Los vulnerables: ¿Quiénes son los que menos cuidado tienen?
Esconderse bajo el cielo
Duermen tapándose la cabeza o con el rostro contra una pared como si les diera vergüenza, como tratando de esconder ese hecho tan íntimo de quedar vulnerables frente al mundo por la inconciencia en que nos envuelve el sueño. «Sí -dice Xavier-, cuando amanece y empezás a escuchar el movimiento por la calle no te querés destapar por la vergüenza que te da. La gente con la mirada te dice todo». Él vivió en la calle un año y medio.
San Telmo no aparece en los informes como uno de los barrios donde hay más personas en situación de calle. Sin embargo, no es difícil percibir que junto con el Microcentro, Retiro, Constitución, Barracas, San Cristóbal, Balvanera y Barrio Norte (oficialmente reconocidos como los más implicados) el barrio también está conteniendo situaciones similares.
Muchos vecinos suelen quejarse, algunos desde la comprensión y otros desde la discriminación, de que la gente que vive en la calle ocupa y/o ensucia el espacio público, las plazas, las entradas de viviendas, los bajo autopista. También se lamentan de los jóvenes y /o adultos que están todo el día sin hacer nada, tomando cerveza en la vereda, unos en peor estado que otros. Todos en condiciones de mucho descuido.
Quiénes son, qué hacen
Según los censos, unos más reales y otros más sospechosos, hay entre 11 mil (Médicos del Mundo) o 1.500 (Gobierno de la Ciudad) personas que duermen a la intemperie en la ciudad. Algunos tienen casa en el Conurbano y vienen a cartonear a la ciudad, pero no pueden volver a su vivienda todos los días. Otros, nada más se están escapando.
¿Por qué se quedan si tienen casa? Porque no pueden llevar el carro, porque no pueden pagar los 5 pesos en el depósito para que se lo cuiden, porque no les alcanza el tiempo para ir y venir y estar donde hay que estar para juntar lo que otros tiran, porque no tienen para pagar los boletos de colectivo/tren o nada más porque prefieren volver cada tanto porque a veces es mejor estar en la calle que entre cuatro paredes de cartón y chapa, con muchos otros amontonados, peleando o recibiendo malos tratos de parte de algún integrante de la familia. En otros casos, situaciones de adicción no resueltas generan la exclusión.
Hay paradores, es cierto, en los que se puede pernoctar. Pero no es sencillo llegar a ellos y algunos dicen que es preferible dormir en la calle por las condiciones en las que están. En el de Paseo Colón 811 hay que tener una derivación de hospital o asistente social para poder entrar. En el de Piedras al 1300 o Av. Belgrano al 400, lo mismo. En el Parador Retiro hay que hacer cola para recibir a las 5 de la tarde -con suerte- uno de los 200 números que dan para el ingreso a las 7.
Las familias enteras que están en la calle no pueden permanecer juntas si acceden a un parador oficial (mujeres y niños por un lado, hombres por otro) y mucho menos el perrito o el gatito que generalmente cuidan los más chicos. Pero tampoco hay contención y/o comprensión para quienes viven en inmuebles intrusados (y no es objeto de esta nota abordar ese tema), plazas, veredas o bajo autopistas. “Vienen y te tiran todo arriba de un camión, ropa, colchones, perro, gato, todo arriba y te sacan de la plaza o de la casa que quieren desalojar”, cuenta Xavier. Quienes realizan esa tarea son los integrantes de la UCEP (Unidad de Control del Espacio Público) una creación de la actual gestión porteña. Generalmente trabajan de noche.
La movilidad social
No es sencillo vivir en el desamparo ni entenderlo porque el desamparo no se entiende, se siente. Y aún cuando cualquiera de nosotros lo haya sentido, como siempre es mejor olvidar lo malo o doloroso, es preferible no volver a mirarse en esos espejos de la falta de cuidado, la ausencia de certezas, el vacío de presente y mucho más de futuro. Tampoco es sencillo para aquellos que con facilidad pueden procurarse todo o casi todo lo que necesitan, comprender los códigos esencialmente diferentes de quienes no pueden hacerlo.
