Brillo – sonrisa
Aterrizo en Ezeiza, al amanecer. Me fascina ver a través de la ventanilla a ese circulo cobrizo, luminoso, que va asomando lentamente, imperturbable. Una de las mejores bienvenidas del planeta, pienso. Han sido 17 horas de vuelo, con un barbijo incrustado entre el mentón y la nariz.
Salgo del aeropuerto con el deseo de quitármelo de una vez por todas, cuando observo que afuera, al aire libre, todos llevan uno… Hupps. Al llegar a San Telmo, la misma imagen. Caigo en la cuenta que en el país, hasta hace un par de meses, el número de contagios era muy alto. Aún siendo verano.
De donde vengo, el virus sigue muy en alto, aunque los políticos lo hayan borrado de su lista de prioridades. Y sin contar, que allí asoma una guerra que se vuelve cada día más presente.
Amigos que visitan Argentina cada año reciben, ahora, en su casa, refugiados de esa guerra perversa. Este año han decidido no visitar nuestro país. No vaya a ser que esta guerra -que tiende a expanderse en Europa- los sorprenda aquí, dicen. Quizás nos se han dado cuenta que desde acá, el monstruo de la guerra se ve lejano. Qué fortuna. Me siento más segura.
Pensar en eso me alegra el día, mientras recorro el barrio. Después de estos últimos dos pandémicos años grises, cada atisbo de suerte individual o colectiva me dibuja una sonrisa. Al frente de casa hay dos cafés que antes no estaban. Otra sonrisa. Y siguen allí el restaurante y la peluquería abiertos. Vecinos amables, solidarios. Gente disfrutando del sol y un cafecito, sentados en sillas diminutas. Mi sonrisa se ensancha.
Me concentro en ellos para no ver, al otro lado de la calle, las bolsas de plástico que bailan con el viento. Son tantas que logran llamar mi atención. Una de ellas se aleja por México, bailando desenfrenada.
La sigo. Se eleva por los aires, haciendo volteretas, como si supiera que hay alguien que la observa. Cae rendida entre tres guantes de goma. Tres guantes de goma… ¿Qué hacen ahí, sin dueño, despatarrados a un costado de la calle? Ni siquiera toman en cuenta la llegada de la bolsa – primaballerina. A los cuatro se les acaba acá mismo la función, digo entre mi. Los hago perderse en un tacho y lamentablemente no hay nada que aplaudir.
Aplaudo sí y con muchas ganas, el talento de colegas del barrio que vi arriba de “las tablas“. En las últimas tres noches asistir a tres teatros llenos, es un placer. Y más aún, ver a espectadores saliendo con su barbijo muy puesto y ese brillo-sonrisa en sus ojos.
En un par de semanas tengo que volver a Europa. La foto con la bolsa prima-ballerina, la dejo acá. La otra, la con el brillo-sonrisa en la mirada, me la llevo.
Texto y foto: Frida León