Todos los días no son iguales
No hay forma de explicar todo. Aunque uno tratara de querer hacerlo, no puede. Hoy no es un día común, porque una de las esquinas más tradicionales de Buenos Aires se encuentra de luto. Una presencia que se había recuperado de su muerte, inesperadamente ya no se encuentra.
El Británico, su nombre lo dice todo, era EL BAR para muchos en donde allí buscaban un refugio en el romanticismo, en la poesía, en la literatura y en el argentinismo propio de las charlas de un bar.
Pareciera que el tiempo se me ha detenido, sin saber cómo ni cuándo. Imágenes paganas de un lugar con mucha historia grabada en cada mesa, en cada pared; de uno de esos bares que ya no abundan, donde el mozo era un personaje más del mobiliario por cómo conocía a todos aquellos que lo visitaban.
El Británico es un edificio lleno de historias, pasado y nostalgia. No puedo olvidarme de todo lo que me contaron y viví: de que los fines de año su antiguo dueño -un gallego- regalaba habanos y pasadas las 24, se tiraban a la fuente del Parque Lezama; que con mi padre era una parada obligada los sábados para el vermut con amigos en mesas de varios, en donde se hablaba de todo y yo nada entendía y solo picoteaba maníes y unas papas fritas.
Cuántos habrán ahogado sus penas de amores en ese lugar, con unas copas de más con el fin de olvidar. Pero hoy soy yo el que no quiere olvidar, porque la belleza de lo antiguo y lo clásico supera a todo lo nuevo que solo trata de imponerse; en donde un café casi se llega a pedir en inglés, sin entender por qué y donde el mozo más que un mozo es un chico con un acento raro, que te alcanza un pedido a la mesa.
Marcelo D`Urso