Catedral al sur

Juan José, luego de dejar atrás el extraño edificio de la Estación Central -que había sido hecho para la ciudad de Madrás pero que terminó en Buenos Aires gracias al señor Wheetwright que decidió comprarlo-, siguió su camino y al llegar a la Plaza se entretuvo un rato al notar el movimiento que se veía frente al Congreso. Más adelante se alzaba la vetusta mole de la Recova y el edificio del Cabildo al que, para su sorpresa, habían modificado recientemente según el diseño de un tal Benoit, tal como le había contado su padre.                                                                                                                             

Luego dobló por la calle Defensa hacia el sur, la casa de don Elorriaga y la iglesia de San Francisco seguían en su lugar.                                                                                      

En esa luminosa tarde de primavera el barrio le pareció nuevamente lleno de vida, señores que se dirigían a sus quehaceres, madres con sus hijos que entraban o salían de las casas, negocios, carros que circulaban por las calles, todo demostraba que los dolores del pasado habían quedado atrás.                                                                                       

Si bien los recuerdos de aquellos días en que la epidemia obligó a su padre a mudarse con toda la familia a la quinta de Flores estaban aún presentes, recorrer las calles de su niñez lo hacía sentirse inmensamente feliz. Varios amigos de la familia cayeron a causa de la trágica enfermedad y en sus recuerdos estaba el día en que dejaron la casa que había sido de su abuelo, el llanto de su madre y la férrea decisión de su padre de dejar todo atrás.

Pasado el tiempo, muchos regresaron al barrio, levantaron nuevas viviendas y la normalidad se instaló lentamente. Juan José siempre albergó la esperanza del regreso, pero su familia nunca aceptó volver. Llegado el momento de dejar la vida de soltero pensó que sería una buena oportunidad para hacerlo y, entusiasmado con la idea, se puso en la complicada tarea de hacer los arreglos necesarios.

Es así que junto a María, su novia, tomaron la decisión de vivir nuevamente en el barrio sur, cuando se casaran. Luego de vencer la resistencia de las dos familias y contando con un terreno que su padre -no de muy buena gana- le cedió, emprendió la complicada tarea que acarreaba la construcción de una casa.

Su amigo Pablo, que era ingeniero, le recomendó a un constructor italiano que según parecía estaba levantando unos edificios muy novedosos en distintos barrios de la ciudad. Al ver los planos y dibujos que le mostró el constructor, comprendió que la ciudad realmente estaba cambiando. Los edificios nuevos, que no se parecían a las antiguas casas, muchas de las cuales aún quedaban en la ciudad, mostraban fachadas ornamentadas con columnas, pilastras y capiteles cubiertos de hojas de acanto, cornisas, balaustres, tímpanos y arcos adornados con cabezas de guerreros, ángeles o pintorescos personajes. Las ventanas de esos frentes se protegían con rejas cuyos hierros se curvaban en elaboradas filigranas similares a las de las puertas cancel que separaban el zaguán del primer patio.

Con paso tranquilo siguió su paseo hasta llegar a lo que sería muy pronto su nueva casa y se asombró de lo adelantado que estaba el trabajo. El frentista, con gran habilidad, daba los últimos toques a las molduras mientras los ayudantes preparaban los balaustres de terracota que coronarían la parte superior de la fachada. No se preocupe señor, las piezas de terracota se pintarán del mismo color que se elija para la pared, le dijo uno de los aprendices, al ver que Juan José parecía sorprendido por la evidente diferencia que mostraban entre sí los distintos materiales.

Por una hora se entretuvo en recorrer las habitaciones, en especial la sala con su hermoso tabique de madera y cristal que permitía la comunicación con el comedor, los dormitorios, la cocina y el patio que imaginaba lleno de plantas que, como las de su infancia, llenarían de verdor y perfume el resto de su vida.

Contento por los adelantos que mostraba la construcción de su futura vivienda regresó a su casa con muchas ganas de contarle a su padre las novedades del día.

Notas

La Estación Central, estaba ubicada en la actual Av. Leandro N. Alem entre Rivadavia y Bartolomé Mitre. Se instaló en el año 1872 como cabecera de la línea ferroviaria a Ensenada. Fue destruida por un incendio en el año 1897. Un comentario de la época la describe de un modo curioso:“Espaciosa construcción chinesca de fierro galvanizado y madera …”.

El antiguo Congreso Nacional fue construido según el proyecto del arquitecto Jonás Larguía. Ubicado frente a la Plaza de Mayo, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, fue inaugurado en el año 1864 por el presidente Bartolomé Mitre. En el año 1905 las sesiones se trasladaron al nuevo edificio del Congreso Nacional. Muy deteriorado fue restaurado por el arquitecto Estanislao Pirovano entre los años 1948 y 1949. Hoy la sala principal se encuentra dentro del edificio de la AFIP.                                 

                                                                                                             Eduardo Vázquez

Estación Central
Antiguo Congreso Nacional

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