Nuestra historia y el espacio público
La idea de revolver y desempolvar las cajas de fotos previas al 2001 para contar las anécdotas de los vecinos tuvo, en 2013, la intención de compartirlas con el resto de la ciudad a través de gigantografías en lona, en la calle. Sinceramente pensé que el desafío radicaría en convencer a comerciantes, amigos e instituciones que conviertan sus fotos en enormes murales fotográficos. Para mi sorpresa, no fue así.
Con la participación de la escuela Valentín Gómez (Independencia 758) más la ayuda y apoyo de la Supervisión de Bibliotecas Escolares del distrito, el proyecto se extendió a las escuelas públicas de otros barrios que trabajan sobre el patrimonio. El resultado fue una colección de 30 gigantografías en las que participaron muchos actores sociales diferentes, entre ellos El Sol de San Telmo. Lo difícil fue convencerlos para que las pusieran en el espacio público, a la vista. O sea, compartirlas.
La primera reacción fue decir que estarían expuestas puertas adentro. O bien, solo estarían afuera un día (la Noche de los Museos) para luego quedar en el interior de los locales, escuelas o casas particulares. El motivo: la inseguridad. El temor a que les pase algo. Solo en los edificios que tienen rejas se atrevieron a dejarlas -detrás de ellas- con vista a la calle.
Por otro lado, en este momento, uno de los reclamos más resonantes se refiere a que no es posible usar el espacio público, plazas y calles por el vandalismo. Sin embargo, a la hora de hacerlo, somos nosotros los que nos resistimos por el miedo a lo que pueda pasar, aumentando el problema, dejando las calles vacías de nosotros mismos, de nuestra huella. Y con el espacio público desolado de nosotros, los vecinos, los funcionarios nos cambian el paisaje, los inversores tiran abajo nuestras casas con historia, vienen de otros lugares y escriben nuestras paredes, sacan los colectivos de circulación en el barrio o nos ponen horarios para usar las plazas.
Los invito a retomar nuestro espacio, para que siga siendo nuestro. De las formas más cotidianas, ocupándolo tomando mate en la puerta, conociendo a los vecinos y juntándose a charlar en la vereda, arreglando nuestras casas, sacando bancos como en otra época, plantando semillas en los recovecos abandonados y, por qué no, compartiendo nuestra singular biografía en fotos, en una lona, en la ventana.
Carolina López Scondras