Cavilaciones de una tarde lluviosa
Hace ya muchos años -medio siglo- este hombre fue alumno en mis clases de Arquitectura. Yo, que nací y me crié en un conventillo de Almagro, vivía por entonces en Villa Devoto.
Después de la partida de la mujer de mi vida, me mudé al Centro y allí nos volvió a reunir el destino: el ex alumno es un colega notable y un enorme amigo y vecino.
El arquitecto Carlos de la Borbolla, que de él estamos hablando, conserva con obstinación una rutina que es casi un ritual: todos los sábados se muda de Retiro a San Telmo.
A lo largo de su paseo, que muchas veces culmina con un almuerzo en alguno de los tantos lugares de buena cocina en el Casco Histórico de la Ciudad, Carlos visita anticuarios, recorre muestras de pintura degustando óleos, acuarelas y dibujos, recoge imágenes y documenta en su memoria cambios -para bien o para mal- registrados en el vecindario afincado en el área fundacional de la Reina del Plata.
Hoy, primer miércoles del año, con una lluvia intensa y densa que se completa con el grave sonido de truenos como fondo, al ver una invitación de Isabel Bláser para la próxima edición de El Sol de San Telmo, aparecieron en mis recuerdos escenas coleccionadas en ocho años como Director General del Casco Histórico de Buenos Aires. Y como resultado de un fenómeno que algún buen analista podría explicar, no puedo pasear sin angustia por esas calles, sigo con una cuota de envidia las andanzas sabatinas de Carlos de la Borbolla.
Dejé truncas las pláticas con vecinos y referentes barriales. Solo sigo en conexión con Graciela Fernández, el arquitecto Alberto Martínez y los inconfundibles Benito Blanco y Horacio Cacciabue. Del equipo estable del CH, la arquitecta Andrea Cerletti y el ingeniero Fernando Caniza. Nada más.
Pero lo bueno es que, más allá de la mayor o menor atención que reciban, los vecinos están firmes. Y El Sol de San Telmo también.
Luis J. Grossman
