabras, sentimientos y acciones de cientos y cientos de vecinos en un plazo relativamente corto, a pesar de tener un equipo chico de 2 o 3 personas fijas como “staff” durante ese tiempo.
Cuando notaba que, con el aumento de turismo y una tendencia a expulsar a los residentes con menos poder adquisitivo las sonrisas disminuían -reemplazadas por resentimiento-, vi más todavía la importancia de preservar una actitud de apertura porque sin ella la confianza, como un rasgo característico de una comunidad heterogénea, se disolvería cada vez más rápido. Es fácil confiar en el otro cuando somos todos iguales. Pero cuando somos todos diferentes, se necesita de un esfuerzo extra para conocerse y hace falta conocerse, para poder trabajar en conjunto.
El trabajo en conjunto
Cuando una persona logra un objetivo, el sabor es tan rico como cocinar un plato con éxito. Cuando varias personas juntas logran un objetivo, es tan rico como compartir una comilona en la larga mesa comunitaria. Tradicionalmente, era común que los integrantes de una comunidad se juntaran para realizar un trabajo demasiado pesado para una persona o familia sola: la “minga” paraguaya es un ejemplo de esto (el uso popular que se le da hoy es porque al que venía solamente para la comida comunal que se ofrecía a los voluntarios, se le decía “minga” porque no merecía el fruto de la labor en conjunto).
Sin embargo, la educación cultural de hoy no nos predispone a trabajar con otros, sino a buscar la riqueza limitada de uno. Y menos aún cuando esos otros son tan diferentes como podrían ser los vecinos de un barrio donde se escuchan una docena de idiomas en las calles y el conventillo de ayer o la casa tomada de hoy convive con el palacio reciclado de una celebridad. Requiere paciencia para trabajar en conjunto y, la paciencia, es un valor de antaño.
Se dice que San Telmo es un barrio fragmentado, donde muchos grupos sociales conviven pero no interactúan. Es cierto que no hay asociaciones o instituciones zonales que agrupen todos los intereses que se encuentran aquí. Pero también es cierto que en algunas ocasiones, esta diversidad de intereses colaboran y con muy lindos resultados.
Desde mi propia experiencia, puedo tomar como ejemplo dos iniciativas que El Sol de San Telmo ayudó a gestionar: La Gran Mateada Barrial y San Telmo Recuerda. La primera fue una idea casual de un vecino que se entusiasmó cuando se enteró de la tradición de compartir una comilona comunitaria en Inglaterra y quiso instalarlo en Buenos Aires. Con la participación de varias asociaciones zonales, la idea se transformó en una mateada barrial donde se podía recuperar la tradición social de compartir un mate al aire libre con el vecino: en este caso, la Plaza Dorrego (un espacio público que ya casi no pertenece al vecindario). Ya lleva tres años seguidos y la edición de 2011 era un festival comunitario con espectáculos, discursos y actividades para toda la familia. Al final de esa jornada, el 26 de noviembre pasado, unas diez personas nos quedamos en la plaza, desesperadas porque el flete que había traído las tarimas (varias estructuras de hierro y madera muy pesadas) se había ido y no podíamos simplemente dejarlas a la intemperie. En ese momento un vecino llamó a su amigo de la verdulería de Carlos Calvo y Chacabuco y le pidió -y obtuvo- la gauchada de prestarnos su camión para el traslado de las tarimas a su depósito.
El ejemplo de San Telmo Recuerda, un proyecto iniciado en 2010 para rescatar y escanear fotografías del Casco Histórico porteño del año 2000 para atrás, también tuvo un momento de emergencia antes de su inauguración en el Espacio Giesso el 1 de junio pasado. Los cuadros de la muestra se habían guardado en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (conocido por muchos como el ex Padelai) justo antes de que este predio fuera ocupado por las familias de la Cooperativa de Vivienda de San Telmo, que reclama parte de la titularidad del mismo (ver nota página 10). Por estar en medio de un proceso judicial, no se podía retirar objetos, ni entrar ni salir del inmueble sin previa autorización de la fiscalía. Estábamos a cuatro días de la inauguración y el fiscal se mostró reacio a dar la autorización. Pero luego de un torrente de llamadas y mails y un contacto brindado por San Telmo Preserva con el abogado de la cooperativa, el fiscal cambió de opinión y pudimos retirar los cuadros y disfrutar de una hermosa reinauguración y celebración del aniversario del barrio (ver nota página 3).
Ambos casos ejemplifican cómo la creación de una red de diversas entidades nos permitió sortear los desafíos imprevistos. Aunque cada entidad aportó de distintas maneras, algunas solamente con su aval, otras con recursos económicos, difusión o logística; la presencia de todas les dio a estas dos iniciativas su carácter inclusivo y colaborativo. Al fin de cuentas, también es su elemento más valioso: una mateada realizada por la asociación X no es lo mismo que una Gran Mateada Barrial.
