Carlitos, y un café con historias (I)
Recuerdos de Carlos Encina Alarcón, uno de los tres mozos del Bar Británico antes de su cierre de 2006
Defensa y Brasil. ¿Cómo empezar el relato sin caer en la visión amarillenta de un lugar común? Si uno dice “la esquina encantada” pareciera referirse más bien a la vidriera comercial de un bazar de magia. Aunque ciertamente exista en el lugar mucho de sortilegio, mucho de encantamiento.
Si uno afirma que ahí Buenos Aires viste de lengue y percal hasta podría sonar absurdo, ridículo. Aunque así se pasean ante nuestra mirada cantidades de turistas extranjeros que rinden culto a la pinta gardeliana.Si uno mira la esquina desde el Parque Lezama experimenta la sensación de estar hablando desde las páginas de “Sobre Héroes y Tumbas”, por ejemplo.
Entonces lo más atinado sería evitar preámbulos que se refieran al afuera y cruzar el umbral sin más vueltas. Una vez adentro, sí. Vale todo. No hay lógica ni normativa alguna que determine límites entre la realidad y la fantasía. Ahí sí, la que quiere viste de percal, al que le place usa lengue, los que así lo deseen pueden colmar la mesa de hechizos.
Cada cual describirá su parque, cada cual su ochava. Anclados en esas mesas que no admiten los caprichos del tiempo cada uno escribirá su historia como quiere. Como puede o como la recuerde. Y si no también. Todo es posible, hasta desprenderse de la misma historia que uno acarrea puertas para afuera.
Carlitos cuenta la suya. Bandeja en mano. Mientras continúa repartiendo cubanas y cafés recién molidos. No importa que ahora camine tantísimas veces las baldosas de otro bar. En otro barrio. Con otros parroquianos. Dijimos que acá vale todo. También se puede estar en proyección astral que le dicen.
Pero basta de prólogo. Va la historia de Carlitos en El Británico. Sírvase de ella. Como el café fresco… muy bien tostado.
“La historia mía con El Británico arranca en 1985, cuando a partir de la falta e trabajo empiezo con los gallegos en el turno de la tarde. …había regresado después de haber pasado un tiempo afuera, en el extranjero.
El bar comenzó a mutar más hacia la reunión nocturna. Empezó a haber más gente de noche que durante la mañana y la tarde, lo que hizo necesario ayudar al turno noche que era comandado por Manolo, uno de los tres gallegos.
La gente que salía de los cines, del teatro, que venía de la calle Corrientes, sobre todo los viernes y los sábados, directamente se iban hacia El Británico que mantenía la tradición de estar abierto las veinticuatro horas, siempre.
En San Telmo también empezó a darse un movimiento interesante que inició el Parakultural y al que se fueron agregando otras expresiones culturales. Era la época de Los Melli, Batato Barea, las chicas de Gambas al Ajillo… y en este sentido El Británico fue recuperando en alguna medida lo que había sido sobre todo a principios de la década del setenta. Mucha vida nocturna, por lo tanto comencé a trabajar con Manolo desde la medianoche hasta las ocho de la mañana.
¡Se armaba cada reunión entre copas que terminaban haciendo alusión a todo!
Claro, al no cerrar nunca El Británico daba la oportunidad de una cita segura a cualquier hora en una época en la que todo San Telmo y sus bares se iban poblando cada vez más.
Eso sí, siempre hubo solitarios, que no podían dormir o vaya a saber uno porqué se quedaban solos, en silencio, durante horas mirando la nada.”
Los Gallegos
“Los gallegos atendieron siempre el salón.
Trillo arrancaba a la mañana, de ocho y hasta las cuatro de la tarde. Cuando yo arranqué, en el ‘85, tenía más dinamismo, y era un tipo canchero. Jodía con todo el mundo, con las minas y demás. Pero con el tiempo se fue poniendo mayor, más gordo y le costaba levantarse tan temprano. El veía entrar a un cliente habitué que solía tomar café y ni se le acercaba a preguntarle. Directamente venía con el café, para hablar lo menos posible. Pero claro…¡a veces la gente tenía ganas de otra cosa!
