¿Adónde vamos San Telmo? Un mapa de los peligros y posibilidades en el desarrollo turístico del barrio
Hace un año publicamos un número del Sol titulado: “Turismo y consumo en San Telmo: ¿a qué precio?”, donde echamos una primera mirada sobre el fenómeno turístico en el barrio. Hoy volvemos al tema porque los acontecimientos políticos y económicos hacen que esta industria volátil sea uno de los ejes alrededor del cual girará el futuro del barrio.
Hace sólo tres años y medio que vivo en San Telmo, pero junto a los residentes de mucho tiempo y otros recién llegados, siento intensamente la transformación actual del barrio. Esta transformación ha sido descripta como “gentrificación”, “palermización” y “progreso”, depende de con qué valores uno mida los cambios socio-económicos plasmados en las brillantes vitrinas de nuevas boutiques; en la llegada de marcas nacionales como Havanna y Freddo; en los restaurantes cocina de autor a precios internacionales; y en la cada vez más bulliciosa feria de los domingos, que irradió desde la Plaza Dorrego hasta ocupar el largo de la calle Defensa con su mezcla de música, festejo, artesanías y venta callejera. Todos cambios que llegaron con el boom de turismo en la zona.
Detengámonos un momento en esta figura del turista que en el corto plazo de unos 6 ó 7 años, sacó a San Telmo del casi-anonimato de un barrio “viejo” y marginal, a ser la celebrada joya del Casco Histórico, donde los inmuebles tienen precios comparables a los de Recoleta y cada semana abren nuevos negocios apuntando a un público cosmopolita y comprador. Esa pareja alta, de tez nórdica, con sandalias y bermudas deportivas, mirando sifones de soda en la feria de antigüedades, o ese brasileño sonriente sacando fotos tangueras en la esquina, o ese grupito de mochileros tomando cerveza en el balcón de su hostal… tomados por separado son simplemente personas que quieren conocer uno de los barrios fundacionales de Buenos Aires, siguiendo las indicaciones de sus guías y la promoción del Ministerio de Cultura y Turismo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA).
Pero vistos dentro del fenómeno que puso a Argentina en el circuito de turismo internacional, y que explotó después de la devaluación del peso, estas personas representan una segunda población cada vez más instalada en el tejido social y comercial de la zona. Ni siquiera hablando de los extranjeros que viven en San Telmo (incluyendo quien escribe esta nota), quienes también tienen impacto en la vida local, los miles de turistas que caminan por estas calles cada semana, comiendo en sus bares, comprando en sus tiendas, buscando entretenimiento en sus boliches y ferias -su presencia está transformando la forma en la que el barrio se presenta e identifica. Las preguntas que vale la pena hacer son ¿cómo queremos incorporar al turismo en la vida socio-económica de la comunidad y en qué punto la empieza a dañar?
Marcos de referencia:
El turismo está percibido por muchos como el motor principal de la economía local, un motor que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires promueve activamente en su actual política de desarrollo urbano y cultural (la conversión del Ministerio de Cultura al Ministerio de Cultura y Turismo este año fue una clara señal de esto). De hecho, el turismo es la industria más grande del mundo, generando 10% del Producto Económico Global y más de 700 billones de dólares en 2006. Mientras el cambio favorezca las economías extranjeras, es probable que siga creciendo el turismo en San Telmo, con lo cual nos urge, a los que vivimos y trabajamos aquí, analizar sus impactos sociales, económicos y culturales si queremos que los cambios que produce el turismo en el barrio sean positivos y sostenibles al largo plazo.
En San Telmo, el turismo empezó a desarrollarse a fines de los ‘70, cuando se estableció el Casco Histórico y se armó la feria de antigüedades de la Plaza Dorrego. Mariana Sosa, vecina y guía de turismo, explica: “a partir de ahí el eje del mapa turístico siempre fue la feria. Hubo algunos referentes más para remarcar la memoria nacional, como la Plaza Dorrego, El Solar de French y la Casa de Esteban de Luca. Se nota que estos símbolos son también referentes de nuestra historia militar. Y eso quedó hasta fines de los ‘90”.
La feria de antigüedades también se convirtió en el centro de una nueva vida comercial basada en la compra de antigüedades y en la movida cultural de la plaza.
“Todo el desarrollo del barrio se debe a la feria”, dice Pablo Ortiz, dueño del bar Todo Mundo y presidente de la Asociación Comerciantes y Amigos de la Plaza Dorrego, quien recuerda cómo era la plaza cuando empezó a trabajar como mozo en su restaurante en 1985: “En esa época había poco turismo extranjero, la mayoría era de del interior, pero el circuito anticuario ya estaba establecido. Había tres bares y un restaurante y venía mucha gente a la noche porque era uno de los primeros lugares que sacaba mesas y sillas al aire libre”.
