“A mis hijos les inculqué la lectura”
Sábado lluvioso y frío. Voy al encuentro de Edgar Pereyra, que tiene un kiosco de diarios en Perú y México. Siempre llamó nuestra atención por su bonhomía, cuando todos los meses le entregamos El Sol para que puedan leerlo nuestros vecinos y ese fue el pretexto para conocerlo un poco más.
Me recibe con la cordialidad de siempre y comienza la charla contándome que llegó a San Telmo “en el año 1981 desde La Toma -San Luis-. Tenía 25 años y vine con un par de amigos a pasear, porque una hermana mía vivía en Carlos Calvo 339 y otra frente al Parque Lezama. Me gustó, conseguí trabajo y me quedé, aunque los otros se volvieron”.
¿Le costó mucho conseguir trabajo en esa época?
No, la situación del país era diferente, había opciones. Siempre trabajé en fábricas: en Pasta Mayore, que era de fideos, pasé por todos los puestos y fui aprendiendo. Lo más delicado es el secado, ya que la masa pasa por diferentes máquinas donde se le va dando formas y cortando hasta que entra en el secadero en masa cruda. Si no se seca muy bien, se hace harina en el agua.
De allí pasé al Hogar Obrero, donde fui supervisor de Planta con personal a cargo y manejo de producción. Luego lo hice en Silvino Llaneza e Hijos, una de las principales cadenas de supermercados, que llegó a tener 85 sucursales. Después se llamó El Más Gauchito y Sumo, hasta que la compró Química Estrella. Esta era una gran empresa multinacional, tenían: en Barracas la arrocera Gallo, frente al Parque Lezama la yerba Cruz Malta, en Del Viso la marca Arlistan y compraron la marca Pan Dulce Musel y Marcolla. Siempre estuve en la parte de panificados, hasta el 2006 cuando presentaron la quiebra.
¿Cómo llegó a tener el kiosco de diarios?
Lo compré con una indemnización, para mi señora -Olga Robledo, que había trabajado como supervisora en el Supermercado La Gran Provisión hasta tener a nuestros hijos- pero al poco tiempo enfermó y, en 2008, falleció. El kiosco quedó a cargo de mi hijo Darío que trabajaba en él mientras estudiaba traductorado de inglés en el Lenguas Vivas. Cuando se recibió, se fue a vivir a Australia por dos años y la posta la tomó mi hija Natalia, quien también está terminando la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras. A mis hijos siempre les dije que debían estudiar y trabajar, pero sobre todo les inculqué la lectura.
Cuando traigo El Sol, me lo recibe usted…
Los fines de semana lo atiendo para que mi hija pueda descansar o hacer algo que necesite. En la semana hago el reparto con mi amiga Blanca (su perra) que se levanta conmigo a las cinco de la mañana. Cuando llega mi hija se queda y entro a trabajar en la Cámara de Propiedad Horizontal, en la parte administrativa, como persona autorizada para hacer los trámites de la entidad.
¿Siempre vivió en el barrio?
Sí. En Carlos Calvo 339, luego en Chile 545 y de ahí pasé a Chile 536. Mis hijos nacieron en San Telmo: Natalia hizo el jardín en el Instituto Integral del Sud –recuerda que en esa época, la fiesta de fin de curso la hacían cortando la calle Defensa– y luego fue al Inmaculada Concepción y Darío hizo hasta 4to. Grado en el Cnel. Suárez y después también en el Inmaculada.
¿Cómo ve a San Telmo?
Cambió mucho. Con la gente amiga que vivió acá toda la vida, como Amalia -la dueña de la agencia de quiniela de Chacabuco y Chile, cuya familia vivía alrededor del mercado- comentamos que antes todos se conocían. Por ejemplo mi hermana vivió muchos años, luego se fue y una vez cuando vino se encontró con una persona que le dijo: “Cómo no me voy a acordar de usted… tiene dos hijos varones….” ¡Increíble, eso solo pasa en San Telmo! La mayoría tenemos la misma sensación de desagrado, porque se ha perdido el espíritu del barrio.
¿Son positivos esos cambios?
