Grafitis, contaminación visual en San Telmo y algo más
Como es bien sabido, el arte se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es el grafiti o arte callejero. En números anteriores de El Sol se han reconocido los trabajos de numerosos artistas anónimos que colaboran, con su creatividad, a embellecer San Telmo. Sin embargo, la cuestión que nos atañe en este momento es la preocupación que genera -entre los vecinos- la creciente oleada de pintadas en casi todo el barrio (principalmente en calles como Bolívar, Defensa, Piedras y Perú).
No se trata aquí de juzgar lo que es “objetivamente” bello de lo que no lo es, pues tal cosa no existe, sino de respetar el espacio público y el Casco Histórico de nuestra ciudad. Las paredes pintadas por doquier con firmas ininteligibles arruinan casas y edificios antes prolijamente pintados y se reproducen alarmantemente. Esta situación ha llegado a tal extremo que muchos santelmeños han preferido pintar ellos mismos -con grafitis- los frentes de sus negocios u hogares, con la esperanza de evitar ser víctimas de oleadas de pintura no deseadas. Un ejemplo de esta táctica es el bar Origen, ubicado en la esquina de Perú y Humberto I, cuyos dueños -recientemente- decidieron decorar las cortinas metálicas con una muy agradable pintura, realizada colectivamente por varios jóvenes.
Mención aparte merecen aquellos grafitis que, además de ser contaminantes, rozan lo vulgar. Este es el caso de una pintada enfrente de la Universidad Kennedy, en la calle Perú, en la que puede leerse desde hace mucho: “A mí también me cabe trokelar pero prefiero coger” (sic). O la frase estampada en Perú entre Carlos Calvo y Estados Unidos, enfrente de una escuela primaria: “Nunca nos vamos a morir…nos da paja”.
Por último, pero no menos importante, cabe mencionar un lamentable hecho de xenofobia que desde enero ha herido a nuestro barrio en lo más hondo, pues es huella de una intolerancia y un odio de inquietante magnitud. Se trata de un cartel escrito en la pared del edificio de la esquina de Humberto I y Perú, en el que se lee “Romina Jésica Moreno: bolita de mierda disfrazada de punk volvete a tu país”. Lo alarmante no es solo la pintada, pues sabemos que discriminación ha habido siempre, sino que nadie de nosotros la haya tratado de borrar o tapar aún con otro escrito -como sucede habitualmente- permitiendo que la misma permaneciera por casi cuatro meses. Podríamos, en ese lapso, haberla sacado pintando la pared o pegando algo encima. En definitiva, tendríamos que haber hecho algo. Recién el 26 de marzo alguien escribió con birome azul: “Vos andate del país. Soy argentina y me das vergüenza”; lo que implica que -por suerte- todo no está perdido.
Agustina Corral