“No existía una conciencia del Casco Histórico en ese momento, pero yo venía de Europa y vi que el desarrollo natural era que este espacio se convirtiera en un casco histórico. Los vecinos le daban la bienvenida a esta movida, porque en esa época San Telmo era mucho más inseguro y esta ocupación produjo una socialización en la plaza que no había antes” rememora Ortiz.
Durante los ‘80 y ‘90, el turismo creció paulatinamente en San Telmo, acompañado por la inmigración de artistas y bohemios atraídos al barrio. Pero lo que destapó el boom fue la crisis de 2001, cuando la combinación de propiedades baratas y su cercanía con el centro y el circuito histórico produjo el primero florecimiento de hostels y hoteles, restaurantes, locales y alquileres temporarios para el turista.
Daniela Díaz Marchi, antropóloga urbana nacida y criada en San Telmo, explica: “Hay dos etapas de la transformación del barrio: primero, la declaración del Casco Histórico y el establecimiento de la Plaza Dorrego como eje central de la vida cultural y económica del barrio, y segundo, la crisis de 2001. A partir de estos momentos se ve una nueva evocación y representación del pasado en la identidad local”.
“Por ejemplo, se dice que San Telmo es un barrio de tango, y es uno de los símbolos que más se vende acá, pero no es más tanguero que muchos otros barrios. Para vender al turista empieza a haber una selección de los elementos tradicionales en la representación del barrio para afuera, aunque hay muchos otros elementos que no son tan favorecidos como el tango o el fileteado, que también forman parte del pasado del barrio, por ejemplo el candombe”.
Por la combinación del cambio que favorece al extranjero y el posicionamiento de San Telmo como patrimonio histórico de la Ciudad, se empezó a desarrollar una nueva identidad del barrio, o más bien una escenografía simbólica diseñada para atraer al visitante. Y aquí surge la problemática de separación entre lo real -la vida cotidiana del barrio y sus residentes- y lo fabricado. Por ejemplo los restaurantes de cena-show que cobran $ 200 la entrada y ofrecen tango “for export”, las tiendas de cueros y ropa de diseño, los hosteles que remplazan hoteles de pensión y los conventillos, en general, desplazan de los mismos espacios a residentes y negocios tradicionales y artesanales como los boliches, las fábricas de pasta, las panaderías y la famosa peluquería de la calle Defensa, que hoy es una tienda de cueros como cualquier otra.
Sin una política bien preparada para manejarlo, el turismo puede ser una de las industrias más dañinas a las comunidades que toca. El año pasado recorrí la costa brasileña y vi pueblo tras pueblo arrasado por un descontrolado desarrollo turístico sin sentido ni planificación. Muchas de estas poblaciones locales, poco preparadas, fueron invadidas y expulsadas por inversores ajenos que, en su apuro por vender a extranjeros (y sin consultar a los locales), alteraron y destruyeron el ambiente de pueblo costeño que atrajo al turista en primer lugar. Irónicamente, esto lo obliga al turista a buscar nuevas playas “vírgenes” que sufrirán el mismo proceso de descubrimiento, transformación, y destrucción.
Es cierto que San Telmo no es un pueblo aislado, sino parte de una gran ciudad diversa, y las ciudades sostenidas por industrias variadas son más resistentes a estos procesos de desnaturalización. Pero por otro lado San Telmo es un barrio chico y concentrado, donde durante mucho tiempo hubo poca actividad económico, haciéndose más susceptible al crecimiento de golpe que caracteriza el turismo, y con las rupturas sociales que lo acompañan.
La dinámica descentralizada e informal de una economía basada en el turismo facilita que este crecimiento ocurra con una velocidad asombrosa, potenciado por las interrelacionadas corrientes del aumento en servicios “blandos” (gastronomía, indumentaria, alojamiento, etcétera) y la inversión y revalorización inmobiliaria que expulsa a negocios y residentes tradicionales. Cuando cualquiera puede aprovechar el billete extranjero -desde el artesano en la calle hasta la empresa constructora- se abre un abanico de actividades comerciales que en su totalidad son capaces de transformar el carácter de un lugar de un día al otro.
Los números
Hay pocas cifras concretas sobre la cantidad de turistas que visitan San Telmo, pero según algunos estudios del Área de Estudios de Mercado y Estadísticas Turísticas del Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Turismo de la GCBA para el año 2007:
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires recibió 2.820.221 turistas extranjeros. El gasto promedio por persona por día fue de US$ 115,78.