Con José Miñones, fallecido en abril de 2009, empezaba el turno de la tarde. Era el más canchero. Yo desde el vamos empecé a llevarme bien con él porque le tiraba ideas y era el único que me daba bola. Los otros dos estaban esquematizados en el café con leche y medialunas, la hamburguesa, los sandwichitos de miga y el whisky nacional. Pero José Miñones era el tipo distinto, como un gentleman entre los tres. El que mantenía una línea, una ética en el lugar a pesar de tratarse de un bodegón en el que todo parecía ser un desorden. Él mantenía un orden, era la voz parlante de las ideas para mejorar la atención. Era un gran mediador. Cuando alguno se ponía loquito él no confrontaba, le daba tiempo para que bajara solo y se calmara de a poco.
¡Y a la noche! Venían grupos de diez o doce personas y Manolo ya se empezaba a poner chinchudo y a protestar. Le cambiabas una mesa de lugar y te podía romper la bandeja en la cabeza. Le tocabas los servilleteros o los ceniceros y te podía llegar a mandar una carta documento. Él quería tener todo como le parecía y no había manera de que entendiera otra forma.
A partir de las veintitrés y hasta las seis de la mañana había toda una serie de requisitos que cumplir porque si se hacían ruidos molestos llamaban a la comisaría 14, venía un patrullero y terminábamos saliendo con una cantidad de sandwichitos todos para ellos.”
Manolo era muy elemental, muy frontal. Agarró del cuello a varios.”
Es imposible pensar la primavera en ausencia de flores. ¿Cómo podría entonces uno observar El Británico sin historias que trepen el recuerdo vivo, la risa y hasta la nostalgia que desborda los ventanales atravesando los vidrios de lo posible para instalarse en un relato bordeando lo épico? En el anecdotario la veracidad no se cuestiona. Se disfruta la historia, y toda vez que se la cuenta se resignifica en su esencia hasta conmover las almas como en la primera vez.
Anecdotas y personajes
“Anécdotas de El Británico hay muchas. Generalmente de noche.
Venían muchos músicos. Willy Crook, Medina con sus letras, Pinchesky sacando melodías de su violín…
Pero hacían algo que a Manolo lo ponía loco. Llenaban la mesa de letras escritas en las servilletas… ¡Eso a Manolo no le gustaba nada! Entonces se armaban las discusiones. Por otro lado, nunca tuvo oído para la música. Así que cuando a eso de las tres de la mañana a Pinchesky se le ocurría, muy suavemente, tocar una melodía con el violín, Manolo se empezaba a poner nervioso. Daba vueltas y vueltas alrededor de la mesa y pedía por favor que se dejara de tocar el violín. Pero Pinchesky con un par de whiskis encima se ponía rebelde, y no le daba bola.
Un día estaban trabajando en la calle cambiando el empedrado y habían bajado un camión de arena, porque el empedrado se acomoda con arena.
¡Pinchesky esa noche terminó enterrado con su violín en la montaña de arena! Manolo decidió en ese momento que toda la barra no entraba más, era una barra como de ocho o diez…
¡Y para qué! Empezaron a cantarle “¡Gallego no volvemos nunca más!” Y yo cobrándoles y tratando de mediar. Ahí se cruzan al parque y la siguen contra Manolo. Había griterío y hasta uno de los edificios llamaron a la policía.
Pero toda la amenaza de no volver nunca más se terminó cuando a las cinco llegaron las medialunas de El Sol del Plata, y ahí todo el mundo otra vez en una mesa de El Británico a tomar café con leche. Con cuatro o cinco bandejas que bajaron de la camioneta se acabó la rebeldía”
“Otro habitué y vecino es Horacio González. Cuando Kirchner lo buscaba para ofrecerle la Dirección de la Biblioteca Nacional, cansado de llamarlo a la casa y no encontrarlo porque su esposa decía que estaba en el bar, pidió el número de teléfono para llamarlo ahí. Llama al Británico y atiende Manolo al que no le gustaba nada que llamaran ahí a los parroquianos porque tenían que pasar atrás de la barra.
