El arte entre sus manos
Enrique Rodríguez Carbone frecuenta nuestro barrio, con idas y vueltas, desde hace más de quince años. La primera vez tuvo su estudio en una de las galerías de la zona y, a fines del año pasado, volvió después de vivir muchos años en Flores.
Según él “fue un toque de atención o algo que se produjo en San Telmo, con respecto a mi vida”. Vaya a saber qué… pero camina las calles del vecindario, tratando de descubrir muros donde poder dejar su huella artística.
Para entender por qué eso es así, fuimos a su encuentro. Nos contó entonces: “Soy de Santa Rosa, La Pampa. Mi hermano iba a un taller de artes y entonces fui también. Empecé a los ocho años a dibujar y, como los profesores me dijeron que tenía talento, seguí. Luego ingresé al comercial al mismo tiempo que cursaba bellas artes. Me recibí en las dos carreras y el gobierno de La Pampa me otorgó una beca para cualquier universidad del país. Con un grupo de amigos hacíamos teatro vocacional donde yo hacía las escenografías y un día vi en la revista Vea y Lea una lista de todas las carreras de arte del país, entre ellas Escenografía que se dictaba en Cuyo, La Plata y El Salvador. Fuimos con mi padre a Mendoza, pero el curso no se abrió porque yo era el único alumno y, como en la de La Plata la inscripción había cerrado en octubre, perdí ese año»
Mural de la Memoria, realizado en marzo de 2002, estaba en San Juan y Defensa y fue declarado Patrimonio Cultural de la ciudad de Buenos Aires.
Imaginamos que esa circunstancia no lo había desanimado, conociendo ahora su historia, pero quisimos saber más y él siguió rememorando: “Finalmente entré en la universidad de La Plata, donde tuve excelentes profesores que cimentaron mi don. Porque eso uno lo trae pero hay que educarlo, moldearlo, pulirlo. Fui discípulo de Saulo Benavente en escenografía, Orlando Pierre en dibujo, Aurelio Macchi en escultura, César López Osornio en plástica y otros. En 1967 me recibí de Licenciado y Profesor en Escenografía y mi tesis fue sobre Teatro de Sombras que me dio Benavente”.
A partir de allí empezaría su desarrollo profesional porque “Estaba muy interesado en el tema de la escenografía y eso se profundizó cuando Benavente eligió a cuatro de sus discípulos, entre ellos yo, para trabajar con él. Nos trajo a Buenos Aires y nos enseñaba al mismo tiempo que nos pagaba, cuando -como bien nos decía- tendríamos que haberle pagado nosotros. Así empecé a aprender el oficio, desde el hacer. Era su asistente e hicimos escenografías para el Nuevo Teatro, Teatro Argentino con Inda Ledesma; cuando vino el Teatro Estatal de Varsovia, realizamos todos los decorados; intervinimos en el Museo Larreta, cuando actuó José María Vilches; también tenía un taller de escenografía en el Teatro Odeón, arriba de todo y trabajaba en eso”; cuenta Enrique.
Como todo en la vida se encadena, señala que “En un momento, Benavente me dice ´no trabajás más conmigo. Andá a ver a este señor´ y me da la tarjeta del Secretario de Cultura de la Nación de ese momento. Por supuesto fui a la entrevista y me dijo que querían hacer ocho salas teatrales en el segundo polo cultural del país que era Tucumán -donde llegué a ser el Director Técnico del Teatro San Martín-. Me propuso ir a instalarlas, nombrar a un director y los técnicos de cada lugar y hacer las escenografías. Tenía 24 años y estuve uno trabajando allá. Cuando terminamos, se hizo un encuentro provincial de teatro donde participaron todos y, al despedirme, me llamó el Presidente del Consejo de Formación Cultural para ofrecerme armar el cuerpo técnico del teatro San Martín con producciones propias, que no dependiera ni del Colón ni de nadie”.
A esta altura sabía que mi interlocutor era un artista, pero notaba que quería contarme que eso solo no lo conformaba. Entonces supe que para llevar a cabo lo que le habían propuesto empezó “a buscar personas para integrar el equipo. Cuando tomé el primer currículum del tapicero que se había presentado, fui a su lugar de trabajo sin decirle quién era. Le pregunté por un sillón que había reparado mientras observaba sus trabajos, su orden, su organización, cómo se desempeñaba. Cuando lo llamé para el puesto, se sorprendió al verme en ese lugar. Le dije que lo contrataba y le pedí que me enseñara a tapizar, porque creo que el artista tiene una faceta de artesano y para mandar hay que saber hacer la tarea”; explica Rodríguez Carbone.
Y continúa “También fui escenógrafo, entre otros, de los teatros El Galpón, Florencio Parravicini, Popular Judío de la AMIA y en el 2008 me convocaron del Teatro Colón para diseñar la ópera de cámara Mozart y Salieri de Rimski Korsacok”.
Sus intereses no terminaban allí ya que, en el 2014, cuando cumplió 50 años con el arte realizó una exposición de sus pinturas en acrílico, reunidas bajo el título “Martín Fierro”, que tienen base en el paisaje pampeano de su infancia. También realizó muestras en el Salón Dorado del teatro Roma y en el teatro Avenida. A lo dicho se agrega que, desde 1971, es Miembro del Movimiento Nacional Muralista y fue becado por el INJUME (Instituto de la Juventud Mejicana) para estudiar mural en la Escuela Diego Rivera, en México. Además de dejar su huella en el país azteca, sus obras pueden verse -por ejemplo- en La Pampa, Mar del Plata, Bolívar, La Plata, CABA. Asimismo, en octubre pasado asistió al Encuentro Internacional de Muralistas realizado en Tarija, Bolivia.
Es vasta su obra y muchos sus proyectos. Entre ellos: un libro sobre muralismo donde hablará del andamio y de los detalles técnicos necesarios para plasmarlo en la pared y hacer la historia de San Telmo, desde sus inicios, en varios murales que reflejen los temas esenciales que lo representan. Imagina que podría ser un circuito turístico de arte muralista.
Lo despedimos deseando que cumpla su sueño barrial que -sin duda- disfrutaremos.
Isabel Bláser