Aproximadamente el 12% de los extranjeros visitaron San Telmo en su estadía.
Los extranjeros que más visitaron San Telmo son chilenos (18%), alemanes (17%) y franceses (15%).
89% de los extranjeros que visitaron San Telmo calificaron el barrio entre bueno, muy bueno, y excelente (los turistas extranjeros eligieron Palermo como el mejor calificado de los barrios, mientras que entre los turistas argentinos San Telmo fue el mejor posicionado).
Lo que el turismo extranjero destacó como lo mejor de los barrios fue la oferta cultura/variedad de actividades (24,4%), la gente (24,2%) y la arquitectura (18,9%).
Lo que el turismo extranjero destacó como lo peor de los barrios fue la suciedad/basura (41,5%) y el transporte público y tránsito (15,3%).
¿Puesta en valor o puesta en escena?
Uno de los grandes riesgos que corren San Telmo y el Casco Histórico en general es la transformación de un barrio vivo a un casco histórico vacío, como ha ocurrido en muchos centros antiguos de Europa y Latinoamérica. La puesta en valor de estos barrios, muchas veces apoyada por sus gobiernos, genera una escenografía que los pinta de lindos colores; arregla sus fachadas; les quita el tránsito; peatonaliza sus calles y sube tanto sus valores inmobiliarios que los únicos negocios que pueden sostenerse son los que venden a un público internacional, mientras sus poblaciones tradicionales se tienen que ir.
Estos barrios son atractivos para pasear y consumir, pero no son vividos ni vivibles. Muchos se llenan de turistas durante el día y se vacían a la noche, o peor, atraen una movida nocturna de bares y boliches que a su vez genera inseguridad, ruido y suciedad, como el Pelourinho en Salvador de Bahía, o el barrio Gótico de Barcelona.
Algunas de estas tendencias ya se ven en San Telmo sobre la calle Defensa y alrededor de la Plaza Dorrego, donde los alquileres subieron tanto en los últimos años que hasta algunos anticuarios están cediendo sus locales a marcas de cadena, y las pocas viviendas que quedan están ocupadas por turistas o extranjeros a precios parecidos a los de Europa o Norteamérica. Al mismo tiempo, la disolución de los lazos sociales e actividades vecinales que “cuidan” un espacio, deja abierto el campo para ser ocupado por transeúntes, inseguridad y delincuencia.
Dice Ortiz: “Hoy hay que tener mucho cuidado porque cuando terminen estos procesos distorsivos no queda nada del alma del lugar. El tres a uno trae al turismo porque es circunstancialmente favorable. Muchos nuevos negocios llegaron porque ahora el turismo mueve, pero en el proceso están desalojando actores tradicionales del barrio. La gentrificación está cambiando la composición social del barrio y ahora las propiedades de alto nivel compiten con los precios de Europe. En el edificio de enfrente de mi local, 75 por ciento de los departamentos son de extranjeros”.
Daniela Díaz Marchi describe este proceso: “Es un vaciamiento de la localidad. El GCBA y el sector privado están vaciando el Casco Histórico al plantear proyectos pensados solo para el turismo. Como San Telmo es un campo muy fértil de negocio, están armando una escenografía vacía”.
“El mercado de San Telmo se vació de su significado cultural. Quedó una parte de verdulería donde te cobran tres veces lo que te cobraban antes para poder sostener los alquileres. No queda ninguna referencia de la comunidad, yo no reconozco el mercado de mi infancia. Y pasó lo mismo en la Plaza Dorrego, que es el lugar donde jugábamos de chicos. Los dos espacios públicos con más carga simbólica son los más discutidos de San Telmo: el mercado y la Plaza Dorrego, y la vía que las conecta, la calle Defensa, son el botín de guerra” (ver nota sobre el Proyecto Prioridad Peatón, p. 8-9).
Al principio, muchos vecinos miraban al boom con ilusión, sobre todo por su prosperidad económica, y también porque les dio orgullo ver su barrio expuesto y celebrado internacionalmente. Pero ahora se están dando cuenta de una tendencia preocupante: cuanto más espacio se dedica a servir exclusivamente al turista, menos queda para el local.
“El vecino de la plaza entrega su espacio público todos los domingos -observa Ortiz-. Es un deber del Gobierno cuidarlo mejor, porque le obligas a no estacionar, no tener acceso, no poder reunirse en su casa y soportar el ruido y toda la movida social desde la mañana hasta la noche. El que vive en los alrededores de la plaza es altamente generoso con su espacio y habría que devolverle esa generosidad durante el resto de la semana”.
