Aves que sobrevuelan el barrio

Cuesta creer que en la urbe habiten otros animales, más allá de aquellos que tenemos como mascotas o de los que han sabido adaptarse al ámbito urbano -para bien o para mal- como las palomas de las plazas, los gorriones e incluso las ratas y los murciélagos.

Sin embargo, los espacios verdes presentes en las ciudades proveen un hábitat no natural para muchas otras especies, que también han sabido adaptarse. Sin duda las aves son las más conspicuas de estas especies, llenando con su presencia y trinos los parques y plazas.

En nuestra ciudad se estima que residen más de 200 especies de aves. Una cantidad que, según aseguran algunos conocedores del tema, es superior a la encontrada en muchas otras metrópolis del mundo e incluso a la que existe en el territorio de algunos países europeos como Francia o Alemania.

La mayor parte de estas aves son autóctonas, es decir nativas y comunes en la región. Sin embargo entre las especies más abundantes que pueden observarse en la ciudad, se encuentran: la paloma doméstica –Columba livia y el gorrión –Passer domesticus-, introducidas en la región y en el país a principios del siglo pasado. La existencia de tal diversidad de aves en nuestras plazas y parques se debe, fundamentalmente, a que estos sitios les proveen de elementos para satisfacer sus necesidades básicas tales como alimento, materiales para la construcción de sus nidos y refugio de depredadores.

El Lezama es uno de los parques de la ciudad con mayor diversidad de aves, teniendo en cuenta su extensión. Se han visto en él hasta 17 especies diferentes. Las habituales son las palomas comunes y los gorriones, especies exóticas, no nativas, que han sabido adaptarse al ruido y movimiento presentes en las ciudades.

También resultan comunes otras especies de palomas más pequeñas como la torcaza –Zenaida auriculata y la torcacita –Columbina picuí-. La primera es, sin duda, abundante y ha generado en los últimos años cierta preocupación en los ámbitos gubernamentales de la ciudad por su creciente población. La torcacita, de menor tamaño que la anterior, es menos abundante y a la vez menos conspicua. Podemos observarla volando entre las ramas de los árboles, bastante temerosa y evitando el contacto directo con la gente.

Otra paloma mucho más grande -incluso que la doméstica- pero también mucho más rara, es la paloma picazuró –Columba picazuró-. Raramente baja al suelo en presencia de la gente y se mantiene sobre el ramaje la mayor parte del tiempo.

Entre las especies más «ruidosas» y conspicuas que se pueden avistar en el parque, está la cotorra –Myopsitta monacha que sobrevuela y se asienta en los árboles más altos del lugar. Con un poco de suerte también es posible ver a otra especie de loro de cabeza negra, el ñanday –Nandayus nenday-, que es autóctona de Argentina y que en los últimos años ha incrementado su presencia en el ámbito urbano.

Además del gorrión, entre los pájaros presentes en el parque, está el hornero –Furnarius rufus incansable arquitecto que construye sorprendentes nidos de barro que muy raramente utiliza más de una vez.

No menos común es el zorzal colorado –Turdus rufiventris– cuyo canto melodioso comienza, incluso, durante las primeras horas de la madrugada. Otra especie relativamente usual y que frecuentemente se confunde con el gorrión es el chingolo –Zonotrichia capensis. Parcialmente confiado, se lo suele ver buscando restos de comida sobre el suelo, cerca de las personas o escuchar entonando su corto -pero no por ello menos bello- trino durante la primavera y el verano.

También durante esta época es posible observar sobrevolando el lugar a distintas especies de golondrinas, como la golondrina de ceja blanca –Tachycineta leucorrhoa– y la golondrina doméstica –Progne chalybea-. Son incansables voladoras que pasan gran parte del tiempo cazando insectos al vuelo. Asimismo podemos ver e inevitablemente oír, al estridente benteveo –Pitangus sulphuratus– o «bicho feo» para algunos de nosotros, con su inconfundible canto y a la calandria grande –Mimus saturninus, pájaro atrevido que suele enfrentar a los paseantes cuando estos rondan su nido.

Además -eventualmente- divisamos a una variedad de pájaro con extraños hábitos, casi únicos entre las aves, como es el tordo renegrido –Molothrus bonariensis-. Este tiene la peculiaridad de no construir nido y depositar sus huevos en los de otras, las que los incuban y crían los pichones del usurpador (por ello al tordo se lo considera un «parásito de cría»).

A todas estas especies se le suman las menos comunes que pueden avistarse durante una parte del año, como la ratona común –Troglodytes aedon-, el picabuey –Machetornis rixosus-, el tordo músico –Agelaioides badius– y el conocido jilguero dorado –Sicalis flaveola-.

La diversidad de aves observada en el parque Lezama constituye el resultado de la variada y frondosa vegetación que este posee. Su conservación y cuidado, entonces, supone un elemento fundamental para preservar el hábitat y recursos que estos animales requieren.

Agradecemos al Dr. Gustavo Javier Fernández por aportar información valiosa, para la redacción de esta nota.

Silvia Mónica Rossi/Fotos: Damián Sergio

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