Ciudades ecológicas, ciudades arboladas, ciudades sanas
Ciudadanos de todo el mundo expresan su preocupación por el futuro de las ciudades tras la trágica experiencia de la pandemia. Cada ciudad se prepara urgentemente para el período post-COVID19 y para hacer frente a futuros eventos infortunados, tanto sanitarios como derivados de la crisis climática, la que es real, inevitable y no se discute que está entre nosotros.
Coronavirus vino a develar problemas estructurales de la ciudad, que agravan los efectos de la pandemia y obstaculizarán su erradicación. Se registran datos alarmantes observados en la mayoría de las ciudades y para los que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no es la excepción, sino la regla o patrón a partir del cual se trazó su desarrollo desde décadas atrás, el que se intensificó en los últimos años.
La escasez de espacio urbano y público condiciona la implementación de medidas temporales de distanciamiento físico recomendable (2 metros), las que tenderán a ser permanentes. La necesaria peatonalización progresiva en la totalidad de la ciudad, reclamada e implementada ya en otras grandes urbes, facilitaría el cumplimiento de objetivos a la vez sanitarios y climáticos. “Una salud”, se dice. La pregunta es ¿Cómo?
Los complejos ecológicos fraccionados en parcelas de interés inmobiliario, fortalecen el concepto de “acera” no porosa, reemplazan verde por cemento redituable, eliminan m2 de verde urbano establecido por la OMS como el arbolado urbano; promueven el incremento de la temperatura, la pérdida de ventilación natural y obstaculizan el recambio del aire, una cuestión de Salud Pública. Las consecuencias, visibilizadas por múltiples organizaciones sociales, se extienden a límites insoportables para personas de todas las edades.
Así imposibilitadas la regulación del microclima local y la capacidad de infiltración natural, cada aguacero se convierte en amenaza y el arbolado urbano pierde batalla tras batalla ante las implacables motosierras “ordenadoras” para cementar frente a futuros aguaceros. Tras la muerte de cada árbol, una innumerable biodiversidad deja de prestar servicios ecológicos y la sociedad renuncia a la sombra, al oxígeno respirable, a sus derechos y obligaciones de reducción del dióxido de carbono (CO2), prestando consentimiento para vivir en una ciudad más sofocante que demandará más gastos por pagos en servicios energéticos.
Como sabemos, todos los ciudadanos del mundo tenemos el deber y el derecho de reducir nuestras emisiones de CO2 y otros Gases de Efecto Invernadero (GEI), porque el calentamiento global, responsable del Cambio Climático, no reconoce fronteras, naciones, edades, apellidos, ni escala social. Nos calentamos todos y vamos todos hacia el borde de la extinción, si no median nuevas políticas, acompañadas por acciones populares germinadas en la educación, formal y no formal.
Se imponen, tanto la devolución del espacio público sano a los ciudadanos, como la necesidad de nuevas y crecientes espacialidades que garanticen distanciamientos, salud, mayores beneficios, seguridad.
Ciudad antiecológica es redundante, se sabe: los componentes ambientales principales disfuncionales, cuyos roles ecológicos han sido menoscabados, representan luego debilidades urbanas. Entonces, debilidad ambiental se iguala a debilidad social.
El túnel pandémico avizora una salida ecológica, relacionada con la equidad en el acceso a bienes y servicios ecológicos que garanticen, para todos, un ambiente sano, previsto en nuestra Constitución Nacional, el que resulta todavía más necesario para cerrar las brechas de equidad, acceso y crecimiento dejadas por la propia pandemia.
Cambios estructurales profundos en la organización de las urbes que sustituyan la actual mercantilización de la ciudad, (se habla de “gentrificación verde”) de los bienes y servicios de la naturaleza y hasta de sus habitantes; la defensa de la vida en todas sus formas y la igualdad de oportunidades, es un clamor unánime que se eleva con la intensidad de un grito. En Buenos Aires, también.
La etapa post-COVID19 es una oportunidad única para impulsar acciones permanentes que devuelvan la ciudad a las personas, reorganicen la movilidad, renaturalicen y desmercantilicen la ciudad e impulsen el decrecimiento urbano de la acera. Es más barato.
Urge una ciudad reconfigurada con adecuación a escala del peatón, no del automóvil. Los ciudadanos le hemos cedido por décadas nuestros espacios terrestres y aéreos, construyendo en altura y bajo el suelo para acrecentar el imperio del coche que, además, contamina.
Es posible enlazar los ejes verdes fluvio-ecológicos metropolitanos con los grandes parques, mediante corredores biológicos que integren a la vez el arbolado público, paseos peatonales y de movilidad sostenible con bicisendas, reforzando conexiones transversales barriales. Los barrios están fragmentados por infraestructuras y van perdiendo identidad. Interrelaciones de grano más fino (terrazas verdes, huertas agroecológicas, cortinas verdes vivas, etc.) que se prolonguen a través de toda la ciudad y más allá de esta, restablecerán su rol estratégico en la gestión del ciclo del agua y del clima local. El agua de lluvia se puede infiltrar, encauzar en los arroyos expuestos, absorber por captura de la vegetación, evaporar y, el excedente de escorrentía, depurarse en jardines arbolados de filtración previos al río. Estos jardines pueden concebirse, además, como un foco de sociabilidad, contribuyendo a la aparición de un nuevo y aceptado espacio socio-educativo sostenible adicional de la ciudad.
La introducción de nuevos programas ambientales centrados en la reapropiación de la calle y los espacios públicos, permitirá pensar la Ciudad para la Salud, desde una perspectiva tridimensional: social, ecológica y económica, no como un espacio para negocios.
Renaturalización de la ciudad, ecología en la Ciudad: verdear los ojos para colorear el alma de todos.
Graciela Pozzer
Lic. en Ciencias del Ambiente
Prof. Universitaria en Economía Ecológica
Promotora de Objetivos de Desarrollo Sostenible RIPO
Miembro de Basta de Mutilar nuestros Árboles