Participación y compromiso
Otro pilar de la visión del Sol de San Telmo es el valor de la participación ciudadana. La mayoría de nuestras propuestas parten de una invitación a participar, sea en la redacción del periódico, en un debate abierto, en una iniciativa como las baldeadas de San Telmo Limpia, la movilización colectiva de San Telmo Preserva o la recuperación de la memoria fotográfica de San Telmo Recuerda (todos estos nombres fueron pensados concientemente y con una línea en común, basada en una palabra de acción que cualquier persona podría hacer). La clave siempre fue: abrir una puerta de entrada por la cual el vecino con un interés o inquietud pueda pasar.
Aunque cada edición del periódico tiene una vida corta, los debates no resuelven problemas en una jornada y las iniciativas vecinales se terminan o se transforman; el valor para mí de todas estas “puertas” es que brindaron a la gente la posibilidad de conectarse con su barrio, su comunidad. Un detalle interesante que he observado es que muchas de las personas que aprovecharon de estas convocatorias eran vecinos más nuevos, o vecinos que se habían ido y luego vuelto al barrio después de mucho tiempo. Generalmente los vecinos que vivieron toda su vida en el seno de una comunidad reforzada por la cotidianidad, no sentían la misma necesidad de identificar y preservar algo que ya tenían. Por otro lado, los más nuevos hicieron un esfuerzo adicional para mantener un ideal del barrio que habían elegido concientemente para vivir.
Volviendo al tema de la participación, aprendí una lección importante de nuestros hermanos del Barrio de Yungay en Santiago de Chile (el hermanamiento se realizó en 2008, durante un festival y baldeada de San Telmo Limpia): cuando la participación es voluntaria, generalmente uno no puede pretender que sea tan constante como si fuera un trabajo. Muchas personas llegaron y se fueron, pero si me hubiera fijado en las partidas, el proyecto me hubiera parecido un fracaso. Por otro lado, he podido observar que si las posibilidades de participar se sostienen a lo largo del tiempo, el proyecto entero (más allá de El Sol de San Telmo) se fortalece –lento pero seguro–, y cada vez hay más puertas de participación que se generan.
En algunos casos especiales, la participación inicial se convierte en compromiso. De hecho, que El Sol de San Telmo siga saliendo -aún después de mi partida- es un producto de suficientes “casos especiales”, para conformar un equipo funcional. El compromiso, hoy día cuando el bombardeo mediático y cultural genera una mentalidad de dispersión, superficialidad e inconstancia, es la semilla de un campo nuevo. Y el compromiso compartido entre muchos puede sembrar un nuevo mundo…no pretendo que El Sol de San Telmo aporte más que un granito de arena, pero creo que la transformación personal que se produce cuando un primer paso tentativo se convierte en la convicción del compromiso profundo -algo que he podido vivir, observar y compartir en estos años- es una de las experiencias más satisfactorias que hay.
Familia
Finalmente, hay un concepto que se me hizo tangible sobre todo en estos últimos tiempos. Puede ser en parte porque una cuestión familiar me obliga a retirarme de Argentina y es una decisión que tal vez no hubiera tomado 7 años atrás, antes de ser transformada por mi experiencia aquí. O puede ser porque, en estos meses, mientras el equipo que seguirá con El Sol de San Telmo se reunía más seguido con el objetivo de asumir el comando del proyecto, nos hemos percibido cada vez más como una pequeña familia dentro de la más grande, que es el barrio. Las razones no están del todo claras, pero es una sensación que llevo en el corazón y me gustaría compartir.
Hugo del Pozo dice que el grupo que realiza hace unos años El Sol de San Telmo es como una familia. Y cuando estamos todos sentados alrededor de una mesa, vino y empanadas de por medio, la verdad es que parece una familia: están los más grandes, los más jóvenes, los más conservadores, los más progresistas, los que no tienen preocupaciones económicas, los que viven día a día, los que nacieron en el barrio, los que vinieron de lejos… En resumen: es un corte del barrio mismo, como el barrio podría ser un corte del mundo.
Creo que todos los conceptos que desarrollé arriba son, últimamente, porciones del camino que reflejan la parte nuestra que añora ser partícipe de algo más grande que uno mismo: en la vida privada, podría ser la familia de sangre. En la vida pública, creo que es la experiencia de compartir un espacio con otros y cuidarlo entre todos. Si se llama comunidad, vecindario, barrio, república, ciudad o nación es lo de menos. Lo que sí importa, es lo que se lleva en el corazón.
Con profundo agradecimiento y los mejores deseos para “los Soles” de San Telmo: Isabel Bláser, Hugo del Pozo, Clara Rosselli, Diana Rodríguez, Daiana Ducca, Edgardo “Super 8” Gherbesi, Mónica Seoane y Juan Lima.