Entonces llaman de parte de Néstor Kirchner. Atiende nomás el gallego y dice: “Horacio hay un llamado para ti de parte de un tal Kirchner. Hombre, que tu sabes que no me gusta que llamen acá. “
Todos nos quedamos pendientes de ese llamado. Va Horacio, atiende y vuelve a la mesa con la noticia…¡Lo habían nombrado Director de la Biblioteca Nacional! Por teléfono en El Británico.
Fue una historia que quedó para la posteridad.”
“Trillo tiene muchas. Pero una que quedó entre los habitués fue cuando filmaron Diarios de Motocicleta sobre la vida del Che.
Estaba ambientada en los años ‘50 y el bar estuvo alquilado desde las seis de la mañana. Así que ese día lo único que Trillo tenía que hacer era estar sentado fuera del foco de grabación, y así fue, tomando cerveza desde la mañana.
Empezaron a trabajar con toda la gente vestida de acuerdo a la década del ‘50, pero alguna gente citada para hacer de extra resulta que no llegaba. Entonces le preguntaron a Trillo si no tenía inconvenientes en conseguirles alguno de esos personajes que andaban dando vueltas porque no podían entrar al café, hasta que se dieron cuenta que el indicado era él porque ahí adentro no tenía otra cosa que hacer. Le dicen: “¿Y usted no se anima?”
A lo que Trillo responde: “Y bueno hombre, estar sentado por estar…” Muy bien, lo sientan con una camisa bien de los años ‘50 que él ya llevaba puesta porque era su vestimenta de todos los días, y lo ponen a tomar cerveza en la mesa con una copa de época. Primera joda que se tuvo que bancar Trillo: su camisa totalmente fuera de tiempo.
Empieza la filmación y él se empezó a dormir. La cosa es que vamos todos a ver la película y está Trillo en primer plano dormitándose sobre la mesa. Entonces el personaje de Granado le dice al Che Guevara: “¡Dale, animate! ¡Querés terminar así?”
Eso quedó para siempre y cuando lo cargaban diciéndole si iba a volver a filmar, él decía: ‘¡No, no, este año no filmo más!’”.
“En una elección, la que fue de Alfonsín a Menem, se puso dura la prohibición del consumo de alcohol para la jornada electoral. La noche anterior el bar podía estar abierto pero no se podía vender alcohol a partir de las diez de la noche hasta las seis de la tarde del día siguiente.
Entonces Manolo empezó a negociar con la gente…bah, los dos, Manolo y yo. Que la botella de cerveza la ponen debajo de la mesa, que el whisky se los servimos en tazas de te…en fin. La cuestión es que a las tres de la mañana cayó la policía a los tres bares: El Mirador de Balcarce, El Británico y El Hipopótamo.
¡Una mesa tenía nueve cervezas escondidas abajo! Por consiguiente terminaron los tres bares cerrados pero claro, antes se llevaron detenidos al encargado y dos parroquianos de cada boliche porque sino se iba a llenar la comisaría. ¡Estaban todos tomando alcohol!
De El Británico se llevaron a Manolo y a tres habitués pibes jóvenes. Todos a la comisaría 14. Se cargaron también a Julio de El Hipopótamo y a Guillermo de El Mirador. Como eran todos bolicheros conocidos les dejaron un sector grande de la comisaría.
El problema fue cuando entraron. Primero: Manolo llegó con un trapo rejilla en la mano que le incautaron y dejaron afuera. Segundo: les hicieron sacar cordones y cinturones, y Manolo andaba con un pantalón que se le caía todo el tiempo. Así que al otro día cuando los dejaron libres la anécdota era que se la pasaron viendo los calzoncillos de Manolo. Dicen que iba y venía caminando sin parar, y como no sabía que el bar estaba cerrado gesticulaba y se la pasaba lamentando: “¡Cómo va a quedar ese muchacho solo!”, al tiempo que se olvidaba de los pantalones que se le caían hasta las rodillas.
Ese domingo todo San Telmo sabía que a Manolo se le caían los pantalones en la 14.”
—Omar Dianese, www.buscadoresdehistorias.blogspot.com