Todo empezó con un clérigo enojado que salió a la calle con un silbato en mano.
Un buen día, el padre Francisco Delamer se colocó en medio de la calle Bolívar donde enfrentó a los temidos gigantes del transporte porteño, los colectivos, obligándolos a desviar su recorrido. Su intención era proteger su iglesia, la jesuítica de San Ignacio, que es del año 1734 y la más antigua de la ciudad. El padre temía que se desplomara una del las torres si continuaban pasando por ahí los micros.
La valiente acción del padre pone punto de comienzo a un movimiento ciudadano, para poner límites al tránsito de colectivos en el casco histórico porteño. Y como todo movimiento, éste cuenta con múltiples variantes y algunos detractores.