BICHI

– ¡Hola! ¿Rolo? ¡¡Vení para casa ya!!

– ¿Qué pasa, Tati? ¿Te pasó algo?

– ¿Algo?¡No sabés! ¡Me pasó todo! Y vos a veinte mil kilómetros!!!

– ¡Qué te pasó? ¡Por favor, Tati, calmate…!

– Sí, claro, total vos estás ahí sentado lo más tranquilo.

– Tati, estamos de inventario… Es una vez cada seis meses.

– ¡Yo también trabajo y no digo nada!… Y me tengo que aguantar con la ventana abierta y el chiflete que me entra por las piernas, que justo me había sacado las medias…

– ¿Ventana abierta? ¿Con este frio? ¡Dale, Tati, contame qué pasa! ¿El gas? ¿Pasó algo con el gas?

– ¡Con el gas me voy a matar si no venís como prometiste…!

– ¡¡Tati!! Pará y contame. ¡Me volvés loco!…

– ¡Y qué tengo que decir yo que me tengo que morir del corazón sola… como si no estuviera casada!

– ¡¿Qué pasa, por Dios!

– ¿Qué pasa? ¡¡Pasa que hay una cucaracha inmensa!!

– ¡Ah…! Bueno… Me imaginé una desgracia.

– ¿Te parece que puede haber peor desgracia que tener cucarachas en la casa!! ¡¡Hace apenas seis meses que estamos casados y ya no te importan las cucarachas tamaño baño!! ¡Mañana nos mudamos de este departamento… y que te devuelvan los alquileres que pagaste… y el depósito!

– Tati… Tati… Calmate.

– ¿Calmate? ¡Vos porque no la tenés enfrente! … Y dame charla para que me calme, nomás. Como si yo no me diera cuenta. Para vos es fácil. Total estás lejos… Vos me prometiste que venías ¡Me lo juraste! O ya te olvidaste de cuando me llevaste al hotel ese de porquería y apareció una cuca. Vos me juraste que si en nuestra futura casa aparecía una vos dejabas todo y venías a defenderme… Pero seguro que lo dijiste para que me bajara de arriba del lavatorio y parara con los gritos.

– En media hora termino y voy rajando para casa…

– En media hora me encontrás en casa de mamá. Y para siempre. Así que venís y venís… ¡O voy allá y te traigo!… Pero no puede porque si me muevo se puede ir a la comida o a la ropa ¡Hasta lo de mi mamá se puede ir!!

– Bueno, Tati, tenés que calmarte. Vos sabés que las cucarachas …

– ¡Te aprovechás porque le tengo miedo a las cucarachas y a las arañas! ¡Y qué? ¿Vos no le tenés miedo a tu jefe? Que a Mérida no le gusta esto, que Mérida se vuelve loco por lo otro …

– Tati, tranquilízate… sabés que…

– Lo único que sé es que hay un monstruo. Una cucaracha redonda inmensa…

– Tati… Las cucarachas no son redondas…

– Y bueno, cuando me hagan la autopsia pedí que me vea un oculista. Es redonda te digo y con cuatro ojos. Debe ser de las asquerosas que vuelan, porque no le veo las patas… Tiene una mirada asesina en cada uno de los cuatro ojos y está como para saltar y picarme.

– Tati, vos sabés que no atacan…No hacen nada.

– El que no hace nada sos vos. Me prometiste que si había algún bicho vos dejabas todo y venías a ayudarme. Seguro que lo hiciste porque estábamos en un hotel de esos …

– ¿Cómo decís eso, Tati?. Yo te quiero…Concentrate y pensá: “Mente superior domina mente inferior”.

– ¡No me jodas, desgraciado! Quisiera verte a vos con semejante bicho… Encima de que me pone loca vos decís que es más inteligente que yo!… Parece una araña brillosa y sin patas. Te quisiera ver a vos.

– No te enojes, dulce…

– Sí, endulzame ahora…

– Usted es mi reina, mi bichi querida.

– ¡Pero vos sos un bolu! ¿Justo “bichi” me decís cuando me amenaza una cucaracha asesina, grande como dos monedas de un peso?

Mirá: es más grande que los botones de tu sobretodo.

-… Esteee…Bueno… ¡No me digas? ¿Por qué no intentás tirarle insecticida… Creo que hay uno en aerosol en el estante de abajo del lavadero.

– ¿Me vas a decir a mi dónde están las cosas en “mi” casa? Ya le tiré de todo y de todas las marcas. Hasta le tiré agua oxigenada con el secador. En un momento que me volví loca le pegué con el escobillón y nada. Ni se mosqueó. Hace un rato abrí la ventana para que vuele para afuera y lo único que hace es mirarme con desprecio.

Como si no aceptara órdenes de nadie y la maldita supiera que no las puedo ni ver. Al principio, de pura desesperación cerré la puerta de la cocina y cuando me animé a mirar por el agujerito de la llave: ¡¡¡Me estaba espiando con los cuatro ojos a la vez y sin moverse de su lugar!!!

-Tati… ¡Tati! Escuchame, por favor… Tati…

– Sabés que cuando estoy enojada no me gusta que me digas Tati. Por respeto me tenés que decir “Tatiana”.

– Está bien, Tatiana; pero calmate, mi amor…Mérida acaba de irse. Mirá, ya me estoy poniendo el saco y voy para allá. Salí de la cocina y cerrá la puerta.

– ¿Y si se mete en la heladera?

– ¡Cómo se va a meter en la heladera, Tatiana?

– ¡Vos no sabés de lo que son capaces estos animales! ¡Sobrevivieron a los dinosaurios!

– Cuelgo, Tatiana y vuelo para allá.

– ¿Por qué me decís Tatiana? ¿Ya no soy más tu Tati?… Y todo por culpa de esta porquería de cucaracha…

En la estación Medrano del subte “B”, en la formación que pasó hacia Federico Lacroze a las 19,27 horas, en el tercer vagón, un muchacho acariciaba unos hilos sueltos de donde había colgado hasta la noche anterior un botón negro, grandote, que desde unos días atrás venía amenazando con caerse… Si hubiera habido una mente superior en las inmediaciones hubiera podido leer en sus ojos: “¡Cómo le digo a Tati que si esta mañana yo le hubiera pedido que me cosiera el botón del sobretodo, ella no estaría ahora en peligro de muerte frente a una cucaracha asesina…?!”

José María Fernández Alara

Cuento que forma parte de su libro:

“El invento argentino” de Lugar Editorial

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