¿Cómo manejar esto?
Es importante aclarar que el turismo no tiene que ser una industria dañina, y de hecho hay muchos ejemplos de comunidades que pudieron aprovechar esa fuente económica para mejorar la calidad de su vida sin perder su identidad.
El turismo debilita la vida tradicional de un lugar cuando no está manejado según los intereses de la población local. Desafortunadamente, dirigido por intereses ajenos a la comunidad es el modelo más común porque los operadores del turismo históricamente ven los recursos culturales o paisajísticos de un lugar como algo para ser consumido, en vez de compartido.
Mariana Sosa dice: “En Buenos Aires el turismo receptivo siempre fue manejado como una actividad económica, no cultural. A pesar del discurso que emplea, hay poca mirada sobre el auténtico contenido histórico o cultural, o sea es mucho más operativo. Es más común el uso de la cultura como color sobre aquellos íconos simbólicos (como Gardel y el tango) que hoy resalta y se usa para tapar todo, y la cultura se vuelve una fachada, un estereotipo. Pero escarbás y encontrás una cáscara, no hay más. ¿Cómo pueden creer los formadores de turismo que el turista no va querer ir más allá de los estereotipos? Gran parte del turismo cultural es la gente que produce la cultura, pero venís en un tour a un barrio como San Telmo y ¿dónde está la gente?”.
Dentro de los límites de una industria pensada para exhibir en vez de revelar, y en muchos casos a pesar de querer una experiencia auténtica del lugar, el turista viene, saca alunas fotos, consume, y se va tan ajeno como llegó. Cuanto más armado el escenario que lo recibe, más probable que el turista sea víctima de un sistema que no le permite penetrar la realidad cotidiana del lugar y vivir un intercambio real.
Hasta ahora, San Telmo ha sido apreciado por el visitante no sólo por su arquitectura y sus antigüedades, sino porque se vive de manera auténtica en un lugar emblemático de Buenos Aires. El patrimonio del barrio fundacional de la Capital del país no sólo reside en sus bienes tangibles, sino también en los intangibles, en su carácter humano y sus lazos sociales: el viejito con boina que a la tarde anda a paso lento en la sombra de un pasaje; los chicos que se congregan sobre las veredas al mediodía, los kiosqueros tomando mate en la esquina a la mañana; la panadería familiar donde la clientela conoce el nombre de quienes la atienden; el joven matrimonio tomando su helado dominguero en el Parque Lezama.
Son estas cosas las que hacen de San Telmo un barrio auténtico y lleno de vida humana, y esta cotidianeidad dentro del marco de un casco histórico le encanta al extranjero. Lo puedo decir con convicción porque conocí San Telmo primero como turista y aunque no sabía nada del barrio, era su atmósfera diaria, su íntimo tejido social, su evidente sentido de pertenencia, su identidad e idiosincrasia heterogénea que se destacaron. Si se pierdan estas cosas, mucho del valor turístico de San Telmo desaparecerá, porque aunque sí es lindo, hay cascos históricos más bonitos y mejor preservados en Latinoamérica, si se trata de visitar un mero escenario.
Como observa Ortiz, “el turista busca lo que se diferencia de lo que conoce y lo que le enseña la historia del lugar. Y la manera de atraerlo es justamente preservando la identidad del barrio con la vida que sus vecinos llevan en la actualidad”.
Entonces ¿cómo podemos cuidar este patrimonio intangible que representa gran parte de la atracción de San Telmo y el Casco Histórico? En mi opinión, hay dos maneras principales: una desde abajo y la otra desde arriba.
La participación de la gente
Es fundamental la participación activa de los vecinos en el proceso de definir qué tipo de desarrollo económico/turístico se encaja con los valores y estilo de vida que queremos preservar. Hace falta una clara articulación comunitaria que defina los objetivos y límites de un plan de manejo público (en el sentido más concreto de la palabra) para la zona, porque si no no hay ningún mapa para guiar las acciones e inversiones del sector privado y el Gobierno, ni para reclamar a ellos cuando no lo respetan.
Se dice que si la gente no habla con claridad, sentido, y convicción no se puede quejar. Pero lo más importante: ¿quién conoce el patrimonio cultural e histórico de un lugar mejor que la gente que lo habita? Es tan lógico pero tan poco reconocido que los “expertos” y operadores del turismo en realidad son simplemente intermediarios entre un lugar y el extranjero. El que más conoce el lugar es el que vive o trabaja ahí, y por ende es el que más tiene para ofrecer y educar, directa o indirectamente por medio de las entidades que reciben al turista.