Me encantaba ir a caminar los domingos al mercado para ver los puestos de fruta, verdura, almacén, etc. y ahora me encuentro con una panadería francesa, un local de comida mexicana y todo es así. No entiendo a los turistas que vienen a buscar cosas típicas a San Telmo, porque lo de aquél entonces ya casi no existe, se parece a Palermo que es totalmente comercial. Para conocerlo realmente hay que pasear durante la semana, cuando por sus calles andamos los vecinos. Si no, es imposible.
¿Cuál es la idiosincrasia de nuestro barrio?
Conocernos y saber quiénes somos. Encontrarnos en la calle con un abrazo, saludarnos y ponernos contentos solo de vernos. Es un lugar formado por generaciones de familias. Por ejemplo un sábado fui con mi hijo al mercado a comprar carne en el puesto 54, hacía tiempo que no iba y uno de los carniceros le dio un caramelo y le dijo: “Yo te conozco de chico cuando te parabas en el banco para que te diera un caramelo” ¡Eso es!
¿Y en cuanto a su estructura?
Veo el deterioro. No se han cuidado los empedrados y las reparaciones han sido mal hechas. En la calle Defensa se hicieron arreglos y está todo hundido y roto. Lo mismo en Chile o Perú donde se levantó el asfalto, se hizo nuevo y otra vez está deteriorado; además, no hay seguimiento. Lo mismo las veredas… una cosa que nunca vi es que se puso concreto, de un espesor bastante grande, para colocar arriba las baldosas. Al poco tiempo, se levantó todo para la fibra óptica. Se hacen inversiones y la plata cae “en saco roto”. Así todo…
¿La gente compra diarios y revistas?
Salvo este último mes, que notamos una merma, no tuvimos problemas. Se consume mucho La Nación, también Página 12 que -generalmente- lo lee la gente de la cultura quienes, incluso, vienen a buscarlo desde calles más lejanas. Crónica y Diario Popular, por acá casi no se venden. Al haber oficinas hay un cierto poder adquisitivo que consume las colecciones, pero a una o dos cuadras no es lo mismo, ya que -en general- vive gente mayor y eso casi no lo compra.
¿Qué personas conocidas viven en la zona?
Un hombre muy serio y excelente cliente fue Juan Carlos Gene, gran actor y dramaturgo -Director del Teatro San Martin; Presidente de la Asociación Argentina de Actores- que vivía en Perú 635 y tenía su teatro cerca; el cantante de tangos Guillermo Fernández que está en Carlos Calvo al 600; el periodista Reynaldo Sietecase, a una cuadra de acá; el Arq. José María Peña -creador del Museo de la Ciudad y la Feria de San Telmo- vivía en el piso 4 de México 547 y era cliente nuestro. Una vez mi hermana -que vive en San Luis- estaba en una consulta odontológica y viendo una revista, mientras esperaba que la atendieran, se encontró con una foto de él comprándole a mi hijo Darío en el puesto ¡No lo podía creer! Martín Céspedes, realizador audiovisual y su padre muy vinculado a la literatura; la bailarina y coreógrafa Ana María Stekelman; otros nuevos, como Graciela Ocaña que vive en Perú al 600. Y hay muchos más, que ahora no recuerdo los nombres.
¿Cómo imagina el futuro del barrio?
Como Palermo, porque está perdiendo todo lo que lo hizo popular. Cuando uno quiere hacer una mala comparación dice que se parece a Palermo y debo decir -sin ofender a nadie- que no es un halago, porque la gente que vive hace varias generaciones aquí no es lo que quiere para el barrio. Hay mucha gente en San Telmo que tiene otra visión social, lo único rescatable es que no hay tantas casas tomadas, ahora está lleno de hostels.
¿Si lo tuviera que definir?
Lo que enamora es esa cosa que tiene de barrio. Es como la casa de uno. El otro día se accidentó un vecino a unas cuadras de acá y no querían decirle a la señora para no asustarla, entonces me dijeron que le avise a la hija, porque sé dónde vive. Los vecinos me conocen, saben que pueden contar conmigo para lo que necesiten porque son como mi gran familia.
Texto y foto: Isabel Bláser