Como se sabe, hoy la movilidad social está prácticamente desaparecida. Nada garantiza que trabajando mucho y viajando horas como ganado se pueda progresar. La escuela pública está colapsada y la privada es exclusiva. 30 años atrás, con esfuerzo, una familia con el único ingreso del padre operario, podía mandar a sus hijos a un colegio privado. Desde hace unos años eso es imposible.
“¿Que tendría que pasar para que se sintieran mejor, Xavier?”. “Nos gustaría que nos escuchen, que nos hablen, que nos ayuden a encontrar qué hacer, a sentirnos contenidos. Muchos podríamos salir de la calle si nos ayudaran. Los chicos no tienen nada, lo único que tienen es la ranchada cuando se juntan. La droga y el alcohol son formas de escapar de esta realidad», dice sentado en una mesa de México al 600, donde funciona el comedor de la Asamblea del Pueblo, a quienes está eternamente agradecido. Allí comen cada día decenas de personas. Nacido en Cuba, naturalizado argentino, es kinesiólogo y licenciado en Cultura Física (Educación Física) aunque sus títulos no sirven acá. Se acaba de recibir de Ayudante de Farmacia y espera conseguir empleo. Xavier es educadísimo y respetuoso hasta la exasperación.
No cuidan nada
Solemos exigirles a quienes no tienen nada que cuiden nuestras cosas. Nuestras plazas, nuestras veredas, nuestras paredes. Maldecimos porque la placita, al lado de la Parroquia de Humberto Primo al 300, es utilizada como mingitorio por los hombres que van a comer a la Iglesia. Los insultamos. Tal vez preferimos no enterarnos que a esas personas se les niegan derechos básicos. La Iglesia les da de comer pero para ellos los baños siempre están cerrados porque los ensucian o se roban las canillas. ¿Por qué cuidarían nuestras cosas si todo el tiempo estamos haciéndoles saber que ellos no tienen nada?
«Es verdad, dice un hombre de la calle, algunos se roban las canillas o cualquier cosa que se pueda vender. Pero no lo hacen porque les gusta, lo hacen por desesperación, porque no tienen otra forma de ganarse unos centavos. Y no son todos iguales». Nadie les da trabajo porque no tienen domicilio fijo, el 40% no tiene documentos, muchos perdieron la cultura de salir a trabajar, otros necesitan rehabilitarse de adicciones y muchos están mal nutridos y no resistirían jornadas laborales ni de 4 horas.
Chicos y jóvenes también
No hay Estado que proteja. «La situación de la niñez y la adolescencia es dramática», cuenta la licenciada Nélida Ortega, una de las especialistas en niños en situación de calle más importantes que tiene la Argentina. «En la ciudad la única institución que está haciendo algo por ellos es la Justicia». Y lo que hace es lo menos peor en las actuales condiciones: los institucionaliza, los judicializa, los mete en institutos para que no se sigan drogando o no se maten en un tiroteo con la policía. O no sigan recibiendo golpes o siendo víctimas de violaciones por parte de sus familiares. «Aunque parezca incomprensible, a veces los chicos vuelven a delinquir para volver al encierro, es un mecanismo de supervivencia que tienen porque es la única forma en que encuentran el límite», dice una psicóloga que por su trabajo en un ministerio porteño prefiere preservar su nombre.
La gente no vive a la intemperie porque le gusta. Siete mil adultos y tres mil niños de hasta 16 años, dice Médicos del Mundo, están en situación de calle. El panorama social es gravísimo. Y el estado de las personas también. Hace pocos días una pareja muy joven con una nena de un año y medio y un marcado aspecto de haber pertenecido a la clase media, tocaba la puerta desesperadamente en el comedor de la Asamblea, ahí en México al 600, porque habían sido desalojados de donde vivían. “Trabajaba en un bar que cerró y ya no tengo dinero para seguir pagando”, explicó el muchacho mientras su compañera enmudecía sin poder comprender lo que pasaba. En otra época una situación así siempre era bancada por algún familiar o amigo.
Es probable que tengamos que recuperar nuestra condición humanista y revisarnos. Ver en qué nos convertimos. Mientras tanto podríamos jugar, como dicen en lo de Tinelli, al cuidate, cuidame y que semejante banalidad sirva para algo al menos. —Patricia Barral, vecina, periodista y ex directora de Radio Nacional
Muy muy buena la nota. Saludos!