Anny Rossi: la cantante deambulante
Con su pelo color bordó y su risa resonante, Anny Rossi está sentada frente a mí en un café del barrio Parque Patricios, donde nació y sigue viviendo.
“Parque Patricios es un barrio donde los vecinos te saludan -dice-. Y en San Telmo pasa lo mismo, la gente me dice ´¡hola tanguera! ¿Cómo estás?´. Hay encuentros con amigos, se escucha música en la plaza. Lo lindo es que es como mi barrio”.
Anny llegó a San Telmo por primera vez hace diez años. “Soy una cantante de tango, esto es lo que soy”, afirma. Cuenta que descubrió el tango de chica, escuchándolo en su casa familiar entre sus abuelos y tíos. “Mi papá tocaba la guitarra y mis dos abuelos también eran guitarristas y todos los hermanos, todos los varones del lado de mi papa, tocaban y cantaban tango. Bueno, escuché tanto que de grande también elegí el tango”.
Anny empezó a cantar públicamente en las funciones escolares de sus hijos. Cuando pedían la ayuda de los padres, Anny siempre se ofrecía para cantar en los actos de Fin de Año y los eventos de la escuela. Un día, una mujer le dijo que tenía que presentarse en un concurso: “Y le dije que no, no iba a competir” Pero la mujer insistía tanto que al final Anny accedió ¡y ganó! “Me entusiasmé”, cuenta.
Su marido Leonardo es músico de rock y blues, y parte de su trabajo era comprar y vender guitarras. “Un día me dijo, ‘¿por qué no le decís a uno de los guitarristas que pasan por aquí y para ver si podés hacer música, por lo menos como un hobby?´” Así que le hizo la propuesta a un guitarrista que se llamaba Lucio, y él aceptó. Salieron a buscar lugares donde tocar, acompañados al principio por Leonardo. Fueron a Palermo y La Boca, pero no encontraron mucho interés. Luego vinieron a San Telmo, donde fueron muy bien recibidos y empezaron a tocar en la Plaza Dorrego. Varios restaurantes los invitaron a tocar por una noche, que de pronto se convirtió en todas las noches de la semana. Después de esto, Leonardo llevó a Anny a un sombrerero artesanal y le compró su primer sombrero, diciendo: “ahora que tenés lugares para cantar, necesitás un sombrero”.
Seis meses después, Lucio se fue a Italia con su familia, pero aunque a Anny le daba un poco de vergüenza salir sola, decidió hacer algo distinto, cantando a capella. “Con el tiempo, empecé a crear un estilo propio, que ningún otro hace. Mi estilo es tanguero porque realmente siento el tango y opino que el público capta lo que siento en cada canción. Nunca me canso de cantar, y la gente me dice -incluso gente que ha viajado por el mundo- que soy única en lo que hago”.
Dice que ya no canta en la Plaza Dorrego, aunque es el lugar más pintoresco de San Telmo, y que lo que hace “no es un show” para turistas. “Realmente, trabajo por los argentinos. El turista va más para buscar el baile de tango, pero el tango para mí es como un pasaje, habla de un barrio, un recuerdo, un amor. Cuando canto estoy viendo qué interpreto”. De su repertorio de ciento y pico de tangos, “Canzonetta” es uno de los que más le gusta. “Mis abuelos eran italianos y el tango habla de los inmigrantes que no podían regresar a su país”, dice y explica que a veces no lo puede terminar de cantar porque le dan ganas de llorar, recordándolos.
Actualmente, todos los días salvo los domingos, Anny se levanta y hace sus tareas de madre y ama de casa. Luego, entre las ocho y nueve de la noche agarra su sombrero y sube al colectivo hacia San Telmo, donde empieza su recorrido cantando tangos en los bares y restaurantes históricos del barrio.
“Soy cantante de tango y madre de casa –dice-. Dejo la mesa puesta para la familia, me arreglo, saco el sombrero y me voy a trabajar”. Empieza su recorrido en el Bar de Cao, luego al Bar La Poesía y de ahí al Desnivel y El Federal, terminando en el restaurante Manolo. Los sábados también canta en la Tasca de los Cuchilleros. El recorrido entero le lleva entre dos y tres horas. Cuando nos vimos se estaba recuperando de una cirugía de la cadera, y lamentaba “¡Cuánto extraño mi trabajo! Extraño cantar y estar en movimiento”. Por suerte, ya está cantando de nuevo y vale la pena escucharla.
—Amelia Borofsky