Menos carga en la mochila

“Cuando la sangre de tus venas retorne al mar,

y el polvo en tus huesos vuelva al suelo,
quizás recuerdes que esta tierra no te pertenece a ti,
sino que tú perteneces a esta tierra”.
Nativos americanos

Muy sabio, ¿no? ¿Cómo lograr reconocernos parte del CICLO DE LA VIDA? ¿Será que si somos parte de una totalidad, “nuestros” objetos no nos pertenecen? ¿Tenemos claro que los dejaremos aquí, algún día, inexorablemente?

Son tantos los motivos por los que conservamos objetos como: libros, papeles, fotografías, prendas de vestir, muebles, decorativos y muchos otros; ya sea porque los elegimos o los compramos, los heredamos, los buscamos, los encontramos, los recibimos como premio o regalo, los rescatamos. O también porque nos recuerdan algo, un momento, una persona, un lugar o pertenecen a una etapa de nuestra vida. Por eso están los que conservamos desde la infancia, los que usábamos en la escuela, los que nos gustaron alguna vez, los que nos acompañaron en una “ocasión especial”.

Pero uno cambia, siempre cambia. Cambian nuestras necesidades, nuestros gustos y hasta nuestra realidad cotidiana. Entonces crecemos, elegimos, nos mudamos, descartamos algunos, regalamos otros, también donamos o tiramos los que ya “no dan más”. Y volvemos a elegir otros objetos, de acuerdo a nuevos gustos. Todo ese “movimiento” acompaña los cambios.

Conocemos a muchas personas que no cambian, es más, le temen a los cambios. Guardan, atesoran, acumulan, juntan, apilan, almacenan y todo parece tener el mismo valor. Lo bueno, lo roto, lo usado, lo antiguo, lo retro, así como lo moderno y funcional, lo obsoleto y lo tecno. Sin olvidar lo que guardan “por las dudas”, por si lo necesitan más adelante, porque esperan re utilizarlo. Temen hacer cambios que alteren su estabilidad. Tienen una actitud que no les permite producir ni la más insignificante variación de su entorno.

Los objetos no son más importantes que el hombre. Cabe aquí una reflexión: ¿Cuántos de ellos que conservamos, necesitamos en realidad? Seguramente menos de la mitad. Por lo tanto, ¿es por necesidad que los conservamos o porque no nos atrevemos a “soltarlos”?. Tampoco es necesario forzar a nadie a un cambio, pero con nuestra actitud podemos hacerle ver que con menos carga “en la mochila”, puede mejorar nuestra calidad de vida.

Claro que se le puede dar un  nuevo uso a los objetos que «ya no sirven”: redecorar, reciclar, modificar, re-usar, redistribuir, donar, ¡cambiar…! Eso no quiere decir perder, al contrario:

Descartar: permite hacer lugar para lo nuevo.

Desusar: no es tirar algo porque ya no se usa, es pensar qué nuevo uso se le puede dar.

Reciclar: es dar una nueva oportunidad.

Repartir: es ofrecer lo que ya no usamos a nuestros hijos, cuando se van de nuestra casa o a los amigos o a los que lo necesitan realmente.

Valorar: lo que fueron piezas imprescindibles para la vida cotidiana y que hoy no encuentra su lugar más que en los museos, los remates o los anticuarios.

Por si hiciera falta algún motivo más, ahí va: Disfrutar: ¡Lo liviana que quedó tu mochila! Ya que, como decía sabiamente Mahatma Gandhi: “Tú debes ser el cambio que deseas ver en el mundo”.

                                                                       María Ángela Varela

 

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