Bujías (Los grilletes de la esclavitud)
Solo los mexicanos fueron capaces de vivir en la oscuridad. Sabían de fosforescencias y de miradas de reptiles y cetáceos hasta que la abuela se enteró de que sus nietos mataron al ciervo de seis puntales que no era otro que su amante. Un nieto en la huida llegó a la velocidad de la luz y de Sol desde entonces y el otro, luna, llegó oscuro y sin las bujías de su hermano en una órbita cercana. Desde entonces el miedo cundió. De la noche buscaron la luz diurna en la nocturna y del fuego alumbró las cuevas y las carnes cocidas. El fuego por ser fuego se apaga y afanosamente los alquimios a pura grasa y alcohol de patata le dieron con la mecha de yute… la vela de parafina de las abejas que entró en la magia. Desde entonces no hay más locura ni pánico solo veladas diurnas y caminos largos. La vida con tanta luz se volvió ilustración, pantalla.
El farolero indicaba el camino a su amo y a quien pagara por su velón prediciendo dentro de la farola que estrenaba insectos y mariposas de vida corta. El farolero de nombre Lucio, de una década y media, prendía su farol en la leña de la cocina. Y he aquí al gran porque de la dependencia todo llegaba al virreinato por los barcos de la España de Fernando. Caballos, vacas, corderos, botas y zapatos, perros, ratas de los barcos, bombillas de los mates, vajillas, porcelanas, sillas y chocolate y la parafina y llegaban los barcos y la gente esperando con los portuarios.
Así llegaron los pares de Lucio como esclavos. Ya las especies no eran el fetiche ni la seda. Entonces el oro y la plata y el negocio de los esclavos. De lo único que nos salvamos los rioplatenses fue de los genocidios por el oro. Y Lucio el negrito fue el primer trabajador de barrido y alumbrado. Con uniforme de farolero, conocía las calles que todavía ni tenían empedrado y ubicaba los perros rabiosos y los curas nocturnos del pecado. Lucio se volvió indispensable para los patriotas que solo se reunían a la noche y también conocía a la loca que salía con la luna y subía a los techos de tejas portuguesas. Ubicaba los perros rabiosos y no salía los días de luna llena. Lucio toleraba la lluvia y el viento y eludía los sapos originarios. Las noches de entonces eran un concierto de cigarras, lechuzas, relinchos y ronquidos de los gallegos. Lucio por vivir de noche perdió el sueño y por indicar tanto el camino cambió su temperamento. Cerraba las cortinas y contestaba mal a sus dueños, fumaba y tomaba mate hasta mearse sin llegar al hueco. El uniforme le dio elegancia y distinción y las jovencitas hijas de los esclavos lo querían por su presencia y los encuentros nocturnos le dieron a Lucio una nueva razón para la noche. Y la noche le dio virtud de poder emanciparse con Candela, la niña que sabía dónde quedaba Montevideo y Martín García y cómo cruzar el Atlántico. Y le dijo a Lucio que sabía que la noche era hermana del sueño. Deberían escapar y que por la noche no serían huérfanas las palmas anunciarían su cercanía a los hermanos africanos y que un día un blanco llamado Moreno se daría cuenta de tanta ignominia. Ninguna creencia solo rebeldía de los dos nocheros que hicieron de la noche el día.
Los cuatro ojos supieron ver la vida y la virtud divina de mirar el horizonte donde están todos los sueños (los bellos cielos africanos).
Cuento de Norman Briski