En Hawai, de donde soy, hay varios emprendimientos de turismo comunitario que fueron concebidos con la idea de compartir e intercambiar la auténtica cultura local con el visitante, en vez de sólo venderle un producto diseñado con el fin de consumo. Este movimiento viene como reacción al desarrollo turístico que dominó la economía de las islas desde mediados del siglo veinte, el turismo masivo, corporativo, de alto consumo y poco intercambio real entre la población local y la pasajera.
Ahora hay cada vez más grupos locales armando proyectos de turismo desde centros culturales hasta tours de la cultura y ecología nativa, siempre con la intención de compartir, celebrar, y preservar su patrimonio, identidad y valores locales. Los turistas que acceden a esta oferta están fascinados, mucho más que los que nunca salen de la maraña de luaus (el equivalente hawaiano del cena-show de tango), shoppings y tours en minibús y, lamentablemente, nunca conocen el “verdadero Hawai”.
Daniela Díaz Marchi explica: “uno de los principios fundamentales de la preservación es la participación de la gente, para que haya monitoreo del lugar por los locales. No hablo de una conservación o preservación estúpida, porque las sociedades son dinámicas y hay que respetar eso. Pero tiene que haber una capacitación de la gente para que se conserve la identidad de un lugar”. Es fundamental que esta capacitación, y las ganas de participar se desarrollen en San Telmo.
El rol del Gobierno:
Ahora, con el Bicentenario acercándose, el gobierno está estudiando el Casco Histórico como una zona de ricas posibilidades culturales y económicas y San Telmo probablemente tendrá un desarrollo más planificado e intenso, además de más promoción dentro de los circuitos turístico/culturales del Ministerio de Cultura y Turismo (como el circuito de la Calle Alsina que armó la Dirección del Casco Histórico para Montserrat).
Esta atención trae riesgos y ventajas y en los años que vienen la postura del GCBA con respecto al desarrollo turístico y económico del Casco Histórico tendrá gran influencia sobre la conservación de su patrimonio tangible e intangible y sobre cuánto durará esa indescriptible magia que encanta al visitante y nutre al residente.
Si el Gobierno toma una posición de colaboración y comunicación con la comunidad se podría desarrollar y mejorar el barrio en el largo plazo, conservando sus cualidades únicas pero también permitiendo que un turismo sensible y sostenible siga atrayendo inversión y exposición. Pero si el Gobierno toma una posición unilateral, imponiendo un desarrollo que favorece negocios en el corto plazo sin consultar a la comunidad, la terminará expulsando y perdiendo sus recursos culturales más valiosos, los que todavía son reales y no producidos.
Ortiz opina: “el GCBA debería subsidiar los comercios barriales que tienen más de 40 años en el barrio. De manera que la gente no pierde la vida barrial y la escenografía que atrae al turista. Es un proceso que valoriza la base en que está sustentada nuestra economía”.
Todos los locales que apuntan al público local también son para turistas, como la Pizzería Pirilio, que tiene identidad, está frecuentada por el vecino y da color y servicio al turista también. Veo turistas paradas en la puerta de ese local, porque es único en todo Buenos Aires. Con la inversión del GCBA en el barrio tendría que haber una ayuda para que los vecinos puedan mantener sus fachadas, con créditos reales y blandos que sean fáciles de obtener. Todo esto ayuda al residente pero también es para el turismo”.
Es un tema complejo, con muchos variables e intereses en juego, pero San Telmo sí puede crecer económicamente recibiendo, educando e inspirando a gente que quiere conocer el barrio fundacional de Buenos Aires -sin perder su identidad, su estilo de vida barrial y su patrimonio-. Depende de la voluntad de la gente de participar, hablar e insistir y de la inteligencia política del gobierno y el sector privado. Digo inteligencia porque siempre es más inteligente canalizar las energías existentes que intentar taparlas o enfrentarlas.
Como dice Ortiz, “San Telmo cuenta con más fuerzas unidas y activas y muy combativas. Todo vecino incentivado a mejorar su balcón y su frente lo haría porque es muy orgulloso de vivir en el primer barrio de la ciudad. Atrás de esta idea del crisol de razas, Argentina tiene pocas raíces para sostenerse y por eso éstas son tan importantes y queridas. Siempre que hicimos cualquier actividad cultural siempre contamos con un apoyo muy fuerte de los vecinos, ansiosos por defender esta identidad”.
—Catherine Mariko Black