El Federal (desde la emoción)
Estoy escribiendo esta nota en El Federal, uno de los bares notables de Buenos Aires, que festeja sus primeros 150 años.
En realidad todo lo que escribo lo hago en este bar. Es mi lugar para escribir y también para leer. ¿Por qué no puede ser otro? No sé. Tal vez porque sus baldosas antiguas y gastadas, la rusticidad de sus mesas de maderas desnudas y viejas, escritas y marcadas por tantas vidas pasadas en tanto tiempo, son fuente de inspiración.
Claro que en 1864 no era lo que vemos hoy, pero no voy a adentrarme en su historia.
Testimonia el paso del tiempo en su arquitectura, en las paredes de un marfil amarillento desgastado y acogedor, cubiertas de distintas publicidades de productos que nos muestran un Buenos Aires de otra época a través de las fotografías, los colores empleados y los marcos de sus cuadros, a veces, torcidos.
El suelo, de baldosas antiguas con dibujos que forman nidos de abeja y flores hexagonales de color rojo oscuro y verde azulado que, a veces, parece gris, evidencia las marcas del tiempo y nos cuenta -por lo bajo- de cuántas historias es dueño.
Su riqueza se encuentra en las vidrieras fileteadas en dorado, que exhiben sifones, botellas, un calentador y otros objetos del tiempo de los abuelos; en la barra con vitraux y, en los manteles de papel con historias, curiosidades o que rinden homenaje a personalidades o a otros bares de Buenos Aires.
El Federal es un bar de público heterogéneo y cambiante como el ritmo que le imprime el barrio y esto se puede observar mejor los domingos, cuando en las horas tempranas de la mañana se muestra tranquilo y poco a poco se va transformando.
Ya estamos cerca del mediodía y mientras los Beatles cantan Yesterday, los turistas llegan para almorzar y miran extrañados porque mozos y clientes se saludan con besos y abrazos. Muchos habitués, como yo, vamos a desayunar mientras leemos el diario o escribimos y, de mesa a mesa, nos hacemos comentarios. Nos sentimos como en casa, casi en familia. Luego nos vamos y, por la tarde, muchas veces volvemos con otros amigos. En mi caso Fernanda y Vicky por las mañanas y Jorge y Marcos por las tardes, ya saben lo que voy a pedir y lo que consumo tiene también el sabor del cariño.
El Federal es un lugar querido, al que los vecinos entramos porque nos sabemos bien recibidos.
Protegido por su historia, solo hay que acercarse, tocar la calidez de sus mesas, descubrir objetos del pasado que parecen escondidos y dejarse llevar por el sentimiento.
Cuando cierra sus puertas, las paredes que callan sus voces durante el día, quedan solas otra vez y comentan entre ellas lo que oyeron.
Stella Maris Cambre