Un pesebre con tradición

Pesabre 1Mantener las tradiciones populares es, sin lugar a dudas, un valor agregado en la vida que nos rodea.

Tal es el caso de Teresa y Susana Gargiulo, dos hermanas que a través del tiempo han mantenido una hermosa costumbre digna de ser tenida en cuenta, cuando lo rápido, lo inmediato, lo material parece ser la ley que domina las circunstancias. Ellas con tesón, cuidado, esfuerzo y, como decimos siempre, mucho amor arman el Pesebre Navideño en la sala de su casa (Brasil 460), que se ofrece a través de las ventanas abiertas como ofrenda a los vecinos y caminantes que se sorprenden y deleitan viendo a los personajes, montañas, lagos, plantas y todo lo que rodea al espíritu en los días navideños.

Si nos remontamos en el tiempo, sabremos que los abuelos de estas dos hermanas llegaron de Italia allá por el 1900, con todo el bagaje de esperanzas puestas en la “Tierra Prometida”, este pedazo de América donde se convirtieron en verdaderos forjadores del destino argentino.

Pesabre 2¿Y qué tal si seguimos haciendo un poco de historia familiar? Porque sabemos que familia y barrio se abrazan siempre en las historias de amor. Aquí lo hubo y, por eso, lo hay. Los abuelos, los tíos, los padres de las protagonistas, lucharon muy duro desde su llegada: Hotel de Inmigrantes, viviendas precarias, viviendas mejores… y, como detalle tan del barrio de ese entonces, nos enteramos que toda la familia ingresó a trabajar a la fábrica Canale, baluarte laboral de la época, erigida en el medio de lo que era “puro campo”. El padre llegó a Jefe de Personal y en los años 30´ compró la casa donde viven. La mamá, vivía en Banfield (dicen que era una avanzada para la época) y, como detalle que asombra, cuentan que tomaba el tren todos los días tan temprano que el maquinista la esperaba que llegara al andén. Pasó el tiempo, don Cayetano Gargiulo se casó con Analía y -en 1943- se instalaron en esta casa que, según dicen, perteneció a la familia Argerich.

Pesabre 3Allí comienza a armarse el pesebre. Una pequeña  mesa con pocos elementos que fueron aumentando con el correr del tiempo y siempre ante la mirada atenta de la “nona”, que veía con agrado que la tradición se perpetuara en su descendencia. Y así fue. Hoy, 70 años después de aquél pesebre pequeñito ubicado en una mesita, nos encontramos con personajes que habitan el ámbito completo del lugar. Se calculan alrededor de 300 piezas que lo componen y que siguen aumentando año tras año.

Visitarlo es una fiesta para los sentidos, para el recuerdo, para la nostalgia dulce de la infancia. En época navideña están las ventanas abiertas, como lo está el corazón de quienes lo han armado todos estos años.

¡Gracias Teresa y Susana, por el hermoso aporte a nuestro querido San Telmo!

                                                                                                          Lilita Vives

 

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